
A pesar de los terribles sucesos de anoche, logré descansar un buen rato. Desperté deprimido, para decir verdad. La imagen de mi hermana, presa de un ataque de nervios mientras asaltaban nuestra casa, me acompañó, muy a mi pesar, durante todo el día. Entonces, como suelo hacer en estos casos, me dediqué al análisis de eventos que nunca debieron suceder. La clave para entenderlos vino de un taxista con quien conversé mientras iba a mi trabajo. Reconstruir la cadena de pequeños sucesos que desencadenaron la noche espantosa que vivimos, hizo el resto. Sobre todo la comprensión absoluta que, una vez más, el tiempo jugo en contra nuestra: la violencia estalló pasadas las siete de la tarde; es decir, el gobierno había tenido tiempo de sobra para sofocar los distintos focos violentos que amenazaban la paz de los merideños; entonces, fue la demora en detener la acción de Los Tupamaros lo que precipitó todo, incluso la muy lamentable muerte del joven Yoniris Carrillo.
En este punto quiero hacer un alto, indispensable para mi salud mental: Yo estaba en Las Marías acompañado de vecinos y de mis hermanos; todos nosotros vimos como en un momento determinado, una persona herida fue trasladada rápidamente al hospital Sor Juana Inés de la Cruz, situado al frente del complejo residencial. Era Yoniris, según pudimos comprender luego. Él estaba dentro de la banda armada que atacó injustificadamente el conjunto residencial y nunca fue víctima de emboscada alguna. Cuando eso sucedió, solo habían dos bandos disparando a mansalva: Los Tupamaros que intentaban entrar a Las Marías de cualquier manera, y la policía que intentaba replegarlos. Puedo asegurar que desde los balcones de Las Marías solo salía el ruido de cacerolas. Es muy simple: Si en los apartamentos de Las Marías hubieran habido armas, las habríamos usado para defender nuestra propiedad. Suena horrible, pero a eso nos han llevado.
Lo que sucedió después, no es otra cosa que una muestra imperdonable de irresponsabilidad: En segundos se había corrido un rumor, según el cual, el estudiante fallecido había sido víctima de una emboscada dentro del Conjunto Residencial Las Marías. Ese rumor, no sólo es falso; ese rumor puso en riesgo la vida de 240 familias que habitan ese conjunto residencial; pero fue acogido por todos.
Tanto el gobernador, como todas las autoridades merideñas, saben de sobra que a los Tupamaros solo los mueve la venganza y que para practicarla, son capaces de todo (lo demostraron). Haber arrojado esa acusación sobre nuestra residencia lo único que logró fue la estampida de horror que vivimos más tarde. Es fácil deducir que la muerte del joven estudiante, ha debido manejarse con la mesura y la prudencia que exigía la situación que vivíamos desde las 10 de la mañana; de haberse hecho así, posiblemente el resultado final habría sido muy distinto.
Lo demás pasa por el delicado filtro de los rumores y no me haré eco de ellos. No quiero creer que es verdad que los delincuentes que atacaron nuestro hogar eran transportados por bomberos, ni que eran apoyados por las fuerzas del estado. Yo vi como la policía se replegaba al momento del ataque, pero no vi otra cosa.
Hoy, cada quien amaneció tratando de recomponer su vida. Nadie se atreve a hacer planes para mañana, pero todos seguimos soñando con un amanecer sin humos.
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