Soy irritable. Es mi defecto más obvio, entre millones. Pierdo el buen humor rápidamente y puedo llegar a ponerme realmente maluco por razones casi anormales.
Ni modo. Tal vez sea algo que pueda resolver con terapia; pero, si no ha sucedido hasta ahora, no creo que decida volver a comenzar una, en los albores de mis 50 años. Poca gente entiende mi tendencia al mal humor y quienes lo soportan, al menos admiten que las razones para mis pataletas normalmente existen. Soy irritable y eso debería ser parte de mis señas de identidad.
Ojos: Pardos
Estatura: Media
Contextura: Normal
Cabello: Canoso
Señas particulares: Irritable
Tal vez, de ese modo podría andar por la vida explayando mi mal humor cada vez que alguien decida agredirme. Como hoy, día en que estoy regresando de una semana feliz en La Habana y la gente de Cubana de Aviación decide recordarme que estamos hundiéndonos en un abismo de irrespeto que probablemente no traiga, al final, otra cosa que amargos desconsuelos.
Resulta que soy venezolano, y como el sabanetero decidió que tenemos que ser, obligados, una sola cosa, entonces lo primero que tenemos que comenzar a vivir son las vejaciones y discriminaciones que los cubanos padecen hace más de 50 años. Para salir de La Habana, soy forzado a actuar y ser distinto a cualquiera de los turistas que han venido este fin de año a Cuba. Tengo que ir a otro terminal, reservado para venezolanos; muy lejos del terminal “de los demás” sin ninguna comodidad y enmarcado, para colmo de mis males, por dos kilómetros de carretera llenas de mensajes socialistas. El vuelo lleva 3 horas de retraso (que no es tan grave, visto el estado de los aeropuertos del mundo) y el trato en general se confunde demasiado con el que reciben, sin merecerlo, los nativos que pueblan las misiones.
Quizás estoy paranoico y veo en cada esquina fantasmas colorados, pero tengo la seguridad que por venezolano, en el momento en que regreso a mi casa, dejo de ser un viajero, para convertirme en una ficha que debe ser custodiada y controlada hasta en sus mínimos movimientos.
¿Qué puedo hacer? Ya lo dije, soy suficientemente irritable como para haber subido al avión con un humor de perros. Ni modo!
sábado, 29 de enero de 2011
ÉL
Existe en cada rincón de la isla. Sus manos, arrugadas y manchadas de muchas cosas, se extienden hasta cada cosa que otro quiere tocar, hasta cada persona que otro quiere abrazar. Su voz, agotada por el tiempo, se transmuta en promesas que todos prefieren no haber escuchado nunca. Su aroma, probablemente tenga rescoldos de peleas mal ganadas, de sacrificios propios y ajenos. De hambre. Es ÉL. Nadie, de las muchas personas que me hablaron, lo llama por su nombre.
Tampoco hace falta que lo hagan. A pesar de las ridículas afirmaciones que lo convierten en un zombi de si mismo, todos saben que vive y que su lucidez, extraordinaria, no ha disminuido ni un ápice. Está allí, lleva el control de todo y sabe de cada amargura, de cada alegría y de cada dolor en su tablero. A fuerza de querer serlo, se ha convertido en eterno y ha trascendido cualquier pronóstico, imponiendo su vuelo al de todas las aves de mal agüero.
Para Felicia, es un tío anciano que la deja tan indiferente como puede. Para Clarita es “el compañero” y tampoco-todo-es-tan-malo-chico-que-yo-no-conozco-otra-cosa; para Adalberto es ÉL y a veces cree que le gusta cada vez menos. Para los demás, es el poder por encima de todo, el único, absoluto y apabullante poder; un sentimiento rarísimo que puede tocarse con ambas manos, que impone temores, que pone a la gente a hablar bajito, aunque sea innecesario.
De su vida personal se sabe lo poco que la historia se ha ocupado de contar. Se conocen sus hijos (los traidores y los traicionados), se suponen sus mujeres (Celia, la gran mujer a su lado en la llegada, parece no haberlo sido por una simple cuestión de preferencias) Se desconocen sus amigos (si es que tiene) y se callan sus achaques ignorando sus caídas. Se esconden otras señas de identidad, innecesarias en un Dios en tránsito, y se le atribuyen todas las historias que la humanidad tenga a bien contar, torciendo la verdad como quien tuerce sus habanos preferidos.
Pero, no lo odian. No todos los que están adentro. No desean su mal, no esperan su sufrimiento como moneda de revancha, incluso hay quienes, adversándolo, no quisieran verlo morir. Lo desaprueban y es suficiente. Lo reconocen, le han visto sus costuras. Todos saben que por una simple razón de finitud, el ocaso está cerca y nadie puede imaginarlo. Se suponen en Santiago de Cuba para el momento final, mirando histerias ajenas; sin embargo, aun para los que están dispuestos a renunciar a su credo, ese momento cuando llegue, les tumbará los Cristos del alma.
Es ÉL y no es necesario verlo. Como tampoco lo es que se sepa de su casa y de sus cosas. Amalgamado en los buenos días de todos los días, cercó su hacienda y botó la llave.
