No sé nada de fútbol. Un poco más creo saber de la naturaleza
humana; pero, aun en ese campo creo que nunca aprenderé lo que hay que saber
para entender a mis pares. No hago
deportes; toda mi actividad física se reduce a una hora de caminata diaria y
algunas vueltas de trote a un viejo estadio universitario que, de paso sea
dicho, requiere urgente mano caritativa. Sin embargo, pertenezco a una familia
de pasiones deportivas tan desbordadas como desbordantes, por lo que creo que
algo se me ha pegado. Como no me gusta el tenis, o el baloncesto, no comprendo
una palabra de beisbol y encuentro que el golf es una cosa aburridísima, de vez
en cuando le dedico ratos al fútbol de las grandes ocasiones. Veo las finales
de los grandes campeonatos, algún encuentro importante entre equipos de gran tralalá y por supuesto, los
partidos fundamentales de la Copa Mundial FIFA. Me entrego a la emoción de
estos días con facilidad, porque normalmente van acompañados de encuentros
entre amigos, buena bebida y mejor comida. También de grandes emociones.
El mundial pasado, por ejemplo, el triunfo de la selección
española me produjo una alegría gigante. Apostaba por ellos arrastrado por
cierto furor no exento de novelería rosa, que iba mucho más allá de saber si de
verdad eran buenos. De algún modo, “la
roja” era la selección estelar del torneo Sudafricano y su triunfo, una suerte
cantada por la prensa del mundo entero. No tanto por lo bien o mal que jugaran
(imposible dejar de reconocer que tuvieron, muchas veces, la suerte de su lado)
sino porque los hombres de la selección, más que atletas de élite, eran estrellas mediáticas en pleno apogeo.
Dueños de sueldos increíbles, rostros omnipresentes de la publicidad con o sin
intención y portada de toda la prensa rosa (o de cualquier color, por las
dudas) los jugadores de la selección española, formaban un grupo cohesionado,
uniforme y dispuesto de muchachos, entrenados para tragarse el mundo. Hasta que
cuatro años después, sucedió lo impensable: sin razón aparente, (por lo menos sin razón fácil de entender a primera
vista) hicieron pedazos el sueño, en las primeras de cambio.
¿Qué pasó con la roja? No lo sé realmente. No me atrevo a una explicación deportivamente justa. Prefiero asomarme a una aproximación humana: no se puede tener todo en la vida. Por lo menos, no se puede pensar que se tiene todo y se es intocable. Le sucede por igual a deportistas y a otras estrellas de la vorágine mediática del siglo XXI: Estrellas que empiezan a apagarse a medida que se encienden. Dinero, caprichos, equipos de personas a su entera disposición, placeres, lujos, mujeres de imposible hermosura y fama, mucha más de la que puedan manejar, hace mucho que empezó a demostrar algo que no está bien dentro del mundo de la alta competencia deportiva.
Y viene luego un tema que, sencillamente, enseña una verdad contra la que no hay Dios que se rebele: la edad, en un campo de fútbol, no está solo en la mente de los deportistas. Es una pena terrible, pero los “muchachos” de la selección española están viejos para la gracia y vienen de jugar todo lo que puede jugarse en el mundo. Los años, qué duda cabe, trae cansancio para todos. Ayer escuché a un analista deportivo decir que no podían arrastrar sus años corriendo en el estadio y, no estoy seguro, pero me parece que ninguno de ellos llega a los 35 años contando sus haberes con insoportable tedio. ¿Qué puede pedir Cristiano Ronaldo que ya no tenga? (Si, ya sé que no es parte de la roja, pero su desempeño mediocre de este año, viene a cuento…vaya que si) ¿Qué cosa le hace falta a Iker Casillas? ¿Que necesita, para sentir el frio de la preocupación, Gerard Pique? ¿Existe verdaderamente, la emoción de ganar por haber jugado sin otra recompensa? Podríamos empezar por preguntarnos eso. Sorprenderían las respuestas.
