Soy monárquico. Mucho mas allá
de Hola (que, sin embargo, también me
sirve) me interesa el ir y venir de esa institución tenida por anacrónica e
inconveniente, cuyos devaneos le causan escozor sobre todo a sus detractores.
Creo en el contenido histórico y en el significado profundamente ciudadano del
trabajo de señoras con sombrero y señores con levita y, aunque no justifico los
errores que cometen, cuando los cometen,
siempre termina alegrándome darme cuenta
que son, como usted y como yo, seres humanos a los que, a diferencia de usted y
de mi, no se les acaba el jabón en el baño sin que sea repuesto por arte de
magia. Me parece una tontería suponer que todos los reyes y reinas en ejercicio
son déspotas que trajinan con la dignidad humana y estoy completamente en
desacuerdo con los que se oponen a su existencia con el manido argumento,
baladí por cierto, de responsabilizarlos en el siglo XXI de las tropelías con
las que sus antepasados dieron forma a Europa. Comprender la existencia de
monarquías desde su inmenso valor histórico, me ha permitido enfrentar la cosa política desde una perspectiva que
tiene mucho de “legendario” lo cual es algo que se agradece cuando se tienen
conocimientos escasos.
Es imposible separar
monarquía de gobierno; decir, como se dice frecuentemente, que los reyes (los
europeos especialmente) “mandan pero no gobiernan” es de alguna manera un
despropósito, que sirve enormemente para aquietar a aquellos que piensan que un
monarca está muy cerca de ser un mandatario absolutista, aun cuando las monarquías europeas han adoptado la forma parlamentaria y pese a que en pleno siglo XXI permanecen
activos en el mundo civilizado, dictadores totalitarios amparados en coronas
heredadas (que son otra, lamentable, historia), hay que reconocer que los actos de
un rey tienen muchísimo de “acto de gobierno”: eso ha quedado plenamente
demostrado (al margen de consideraciones mucho más profundas y mejor
documentadas) con la abdicación, presentada el día de ayer de SM Juan Carlos I
a la corona española; una institución que - como ninguna otra - tiene particularidades que hacen de Don Juan
Carlos un rey cuya permanencia en el trono español, se inscribió en la historia de ese país con
letra mayúscula.
Juan Carlos de Borbón y Borbón, llegó al trono por decisión de Francisco Franco, uno de los dictadores más terribles que recuerda la Europa de mitad del siglo XX. Juan Carlos de Borbón pudo haber escogido el franquismo como medio para aferrarse al poder. Pudo haberse convertido en un reyezuelo absolutista al que una buena corte de aduladores (que los había) le habría conseguido, seguramente con un precio, la forma de hacer su santa voluntad, como había hecho sin miramientos “el caudillo”. Juan Carlos, pasando por encima de lo que se esperaba de él, prefirió traicionar su legado y convertirse - como siempre que puede lo ha repetido - en “el rey de todos los españoles” es decir, en el rey de los franquistas, pero también en el rey de los que adversaban el franquismo, incluso a sabiendas que más tarde lo adversarían a él. Esa decisión permitió la instauración de la vida democrática en el vapuleado reino español, permitiendo al mismo tiempo, la legalización de iniciativas políticas impensables como el partido comunista, hasta ese momento en la clandestinidad. A lo mejor no es del todo justo decir que haya sido trabajo suyo exclusivamente, saldrían a la luz las mil anécdotas que lo niegan; pero, suyo fue el movimiento de tuerca que lo permitió y suya fue la escogencia de ese gran hombre llamado Adolfo Suarez para regir el primer gobierno democrático del siglo XX español. No siendo suficiente con eso, fue Don Juan Carlos quien detuvo el golpe de Febrero de 1981, poniéndose de manera irrestricta del lado de la democracia.
Aun así, tal vez porque de desagradecidos está lleno el camino del infierno; desde su abdicación, han surgido voces (no tantas como para preocuparse, pero han surgido) que utilizan la santa palabra de las redes sociales para oponerse a la continuidad de la corona, llevándose por delante a todo el que tiene argumentos para defenderla (que abundan) Digo yo, entonces, ¿Es indispensable sumarse a esa voz discordante, que pide la guillotina para los Borbones, porque si, porque hay que ser modernos? ¿Cuál es la modernidad: el errático Pablo Iglesias pidiendo un referéndum para acabar con la Corona que le permitió a él y a otros equivocados como él, engatusar a los españoles con irrealizables promesas, como acabar con las fronteras y convertirlos a todos en mendigos de una renta estatal que no tiene de donde salir, mientras brindan asesoría a los lunáticos latinoamericanos?