Es la primera cosa que todo visitante desprevenido debe entender de La Habana: Esa es la casa de ÉL.
Cualquier parecido a esta realidad...
Siempre me ha costado aceptar la existencia de Cubazuela. Aferrado a todo tipo de argumentos, suelo discutir fervorosamente que somos dos realidades distintas e irrepetibles, que las economías de ambos países no coinciden en nada y que nosotros tenemos (o descubriremos, en el mejor de los casos) fórmulas que nos pongan a salvo de una copia que se traduzca en semejante disparate. Por mucho que al mismo tiempo pienso que somos culturalmente similares (tanto como podemos serlo con Colombia o República Dominicana) sostengo, a muerte, que somos estructuralmente diferentes.
Muy a mi pesar, esa certeza empieza a ver grietas claras y precisas representadas, por ejemplo, en lo que veo al transitar por las calles y avenidas, casi desiertas, de La Habana y que puede significar una manera de copiar estilos que nos hermanen de manera peligrosa. Estoy hablando de la propaganda del régimen (de allá). Aun cuando la enorme diferencia estriba en el hecho simple de que ÉL no aparece en ninguna valla o aviso publicitario; La Habana, a falta de propaganda “comercial”, tan prohibida como imposible por razones obvias, está llena de carteles, vallas y avisos de todo tipo que repiten slogans y pensamientos ideologizantes en apoyo al régimen y sus necesidades.
Estando aun reciente el suceso que puso en una cárcel norteamericana a 5 cubanos que trabajaban como espías para el gobierno cubano, los carteles que, por ahora, se repiten hasta la saciedad, hacen mención del injusto proceso legal que los espías vivieron a manos de la justicia norteamericana. Pero, junto a esa, toda valla publicitaria que se vea en calles, parques, jardines, sitios públicos o avenidas, tiene algo que ver con el avance, consolidación e invencibilidad del Socialismo y la Revolución y tiene, sospechosamente, un estilo, contenido, planteamiento gráfico y diseño que recuerdan exageradamente las vallas que en nuestra casa compiten con Nestlé, Pepsi o Polar.
No deja de resultar llamativo entonces, que una revolución asentada hace 53 años en el corazón de una sociedad entera, aun requiera de tal despliegue para convencer a sus súbditos del éxito de sus programas; tanto como nos preocupa a nosotros que otra revolución, que aun busca abrirse espacios de aceptación en más de la mitad de sus ciudadanos, necesite los inmensos gastos publicitarios en que incurre.
Lo peor, al menos para mi, es que ambos procesos parecen compartir, entre otras muchas cosas, la misma agencia publicitaria y los mismos copywriters. Eso es lo que empieza a dejarme sin argumentos… y sin buenos sueños.
domingo, 23 de enero de 2011
Y ellos...donde viven?
Creo que aun sabiéndolo con certeza, nadie se atreve a revelar el sitio exacto donde se encuentran las casas en que viven Los Compañeros. Sólo vaguedades se escuchan cuando preguntas; algunos, con intención de no dejarte a oscuras, se atreven a afirmar que ÉL probablemente viva en EL LAGUITO, una mítica urbanización ubicada en los predios de Siboney, el barrio más aristocrático de La Habana, hoy abandonado por sus antiguos moradores (los más ricos de verdad, primeros en dejar el barco) y convertida en asiento del poder.
Está detrás de la Plaza de la Revolución y, en sus alrededores, la única cosa que podría llamar la atención es una mayor presencia de efectivos militares. Lo demás es monte y culebras. Estratégicamente quizás, todo ese sector tiene un aspecto más bien anodino y descuidado. Sin embargo, algunas mansiones revelan lo que puede ser: Son las “casas de protocolo” más elegantes y bien mantenidas de la ciudad, identificadas con números, por toda dirección postal y administradas a discreción por el poder central, es decir, por ÉL. Alguien me cuenta que la Casa 5 ha servido para alojar personalidades cubanas en "situación personal de dificultad" y también, por supuesto, señalan otra de esas enormes mansiones como la residencia casi oficial de jerarcas venezolanos, llegando a afirmar que una de las más escondidas , "pertenece"a nuestro presidente. Otras, para disipar misterios quizás, han sido alojamiento (público y notorio) del Rey de España o de Juan Pablo II y en los mismos predios, en una hermosa mansión, está instalada la fabrica de Tabacos Cohiba. Nadie, sin embargo, es capaz de señalar con su dedo la puerta de la casa donde vive ÉL y, cuando me llevan por sus alrededores, me piden no sacar la mano o hacer fotos y hacerme cuenta que nada sé.
