
Después de un matrimonio feliz que duró más de 20 años, Felicia, al igual que muchas mujeres de su edad, se quedó sola a punto de celebrar la cincuentena. Afortunada por tener un marido que de alguna forma pertenecía a la elite de la inteligencia, había trabajado poco en su vida, había sacrificado su propia carrera y había dedicado lo mejor de sus energías a ser madre y esposa. No es que tuviera muchas opciones, de todos modos, pero en su caso particular, trabajar en la calle, no era asunto indispensable.
El día que se dio cuenta de su soledad, completamente desbaratada por dentro, hizo acopio de talentos y logró que una buena amiga le diera un discreto trabajito de asistente en un laboratorio farmacéutico. Su labor allí consiste en “hacer diligencias”. Se ocupa de las meriendas, se ocupa de llevar y traer cheques, resolver temas burocráticos y correr de una esquina a otra de La Habana, para contribuir con el buen funcionamiento del negocio. No posee oficina propia, pero ocupa un pequeñísimo escritorio y tiene una computadora lista cada vez que la necesita. Además, gracias a eso, dispone de algunas horas de conexión a Internet en su propia casa y del uso del viejo automóvil de la empresa para moverse con menos dificultad. Recibe también un salario de casi 400 pesos cubanos (un poco menos de 20 CUCS) y más nada. Felicia, a diferencia de muchísimos cubanos, no tiene familia en el exterior ni forma alguna de redondearse la quincena. Sin el apoyo de su marido, hoy un desconocido pariente, Felicia, a pesar de sus estudios y su fuerza para trabajar, sobrevive de milagro. El salario de hambre que recibe sólo alcanza para los víveres de la libreta, (que bien administrados duran sólo 13 días) y el pago de los servicios básicos. Vive en el apartamento que le asignaron a la familia cuando todos eran felices y echa pa’lante porque no le queda otra salida. Ayudada por los amigos de toda la vida y el mejor ánimo que tenerse pueda, Felicia enfrenta día a día los bemoles de una vida que podría ser mejor, y a eso apuesta. Nunca ha pensado en irse, al menos no seriamente, aunque reconoce que le gustaría poder viajar un poco.
La nueva vida de Felicia, en circunstancias mejores, sería la misma de cualquier mujer del siglo XXI. Lo que pasa es que a ella, le tocó vivirla al amparo de promesas de un cambio que no llegó nunca. Está segura que en alguna parte se equivocaron, pero no logra explicarse abiertamente donde o cómo se podrá rectificar. O si, pero todavía habla bajito cuando le toca quejarse de su suerte. Aun así vive. Y muchas veces, a carcajada limpia y corazón abierto…compañera!.
Lo mas difícil es continuar el camino...Lo mas sorprendente es que bien o mal uno sigue.
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