
Parece el mismo cuento de todos los días, cuesta un poco decirlo de algún modo que suene a novedoso y serio. En medio de los rumores más disparatados que pueda uno escuchar, la ciudad esta otra vez en pie de guerra. Hay, no tan sutiles, diferencias respecto a lo sucedido anoche. Hoy le toca a otro complejo residencial habitado mayormente por estudiantes y algunas familias, ubicado en las inmediaciones de sitios neurálgicos de la ciudad, tradicionalmente punto de mira de los desordenes estudiantiles.
Desde las 7 de la tarde la confrontación está servida y, según parece, no amaina ni da señales de suavizarse. En este momento, la policía es la que está llevando la delantera sobre encapuchados y presuntos Tupamaros. Han entrado a la fuerza a los edificios, disparando perdigones que ya han causado, al menos, dos personas con heridas que han necesitado traslado al hospital.
En el 5to piso de las residencias San Eduardo se encuentra atrapada una familia en medio de una nube irrespirable de gases lacrimógenos; que por cierto, han sido disparados con exceso hacia los HABITANTES de los edificios. Han traído dos veces “la ballena” sin mayores resultados, pues la turba nuevamente liderizada por terroristas afectos al régimen, insiste en la violencia.
Las escenas de pánico se suceden interminablemente; pero por suerte, no ha habido mayores daños al patrimonio personal de los residentes de los numerosos edificios que conforman esta populosa área de la ciudad. Incendiaron y derribaron las casetas de vigilancia de los edificios San Eduardo y Cardenal Quintero; el tráfico está interrumpido por la zona, el rector de la Universidad reiteró la paralización total de actividades en la ULA, hasta nuevo aviso, y la zona educativa hizo otro tanto.
Mañana miércoles se esperan, lamentablemente, nuevos disturbios; el problema más grave es que ya nadie sabe cual es la causa de tanto desorden, ya no hay motivos claros ni responsables definidos. Hoy, la policía del estado es la que comete mayores abusos en contra de la comunidad. Mañana no sabemos con que saldrán ni quienes lo harán. Pero empezamos a sentirnos satisfechos de poder contar con 24 horas para intentar vivir.
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