Lo cierto es que se trata, y así ha sido desde siempre, de una especie de secreto de estado. En Cuba es mejor suponer, imaginar, creer, a tener certezas; por eso el negocio del rumor tiene tantos adeptos. Según una simpática vendedora con quien hablo, “tenemos 53 años de entrenamiento”. Nadie puede decir con exactitud donde viven los jefes más jefes, aunque todos saben en qué lugar de la ciudad se ubican. Algunos saben, exactamente, donde viven algunos ministros (curiosamente, todos saben donde hallar a los defenestrados) pero poco más. Lo que si se dice sin tapujos, es que en esas mismas vecindades misteriosas, han construido carpa y arreglado durmienda, los socios y benefactores que pueblan Latinoamerica, para conseguir refugio en caso de terminar damnificados. Habrá que verlo.
Vueltas que da la vida
Pasando un día por una avenida cerca del mar, Felicia nos contó el horror que vivió cuando, abiertas las compuertas, se autorizó la salida de cientos de cubanos en lo que se conoció como el Éxodo de Mariel. Entonces, los obligaban a pararse frente al lugar en que estacionaban los autobuses que conducían a los viajeros y a gritar toda clase de improperios en su contra en lo que se conoce como actos de repudio. Ella tuvo que acudir a uno de esos y salió escandalizada para siempre. Nunca más volvió.
Han pasado años desde entonces. Hoy, los marielitos de ayer, son hombres y mujeres que en su mayoría se afincaron en Estados Unidos o Europa y lograron un buen nivel de vida, ajeno a la escasez y pobreza de sus paisanos. Entre todos los grupos de exilados, hay estudios que aseguran que son el grupo de cubanos más exitosos del exilio y, al mismo tiempo, el grupo con raíces más profundas en su tierra natal: la mayoría dejaron familia allá, que aun no ha logrado o no ha querido salir. A los marielitos, los ata a su tierra la sangre y por ella trabajan.
Victimizado por un lado y execrado por otro, el grupo de los que se fueron, tanto en ese episodio censurable como por sus propios medios, pareciera estar jugando una suerte de revancha que debería ser motivo de profunda reflexión. Allí donde todo ha fallado para construir estabilidades indispensables, ha estado el dinero de los que se fueron para palear y cubrir necesidades fundamentales que no por individuales, son prescindibles. Instaurada la normalización del envío de dinero, una buena parte de las familias cubanas de aquí, viven de lo que reciben de sus familiares cubanos de allá. Atrás quedaron los actos de repudio y los insultos. Tal vez sólo sea un amargo recuerdo en el corazón de los que lo vivieron; un recuerdo que empieza a matizarse con los años y con la certeza de que, para la mayoría de los que se arriesgaron a recibirlo, valió la pena el dolor.
sábado, 22 de enero de 2011
Eso puede el que vive con posibles...
Hace mucho tiempo que Adalberto se dedicó a poner su talento a trabajar y dejó de quejarse. Pinta y vende muy bien, escribe y colabora con proyectos culturales exitosos que le proporcionan dos ventajas envidiables: viaja cada vez que quiere, al destino que le provoca y trabaja en el extranjero, cobrando jugosos sueldos en divisas. Adalberto, como otras personas que conocí, es para los estándares tradicionales, un hombre rico; para los estándares cubanos, un hombre MUY RICO.
Simpático, como mucha gente de aquí y presto para conversar, nos invita a cenar en su casa, donde vive con su esposa y su suegra en plan familiar feliz. Ha venido algunas veces a Venezuela, donde yo lo conocí cuando hacia asesorías para el MACSI y desde entonces mantenemos una relación muy cordial. A pesar de que veo con un poco de preocupación que, para mantener su estatus, tiene que echarle alguna flor al régimen de vez en cuando, siempre he pensado que maneja inteligencias superiores que le permiten decir también lo contrario, sin causarse ningún mal.
Mi primera gran sorpresa, es que mi amigo Adalberto vive en su propia burbuja, aun cuando nada de lo exterior le es ajeno. Como bien me explicó alguna vez, él vive de su trabajo, no necesita robarle nada a nadie y no le gusta ni un poquito que el suyo sea un caso extraordinariamente raro. Su casa, puesta con todas las comodidades que uno desea, tiene todo tipo de chucherías tecnológicas, redes de vigilancia, muy buenos muebles, televisores de pantalla plana y antena parabólica, maderas finas y un sinfín de detalles que hablan de una forma de vida absolutamente distinta a la que he visto hasta ahora en las casas visitadas. Su conversación es la segunda sorpresa; una vez más, alguien me demuestra que la solución no está fuera de Cuba, sino en arriesgarse a construir otra Cuba y entender otra manera de vivir. Entonces lo ametrallo a preguntas sobre ese porvenir que parece esquivo.
Armados de un par de cervezas cubanas, (que no me gustan mucho) y muchas ganas de decirnos cosas, descubro en la visita que, tanto como otros, él no desea que nadie muera, pero sabe que tiene que suceder para que se respiren aires frescos; no cree que realmente Raul gobierne, pero le preocupa que en algún momento rompa con las tendencias más o menos modernizadoras de algunos y dé marcha atrás y, cree que para el momento en que ÉL ya no esté más entre nosotros, los únicos que se pondrán histéricos viven en Miami. Contrario a lo que pienso yo, mi amigo me convence para esperar cambios y me pregunta por Venezuela. Le digo, sin vergüenza alguna, que aquí tenemos tres graves problemas de convivencia: La violencia, la polarización y los cubanos.