Posiblemente, haya llegado el momento para que ellos, autores de la alegría de la copa Mundial Sudáfrica 2010, comiencen a desvanecerse en la nada del olvido transitorio. Cada vez que sea necesario recordar el equipo de 2010, alguien se ocupará de recordar su paso por el engramado. En estos tiempos, poco más puede esperarse de nuestras memorias enfermas. Tras de ellos, un grupo de jovencísimos aspirantes a millonarios les siguen los pasos. Solo por nombrar a alguno, Neymar da Silva Júnior, a sus 22 años de edad, ha motivado tres libros biográficos y una seria investigación fiscal por el sorprendente monto de su contrato. ¿Es necesario todo eso? ¿No merece la ambición de un hombre talentoso, a veces, una tarjeta amarilla?
Nunca lo sabremos. Ponernos de acuerdo en ese tema, álgido para quienes sienten que el futbol es parte del aire que respiran, es imposible. No hay duda que hay los que piensan que un gol de Sergio Ramos, bien vale una misa.
Lo malo es que, antes, hubo quien pensó que un gol de Maradona valía un Te Deum de Acción de Gracias. Y vean lo que pasó…
¿Qué pasó con la roja? No lo sé realmente. No me atrevo a una explicación deportivamente justa. Prefiero asomarme a una aproximación humana: no se puede tener todo en la vida. Por lo menos, no se puede pensar que se tiene todo y se es intocable. Le sucede por igual a deportistas y a otras estrellas de la vorágine mediática del siglo XXI: Estrellas que empiezan a apagarse a medida que se encienden. Dinero, caprichos, equipos de personas a su entera disposición, placeres, lujos, mujeres de imposible hermosura y fama, mucha más de la que puedan manejar, hace mucho que empezó a demostrar algo que no está bien dentro del mundo de la alta competencia deportiva.
Y viene luego un tema que, sencillamente, enseña una verdad contra la que no hay Dios que se rebele: la edad, en un campo de fútbol, no está solo en la mente de los deportistas. Es una pena terrible, pero los “muchachos” de la selección española están viejos para la gracia y vienen de jugar todo lo que puede jugarse en el mundo. Los años, qué duda cabe, trae cansancio para todos. Ayer escuché a un analista deportivo decir que no podían arrastrar sus años corriendo en el estadio y, no estoy seguro, pero me parece que ninguno de ellos llega a los 35 años contando sus haberes con insoportable tedio. ¿Qué puede pedir Cristiano Ronaldo que ya no tenga? (Si, ya sé que no es parte de la roja, pero su desempeño mediocre de este año, viene a cuento…vaya que si) ¿Qué cosa le hace falta a Iker Casillas? ¿Que necesita, para sentir el frio de la preocupación, Gerard Pique? ¿Existe verdaderamente, la emoción de ganar por haber jugado sin otra recompensa? Podríamos empezar por preguntarnos eso. Sorprenderían las respuestas.
Posiblemente, haya llegado el momento para que ellos, autores de la alegría de la copa Mundial Sudáfrica 2010, comiencen a desvanecerse en la nada del olvido transitorio. Cada vez que sea necesario recordar el equipo de 2010, alguien se ocupará de recordar su paso por el engramado. En estos tiempos, poco más puede esperarse de nuestras memorias enfermas. Tras de ellos, un grupo de jovencísimos aspirantes a millonarios les siguen los pasos. Solo por nombrar a alguno, Neymar da Silva Júnior, a sus 22 años de edad, ha motivado tres libros biográficos y una seria investigación fiscal por el sorprendente monto de su contrato. ¿Es necesario todo eso? ¿No merece la ambición de un hombre talentoso, a veces, una tarjeta amarilla?
Nunca lo sabremos. Ponernos de acuerdo en ese tema, álgido para quienes sienten que el futbol es parte del aire que respiran, es imposible. No hay duda que hay los que piensan que un gol de Sergio Ramos, bien vale una misa.
Lo malo es que, antes, hubo quien pensó que un gol de Maradona valía un Te Deum de Acción de Gracias. Y vean lo que pasó…
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