Con toda la fanfarria acostumbrada y
sin que nadie sepa, realmente, a qué atenerse, ha comenzado el año escolar en
todos los institutos de educación inicial y media de la Republica Bolivariana (así
se llama ahora, chévere, ¿no?) es decir; desde hace poco más de una semana,
todos los chamos de este país de canastas vacías, han regresado a las novedades
del proceso educativo que habrá de convertirlos - si lo permite Dios - (literalmente,
pues aquí no nos queda sino rogarle al Altísimo) en bachilleres.
Si para los estudiantes el inicio
del año estuvo lleno de la emoción del reencuentro, los nuevos profesores, el
cambio de color en la franela y las páginas en blanco de sus cuadernos; para
los profesores ha estado, sencillamente, lleno de contrariedades. Y no menciono
la más obvia de todas (seguimos ganando sueldos de miseria en una economía de
guerras) sino la que tiene que ver con la única razón por la que, los que
enseñamos, nos atrevemos a continuar intentar enseñando: la sana intención de
hacer algo, que deje algo, en la vida de estos muchachos; de hacerlo bien -
dentro de lo que cabe - y en libertad - dentro de lo posible -
Cualquier persona que decida ponerse
a dar clases como opción de vida, es sospechosa de poseer un alma bonita (no lo
digo por mí) y de algún desorden mental
(eso sí lo digo por mí) pero, eso no viene a este caso. Parafraseando a todos
los cultores de la cursilería whasapiana,
verdaderamente, enseñar es una tarea de héroes. Todo lo demás sobra. Incluso
los malos profesores dejan una huella imborrable en sus alumnos (uno pasa el
resto de su vida hablando de lo pirata que eran y repitiendo las anécdotas que
ilustran su piratería) de modo que, lo
menos que se puede desear, es que las "reglas" que regulan el trabajo
de educar, se parezcan a todo lo bueno de este mundo; pero, vivimos la
Venezuela del siglo XXI y ciertamente, "todo lo bueno de este mundo”, como
tal, es demasiado pedir.
El inicio de actividades ha venido
pues, llenecito de opciones para hacer las cosas muy mal hechas y a nosotros no
nos ha quedado nada más que aguantar el chaparrón con el estoicismo de quien
quiere voltearle la tortilla a la vida.
Resulta, por ejemplo, que según la Batalla contra la repitiencia y el abandono
escolar (no me negarán que para ponerle nombre a las cosas, a pesar del
lenguaje bélico inaguantable, son unos duros) el siglo XXI le ofrece al
muchacho todas las herramientas para perpetuar la irresponsabilidad que viene
en sus genes. Si un estudiante decide no venir a clases durante el año a las
horas y días que le corresponde, o si prefiere, en lugar de cumplir con sus
deberes escolares, ponerse a monear poste, no hay problema: la batalla de
marras, tan comprensiva ella, ahora le brinda un chance adicional de clavarse
el ansiado 10 que le permitirá convertirse en un mediocre bachiller de la república.
La cosa es así, más o menos: en plenas vacaciones escolares (¡ahaja...!) un
grupo de docentes "voluntarios"
tenia (¿tuvo?) la responsabilidad de repetir, en cápsulas de dos semanas, la
materia de todo el año para, luego, en las dos primeras semanas del calendario
escolar, repetir los exámenes de reparación (llamados ahora remediales, a falta
de remedios) que ya esos mismos estudiantes habían presentado en Julio, sin
éxito. (Nota del opinador: muy pocos liceos se enteraron del cuento y muchos
menos, lograron entusiasmar a algunos voluntarios para darle cuerpo al invento
remediador, de paso sea dicho)
A ver; una de las herramientas más
efectivas que un educador tiene para crearle a sus estudiantes algún sentido de
responsabilidad es la evaluación. Al margen de todos los problemas que
reconocemos en nuestro sistema educativo, (incontables, agudos, dolorosos,
inexplicables) la tarea fundamental de un profesor es, superar exitosamente los
obstáculos y hacer de su aula un espacio en el que se formen ciudadanos; es
decir, se forme gente "decente" con algunos conocimientos. Para eso,
hay normas que requieren ser puestas en práctica. Bien, la revisión del
cumplimiento de esas normas, de manera que puedan evidenciar crecimiento
personal en aquel a quien van dirigidas, es lo que significa evaluar; en otras
palabras, si usted tiene un examen de matemáticas el jueves a las 3 de la tarde
y a usted le interesa salir del bachillerato, a tiempo de poderse labrar un
futuro; entonces, man-que-pongan, su
deber es venir el jueves a las 3 de la tarde y tener la regla de tres bien
aprendida. Si no, pailas.....se llama responsabilidad desde que el hombre decidió
vivir en comunidad con el hombre. Desde
luego los imponderables existen, a usted se le puede morir su abuelita el
jueves a las 10 y 26 minutos de la mañana; pero, para enfrentar eso, existe la
enorme flexibilidad de los tiempos escolares. De manera pues, que si algunos
interpretamos como una debilidad del sistema las famosas reparaciones de final
de año, ¿qué nombre podemos ponerle a un sistema de hiperreparacion viciado de desorganizaciones e improvisaciones, diseñado
para interrumpir - sin la menor
efectividad - el periodo vacacional de educadores y educandos? ¿Es necesario
que haya tanto espacio para validar el incumplimiento de los compromisos más
básicos implicados en el deber ser de un adolescente?
Las dos primeras semanas del año
escolar se han diluido en una "batalla" en la que la mayoría de los
educadores venezolanos no se habían alistado pues, para empezar, se enteraron de
su existencia una vez concluidos sus lapsos. Al final, como siempre, el
lado bueno de todos esos inventos es que se cumplen solo a medias; no obstante,
la mayoría de quienes nos tomamos en serio nuestro oficio, nos hemos visto a
vapores para cumplir un mandato que echa por tierra, nuevamente, el sentido
fundamental de la educación: o nos ponemos las pilas en la formación de
responsabilidades o continuaremos acabando con la decencia.
¿Les hago un dibujito?
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