Me escucha y asiente. Ellos también creen que nuestro gobierno excede su intromisión en los asuntos de ellos. Entonces lo reduce todo a una sola frase contundente:
- Es que si en la oficina del carnet de identidad, a mi me atiende un funcionario venezolano, yo creo que me moriría de rabia…
Entonces supe que me había comprendido…
La Permuta
Todos sabemos, y lo esgrimimos como mantra de castigo cada vez que nos provoca, que en Cuba nadie es dueño del lugar en el que vive y que eso es, precisamente, lo peor que ellos tienen para ofrecerle al mundo.
Mis conocimientos en la materia no iban mucho más allá de eso. Educado por una película que vi hace mucho tiempo en la que se trataba el tema de La Permuta, si alguna información adicional podía exhibir, era la que me ponía al tanto de cómo se obtiene una casa en Cuba y el mecanismo casi divertido de permutar. Pues bien, esa era una de las asignaturas que me urgía esclarecer.
Básicamente, permutar quiere decir “cambiar una cosa por otra”. En Cuba, permutar quiere decir “cambiar una CASA por otra” y eso es lo más lejos que puede llegar un cubano a la hora de querer negociar legalmente la casa que le tocó en suerte; ya que ciertamente, la propiedad privada no existe. A los cubanos en algún momento y por cualquier razón más o menos lógica, les asignan una casa. Esa casa puede ser la que habitaban sus abuelos antes de la revolución, la que dejaron sus primos cuando emigraron, la que le tocó por ser artista o deportista exitoso o la que le dieron por prestarle servicios a la patria. En fin, la que le tocó en suerte. De alguna manera esa es “su casa”, ellos se ocupan de arreglarla como buenamente puedan y la viven cuanto y como puedan. Pero, resulta que un buen día la casa les queda grande o pequeña, o sencillamente quieren irse a vivir a otro barrio o a otra casa. Es entonces cuando empieza la odisea de lograr una permuta.
Lo primero es que, a pesar de estar estrictamente prohibido; en realidad, no hay permuta si no hay plata. CUC´s contantes y sonantes podrán (como en todas partes) ponerlos muy cerca de la casa de sus sueños, gracias a que los interesados en defender la integridad del sistema de permutas se hacen los locos en todo, menos en el simple hecho de que una casa sólo puede permutarse por su equivalente. Las permutas desiguales requieren razones excepcionales y son muy raras; los de arriba, tienen clarísimo que a nadie le gusta bajar de estrato.
Una vez planteada la permuta; por ejemplo, de una planta alta a la que le es imposible acceder a la abuela en silla de ruedas, por una en los bajos de una zona residencial equivalente, el negocio debe someterse a la aprobación del gobierno. Ellos decidirán que los metros habitables, las condiciones generales de mantenimiento y los servicios de ambas casas son similares. Entonces, aprueban el traspaso. Los responsables de ambas casas se ponen de acuerdo y la permuta se efectúa legalmente. El supervisor asignado al caso se marcha y la cosa se pone buena. En una reunión a puerta cerrada en la que participan ambos signatarios, una importante cantidad de CUC cambiará de manos e irá a parar a algún escondite del beneficiario, quien debe empezar a gastarlos discretamente para no despertar sospechas. De ser descubiertos (cosa que casi nunca ha sucedido) ambos podrían terminar viviendo en la cárcel.
Es el ojo tuerto de la justicia. El que se llena de luz cuando nadie lo está viendo y permite que de mudanza en mudanza cualquiera pueda llegar, como siempre lo soñó, a vivir en una casa con piscina. Pero, sólo si tiene como pagarlo y sabe cómo hacer para que nunca lo sepan los que de todos modos lo saben.
Asuntos de mujer
Como si no fuera suficiente con todo lo que una mujer cubana tiene que soportar sobre sus hombros diariamente, “esos días del mes” normalmente vienen con una preocupación adicional, dura y muy desagradable que las convierten en verdaderas heroínas de lo improvisado.
Tengo amigas para quienes la menstruación es algún tipo de tortura cuyo alcance no terminan nunca de entender y lo asumen como una penitencia sin pecados. Inexplicablemente odiosa; pero, ellas tienen todo lo que se necesita para que el trance sea menos insoportable. Si es por escoger como vivirla, tienen la opción de seleccionar, por ejemplo, una toalla sanitaria entre varias marcas, modelos, estilos y formas. Sólo necesitan buscar la que más les gusta y pagar por ella. Bien, esa es una ventaja más que las mujeres cubanas desconocen. Las toallas sanitarias, cuando aparecen, son de una sola marca y hay que pagarlas en CUC. Es decir, se han convertido en un “artículo de lujo” que se compra en supermercados o se obtiene en el mercado negro.