Los momentos históricos hay que vivirlos con sensatez. Felipe de Borbón y Grecia, Príncipe de Asturias, quien probablemente reinará bajo el nombre de Felipe VI, es no solo un hombre de exquisita preparación intelectual, sino un político formado como ningún otro para ocupar el puesto que le toca desempeñar. Ningún gobernante español tiene la preparación para la conducción del reino que él tiene porque, como principio, ningún gobernante español nació predestinado para ocupar posiciones de liderazgo. Oponerse a Felipe VI, solo porque hay quienes lo consideran “un amo” es posiblemente un error innecesario. Todo lo demás es digno de revisiones; todo, menos el talante absolutamente democrático con que el nuevo rey de España viene a ocupar la posición para la que fue entrenado desde su nacimiento. En tiempos de tanta convulsión, eso debería ser suficiente para estar a su lado, poniendo en marcha reformas de gran urgencia que den paso, como no, a ciertas revisiones necesarias dentro de la misma Casa Real (la inimputabilidad del soberano es una locura hoy día) pero defenestrarlo antes de aprovechar el inmenso bien que puede hacerle a Hispanoamérica, es otro de los disparates que nos puede salir carísimo a todos los que hablamos español en cualquier parte del mundo. ¿Es difícil de entenderlo?
Juan Carlos de Borbón y Borbón, llegó al trono por decisión de Francisco Franco, uno de los dictadores más terribles que recuerda la Europa de mitad del siglo XX. Juan Carlos de Borbón pudo haber escogido el franquismo como medio para aferrarse al poder. Pudo haberse convertido en un reyezuelo absolutista al que una buena corte de aduladores (que los había) le habría conseguido, seguramente con un precio, la forma de hacer su santa voluntad, como había hecho sin miramientos “el caudillo”. Juan Carlos, pasando por encima de lo que se esperaba de él, prefirió traicionar su legado y convertirse - como siempre que puede lo ha repetido - en “el rey de todos los españoles” es decir, en el rey de los franquistas, pero también en el rey de los que adversaban el franquismo, incluso a sabiendas que más tarde lo adversarían a él. Esa decisión permitió la instauración de la vida democrática en el vapuleado reino español, permitiendo al mismo tiempo, la legalización de iniciativas políticas impensables como el partido comunista, hasta ese momento en la clandestinidad. A lo mejor no es del todo justo decir que haya sido trabajo suyo exclusivamente, saldrían a la luz las mil anécdotas que lo niegan; pero, suyo fue el movimiento de tuerca que lo permitió y suya fue la escogencia de ese gran hombre llamado Adolfo Suarez para regir el primer gobierno democrático del siglo XX español. No siendo suficiente con eso, fue Don Juan Carlos quien detuvo el golpe de Febrero de 1981, poniéndose de manera irrestricta del lado de la democracia.
Aun así, tal vez porque de desagradecidos está lleno el camino del infierno; desde su abdicación, han surgido voces (no tantas como para preocuparse, pero han surgido) que utilizan la santa palabra de las redes sociales para oponerse a la continuidad de la corona, llevándose por delante a todo el que tiene argumentos para defenderla (que abundan) Digo yo, entonces, ¿Es indispensable sumarse a esa voz discordante, que pide la guillotina para los Borbones, porque si, porque hay que ser modernos? ¿Cuál es la modernidad: el errático Pablo Iglesias pidiendo un referéndum para acabar con la Corona que le permitió a él y a otros equivocados como él, engatusar a los españoles con irrealizables promesas, como acabar con las fronteras y convertirlos a todos en mendigos de una renta estatal que no tiene de donde salir, mientras brindan asesoría a los lunáticos latinoamericanos?
Los momentos históricos hay que vivirlos con sensatez. Felipe de Borbón y Grecia, Príncipe de Asturias, quien probablemente reinará bajo el nombre de Felipe VI, es no solo un hombre de exquisita preparación intelectual, sino un político formado como ningún otro para ocupar el puesto que le toca desempeñar. Ningún gobernante español tiene la preparación para la conducción del reino que él tiene porque, como principio, ningún gobernante español nació predestinado para ocupar posiciones de liderazgo. Oponerse a Felipe VI, solo porque hay quienes lo consideran “un amo” es posiblemente un error innecesario. Todo lo demás es digno de revisiones; todo, menos el talante absolutamente democrático con que el nuevo rey de España viene a ocupar la posición para la que fue entrenado desde su nacimiento. En tiempos de tanta convulsión, eso debería ser suficiente para estar a su lado, poniendo en marcha reformas de gran urgencia que den paso, como no, a ciertas revisiones necesarias dentro de la misma Casa Real (la inimputabilidad del soberano es una locura hoy día) pero defenestrarlo antes de aprovechar el inmenso bien que puede hacerle a Hispanoamérica, es otro de los disparates que nos puede salir carísimo a todos los que hablamos español en cualquier parte del mundo. ¿Es difícil de entenderlo?
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