Para quienes no pueden resolverse ni de una forma ni de otra, existe una opción que hemos visto con nuestros ojos y que a mí me parece, (aunque no sé nada de la materia) entre otras cosas, hasta peligrosa. En un concurrido hotel al que vamos a buscar algo, las empleadas que se ocupan de cuidar el baño, están fabricando toallas “artesanales” valiéndose del papel sanitario del hotel (de una calidad un poquitín mejor que el de los hogares) y algodones que consiguieron sabe Dios donde. Allí, a la vista de todos, en la puerta misma del baño y sin que nadie diga nada, estas buenas señoras están resolviendo el problema de sus pares, mientras seguramente se agencian unos pesitos extras.
Cuando lo conversamos, no hay sorpresa en quienes nos oyen. Es más, nos informan que seguramente, esas dos señoras sacaran un buen paquete de toallas al finalizar su jornada y las venden entre sus amigas al llegar a casa; pero, hay más, mañana, seguramente repetirán la operación y en algún momento tendrán que darle algo a alguien para que puedan seguir usando los productos del hotel para su “negocio sanitario”.
Es una de las tantas maneras de luchar. Es lo que algunos llaman, vivir del invento.
jueves, 20 de enero de 2011
Cuentas viejas, chocolate turbio
- ¿Tu sabes en que se equivocaron ellos? ¿Tú sabes cuando empezó toda esta miseria? Yo te lo voy a decir, pipo, Esta cosa empezó en 1970, cuando inventaron la zafra de los 10 millones, sólo para obedecer a los rusos, sin ninguna previsión, sin producción previa y a lo loco. Nos dijeron que había que salir a trabajar la zafra y que “íbamos” a poder cumplir 10 millones de toneladas de azúcar para vencer el bloqueo. Nos desmoralizaron para siempre, hermano. Eso era imposible de lograr y ellos lo sabían…”-
Quien me habla es Alberto, un cubano de rompe y rasga, integro como pocas personas he conocido en la vida, profesor de Historia Cubana y Filología en la Universidad de La Habana y desencantado como pocos, a sus recién cumplidos 32 años de edad. Su acento, lleno de música, resuena en la salita de la casa que comparte con su padre y dos hermanos. Hemos estado hablando durante un par de horas, y yo siento que si el tiempo se detuviera y no quedara otra opción, Alberto me convencería de cambiar el mundo con mis propias manos. Él sabe lo que dice. Él vivió lo que vivió y se ocupó, seriamente, de estudiar el resto. Lo suyo fue un asunto de entender o morir. Y no sólo prefirió entender, escogió quedarse allí, a pesar de las tentadoras ofertas que le agencian tanto su intelecto excepcional como su buena pinta cubana. Alberto no se va; pero no se queda callado.
- Oye, pipo, es que no está bien…ahora resulta que el compañero Raúl (no puedo dejar de escuchar la sorna) se inventa un plan que es puro capitalismo-neo liberal-socialista que no entiende nadie, y encima se pone a aconsejar al loco de ustedes, para que se hunda en la mie…socialista. No, pipo, no…todavía, a la gente como yo, en la Universidad intentan ofrecerle beneficios especiales, para que se meta en la candela comunista. ¿Sabes qué? Un día de estos voy a decirles que sí, porque estoy seguro que no va a pasar nada, de todos modos….
Yo estoy seguro que en otra parte, yo podría vivir muchísimo mejor, sólo a costa de todo lo que he estudiado en mi vida. Pero yo no me voy a ir, porque quiero ver si hacen algo nuevo, de verdad. Mira lo que te voy a decir, pipo, este proyecto fracasó y ellos ya se dieron cuenta, entonces, lo grave es que están negando el proceso para intentar salvar el proceso -
Lo escucho en silencio. Ha logrado dejarme callado por un rato. Lo interrumpo sólo para mencionarle lo que me ha parecido más terrible desde mi llegada: la doble moneda. Alberto me mira serio, hace una pausa y lentamente me pregunta
- ¿Tú has entendido eso?
Le digo que no, que ni un poquito. Sonríe, se me acerca y me agarra por un brazo:
- Te has convertido en cubano ya, caballero…bienvenido a Cuba!
Eugenia y el cuentapropismo
Eugenia tiene 33 años. Estudia desde siempre y jamás ha podido viajar. Su vida ha transcurrido entre libros y si algo puede almacenar con gusto, es una vasta colección de títulos. Recientemente se casó y tuvo su primer hijo, al que le ha podido dedicar todo el tiempo de este mundo, pues goza de una licencia por maternidad de un año. Cualquiera podría imaginarse a Eugenia feliz.
Hoy he venido a su casa de Centro Habana a almorzar con ella y conocer su pequeño. Hace algunos meses Raúl, su marido médico de familia, estuvo “colaborando” con una misión Barrio Adentro y trabamos clandestina amistad. A mi llegada a La Habana la he llamado para verla, y ella me invita “a una casa deplorable, donde recibirás mucho amor”. A la una de la tarde, me recibe en la puerta de un apartamento minúsculo, construido, a duras penas, en el pedazo de patio que pudieron robarle a la antigua casa de los abuelos. Allí viven ellos dos, el hijo de ambos y la madre de ella, que es en realidad, la dueña. Mis ojos, discretamente recorren la casa; no es deplorable, en realidad es triste. No sólo tiene problemas graves de espacio, sino economía exagerada de recursos. Si de alguna forma se las arreglaron para una nevera extra (después supe que vino de Venezuela en alguno de los viajes “misioneros”) no tuvieron la misma suerte con la cocina. El almuerzo, exquisito, fue preparado con precariedad en dos hornillas de gas puestas sobre un cimiento de mampostería.
En las habitaciones se confunden enormes cantidades de libros, que dan fe de su extraordinaria preparación académica, con poquísimos juguetes de niño, y en toda la casa, hay pruebas irrefutables de un hogar en el que vive gente que sabe poner sus neuronas a trabajar. No tienen agua caliente y las pocas pertenencias personales ruedan de una caja a otra, gracias a la absoluta imposibilidad de pensar en armarios.
Eugenia tendrá que reincorporarse a su trabajo, en una empresa gubernamental de alimentos, en pocos días. Está aterrada. El anuncio del recorte de empleos y la consiguiente apertura del cuentapropismo, le tienen los cables cruzados. Ella es Sicólogo, ella tiene un doctorado en Recursos Humanos y algunas otras especialidades y títulos; pero ella, como me dice haciendo gala de un humor mas bien negro, “no sabe forrar botones ni arreglar cabello”. En caso de que su nombre esté en las listas de los que van para la calle, Eugenia se quedará sin empleo, sin sueldo (es misero, pero tiene derecho a algunos CUCS) y sin nada que hacer. Ella no es candidata para engrosar las filas del cuentapropismo; esa nueva palabra de moda, ampara el ejercicio de oficios y previo pago de altos impuestos, permite a los peluqueros, a los zapateros y a las modistas, entre otros, emprender negocios propios. Los sicólogos, aun con rutilantes doctorados, tienen que depender del estado…o anotarse en algún proyecto de “cooperación internacional”…
lunes, 17 de enero de 2011
La nueva vida de Felicia
Después de un matrimonio feliz que duró más de 20 años, Felicia, al igual que muchas mujeres de su edad, se quedó sola a punto de celebrar la cincuentena. Afortunada por tener un marido que de alguna forma pertenecía a la elite de la inteligencia, había trabajado poco en su vida, había sacrificado su propia carrera y había dedicado lo mejor de sus energías a ser madre y esposa. No es que tuviera muchas opciones, de todos modos, pero en su caso particular, trabajar en la calle, no era asunto indispensable.
El día que se dio cuenta de su soledad, completamente desbaratada por dentro, hizo acopio de talentos y logró que una buena amiga le diera un discreto trabajito de asistente en un laboratorio farmacéutico. Su labor allí consiste en “hacer diligencias”. Se ocupa de las meriendas, se ocupa de llevar y traer cheques, resolver temas burocráticos y correr de una esquina a otra de La Habana, para contribuir con el buen funcionamiento del negocio. No posee oficina propia, pero ocupa un pequeñísimo escritorio y tiene una computadora lista cada vez que la necesita. Además, gracias a eso, dispone de algunas horas de conexión a Internet en su propia casa y del uso del viejo automóvil de la empresa para moverse con menos dificultad. Recibe también un salario de casi 400 pesos cubanos (un poco menos de 20 CUCS) y más nada. Felicia, a diferencia de muchísimos cubanos, no tiene familia en el exterior ni forma alguna de redondearse la quincena. Sin el apoyo de su marido, hoy un desconocido pariente, Felicia, a pesar de sus estudios y su fuerza para trabajar, sobrevive de milagro. El salario de hambre que recibe sólo alcanza para los víveres de la libreta, (que bien administrados duran sólo 13 días) y el pago de los servicios básicos. Vive en el apartamento que le asignaron a la familia cuando todos eran felices y echa pa’lante porque no le queda otra salida. Ayudada por los amigos de toda la vida y el mejor ánimo que tenerse pueda, Felicia enfrenta día a día los bemoles de una vida que podría ser mejor, y a eso apuesta. Nunca ha pensado en irse, al menos no seriamente, aunque reconoce que le gustaría poder viajar un poco.
La nueva vida de Felicia, en circunstancias mejores, sería la misma de cualquier mujer del siglo XXI. Lo que pasa es que a ella, le tocó vivirla al amparo de promesas de un cambio que no llegó nunca. Está segura que en alguna parte se equivocaron, pero no logra explicarse abiertamente donde o cómo se podrá rectificar. O si, pero todavía habla bajito cuando le toca quejarse de su suerte. Aun así vive. Y muchas veces, a carcajada limpia y corazón abierto…compañera!.
Clarita y la nieve
Si algo tiene Clarita para triunfar en la vida, es su autenticidad. A sus 20 años, tiene un estilo y una claridad que ya quisieran para si muchas mujeres que le doblan en edad; segura del camino que le ha marcado la vida, va a por todas, armada de un innegable talento que ella expresa a cada minuto. Sabe que, algún día no tan lejano, nos sorprenderá a todos con alguna película inolvidable o empezaremos a darnos cuenta que sus fotografías circulan por Internet como objeto de culto. Con ella he logrado una comunicación que traspasa su verbo atropellado y cubanisimo, logrando darme una buena idea de lo que a los jóvenes, “de allá” les quita el sueño. Sin haber salido de su tierra, más que una fugaz visita de estudios a Argentina, habla un ingles casi perfecto, adora un par de zapatos Converse (que compra bajo cuerda, a precio de ganga, en la tienda donde trabaja una amiga) y empieza a padecer de mal de amores. En nada, Clarita se diferencia de sus iguales. Salvo en el hecho simple de que nació, vive y probablemente vivirá toda su vida en La Habana. ¿Por qué? Pues porque allá está su casa y su gente y no se ha planteado cambiar nada de eso.
En una de nuestras interminables conversaciones, un día Clarita me preguntó como era la nieve. No me preguntó si yo conocía la nieve. Simplemente asumió que la conozco y quiere satisfacer su curiosidad con una descripción detallada y precisa. Su pregunta me sorprende y como no me gusta la nieve, ni las calles nevadas, ni el sucio que deja una nevada, me limité a decirle que era menos linda de lo que la gente imagina.
Entonces ese día me reveló el motivo de su pregunta. Si todo sale como previsto y “los compañeros” deciden darle permiso, irá a Praga por algunos meses a disfrutar de una beca obtenida a fuerza de ser buena en lo que hace. El proyecto está en trámites y aun no tiene nada de seguro, pero ella está embullada y eso basta.
No es tan simple. Ella necesita vencer obstáculos increíbles que dependen de la buena nota de algún funcionario que seguramente no ha tenido su suerte. Al igual que casi todos sus paisanos, ella no tiene, ni puede disponer libremente de un pasaporte. Por lo tanto, ella no puede viajar a ningún lugar del mundo si no es autorizada previamente por una autoridad que no conoce. Por lo pronto está haciendo méritos académicos para que no le nieguen el permiso y espera el momento en que pueda entrarle directamente a la planificación del viaje. En su futuro inmediato aparecen oficinas, documentos y papeles de todo tipo que le permitirán seguramente, ver por primera vez la nieve.
Clarita quiere ver mundo, como todos; pero, ahora su sueño más importante es la nieve. Praga empezará a ser verdad cuando esté en frente. La nieve, podría seguir siendo una fotografía ajena. Dios quiera que no.
Divide y vencerás
Hipnotizados por arengas multitudinarias, discursos grandiosos, promesas de cambio y construcción del hombre nuevo, los cubanos han ido resignándose lentamente a las más perversas formas de discriminación que pueda exhibir una sociedad. No puedo decirlo de ninguna forma poética, porque me siento personalmente ofendido, al constatarlo diariamente en mi semana de descubrimientos de vida.
Superados los días en que no podían entrar a ningún sitio público; hoy pueden entrar donde quieran, pero deben tener CUCS si quieren consumir o comprar algo. Una obra de teatro, por ejemplo, cuesta en promedio 15 CUCs (para muchos el salario de un mes). Un mercado decente puede sobrepasar los 100 CUCS (varios salarios de una familia completa) y la ropa, por ejemplo, aunque sea de mala calidad, no bajará de 60 o 70 CUCs por atuendo, por persona, y de allí al infinito. En su tierra, el sistema ha logrado convertirlos en ciudadanos de segunda aupando, como pocos, la sobrevivencia del mas apto (es decir, el mejor preparado para La Lucha).
Una de las cosas que mejor describe esta manía discriminatoria, son las placas de los automóviles. Ya no hace falta hablar de los modelos imposibles que se pueden ver circulando por las calles como detenidos en el tiempo. Es necesario mirar un poco más allá y notar que las placas de esos autos tienen colores diferentes. Por ejemplo, un auto con placa roja, (casi siempre modelos de última moda) es un vehiculo reservado exclusivamente para el uso del turista. Una placa amarilla (para todos los viejísimos autos de los cubanos) indica uso personal sin mayores restricciones que las permitidas por la suerte. La placa marrón indica que el automóvil pertenece al sitio de trabajo y tiene algunas limitaciones de uso, siendo la más notable su prohibición de entrar al Terminal del aeropuerto por donde se van los que no volverán. Una placa negra indica que se trata de Cuerpo Diplomático y no tiene restricciones, el azul, por el contrario, la portan carros oficiales que tienen áreas restringidas, deben disponer diariamente de una hoja de ruta debidamente autorizada y no pueden por ninguna razón circular fuera del área asignada. El blanco es el color del gobierno y lógicamente puede ir hasta el cielo si le da la gana. Seguramente olvido alguna, no importa, lo que cuenta es que esos mismos carros con diversidad de funciones, son manejados por cubanos a quienes les han sido asignados autos, para que vean languidecer sus esperanzas.
Probablemente es un sitio más donde buscar la razón para tanto desafuero.
viernes, 14 de enero de 2011
Plata para la nochevieja
A excepción de Mérida, en casi todos los lugares del mundo, si usted programa una cena para sus amigos, usted seguramente sabe que visitando el supermercado de siempre conseguirá con facilidad lo que necesita para que todo le salga bien.
Pues bien, está usted en La Habana y en pleno siglo XXI, vencidas muchas de las más oprobiosas prácticas de discriminación y miseria; todavía el cubano que como usted y como yo quiere celebrar Año nuevo, encuentra obstáculos increíbles para que el día sea lo que debe ser.
Veamos si puedo entenderlo: El primer asunto importante aquí es el tema de la plata. De nuevo la odiosa comparación es importante: En todos los países del mundo existe una moneda de circulación nacional cuyo precio, respecto al dólar o Euro, digamos, lo fijan una serie de complicada reglas de economía, vetadas al entendimiento de nuestro mortal cerebro de viajeros.
Uno llega a La Habana y en segundos empieza a vivir una bizarra realidad que prácticamente es imposible de comprender, básicamente porque nadie está buscando que alguien la entienda.
En Cuba circulan dos tipos de moneda, distintas, discriminatorias y excluyentes: El peso cubano, cuyo valor es tan bajo que incluso en los billetes que la representan se nota su baja calidad. Esa moneda, que cubre los salarios de trabajadores del estado (es decir, prácticamente todo el mundo) circula casi con vergüenza, pues es útil para pagar muy pocas cosas: Servicios básicos y algunas cosas para comer, esencialmente los productos del agro (verduras y legumbres). Para todo lo demás, (es decir, para vivir dignamente) existe un engendro rarísimo llamado CUC o peso convertible, que hasta ahora, a mi me parece simplemente una forma horrible de discriminación contra el cubano de a pie.
Casi todo lo que puede comprarse, empezando por comida de verdad, sólo puede pagarse en CUC, una moneda hecha a medida del turista europeo pues tiene la misma paridad del Euro. Para conseguir CUC’s, entonces, el cubano se ve obligado a muchas maromas, casi todas francamente indignas.
Sin embargo intuyo que el asunto es mucho más complejo y como en todo, habrán aristas que no me han sido reveladas. Trataré de no amargarme la semana pensado en eso y navegaré, con cara de experto, entre la escasez que aquí, ya se ha convertido en forma de vida. Decido hacer un periplo por todos los supermercados de la Isla, abastos, tiendas de exquisiteces (existen, son carísimas y se paga TODO en CUCS) licorerías y puestos de verduras para conseguir lo que necesitamos para cocinar esta noche; para mi es nochevieja y vale la pena el esfuerzo, para quienes están conmigo y desean regalarnos una fiesta, es cosa de cada día. Aun así, hago gala de egoismo y pienso que nada va arruinar nuestros planes de nochevieja.
La Habana para unos ojos curiosos
Sin duda necesitaba algo que me estremeciera. Las últimas semanas del 2010 estuvieron tan llenas de sin sentido que opte por el silencio, una opción peligrosa porque nos revela nuestra propia fragilidad y nos convierte en seres estériles e incapaces. Creo que llegué a asustarme de mí. Sencillamente, nada en este mundo era suficiente aliciente para escribir. Parálisis creativa, que llaman algunos; ánimos por el piso, que llamo yo. Tenía que sucederme en algún momento. No podía salir ileso de los ataques diarios de nuestros locos de allá arriba.
Por suerte, mi Rayi acudió en mi ayuda el día que, después de ver la película Habana Eva, tuvo un arranque de nostalgia y soltó, como quien no quiere:
- ¿Y por qué no nos vamos para La Habana en Diciembre?
Tomó un segundo decirme que sí a mí; necesité dos días para imaginármelo todo y decirle que sí a ella; cuando lo hice, no hubo sorpresas para nadie. Tenía una buena parte de mi vida capoteando la curiosidad de Cuba. Esta vez no había excusas.
A partir de ese momento, todo se convirtió en preparativos para un viaje que no se parecía en nada a ningún viaje anterior, básicamente porque nunca lo sentí como una escapada turística, digamos que intenté un viaje para enterrar mitos y descubrir razones. El 29 de Diciembre, a pesar de los millones de advertencias recibidas de quienes sólo se imaginan el horror, y no piensan en la belleza, partimos llenos de paciencia y de entusiasmo. Si no fue fácil desde el principio, tampoco fue lo terrible que nos habían contado. Incomodidades se sufren en todos los viajes, felicidades se viven.
El cuento, largo y con mucha tela, iré haciéndolo poco a poco, más para entenderlo cabalmente que para otra cosa; aun estoy estremecido, aun me maravilla recordar esos días estupendos, aun me resuenan en la mente los hallazgos. Poco a poco se me aclaran, no obstante, dos verdades absolutas: Que es una tontería mayor no ir a La Habana por las razones que solemos esgrimir para estar en contra, y que al negarnos, estamos perdiendo el chance de vivir una experiencia extraordinaria, rodeados de gente muy valiosa.
Los bemoles existen, como no, y habré de compartirlos. Pero no son tantos, aunque son muy fuertes; La Habana es otra vida y es menester conocerla. Aunque cueste horrores entender que hay gente que puede vivir en el pasado y sin libertades básicas.
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