
Pasando un día por una avenida cerca del mar, Felicia nos contó el horror que vivió cuando, abiertas las compuertas, se autorizó la salida de cientos de cubanos en lo que se conoció como el Éxodo de Mariel. Entonces, los obligaban a pararse frente al lugar en que estacionaban los autobuses que conducían a los viajeros y a gritar toda clase de improperios en su contra en lo que se conoce como actos de repudio. Ella tuvo que acudir a uno de esos y salió escandalizada para siempre. Nunca más volvió.
Han pasado años desde entonces. Hoy, los marielitos de ayer, son hombres y mujeres que en su mayoría se afincaron en Estados Unidos o Europa y lograron un buen nivel de vida, ajeno a la escasez y pobreza de sus paisanos. Entre todos los grupos de exilados, hay estudios que aseguran que son el grupo de cubanos más exitosos del exilio y, al mismo tiempo, el grupo con raíces más profundas en su tierra natal: la mayoría dejaron familia allá, que aun no ha logrado o no ha querido salir. A los marielitos, los ata a su tierra la sangre y por ella trabajan.
Victimizado por un lado y execrado por otro, el grupo de los que se fueron, tanto en ese episodio censurable como por sus propios medios, pareciera estar jugando una suerte de revancha que debería ser motivo de profunda reflexión. Allí donde todo ha fallado para construir estabilidades indispensables, ha estado el dinero de los que se fueron para palear y cubrir necesidades fundamentales que no por individuales, son prescindibles. Instaurada la normalización del envío de dinero, una buena parte de las familias cubanas de aquí, viven de lo que reciben de sus familiares cubanos de allá. Atrás quedaron los actos de repudio y los insultos. Tal vez sólo sea un amargo recuerdo en el corazón de los que lo vivieron; un recuerdo que empieza a matizarse con los años y con la certeza de que, para la mayoría de los que se arriesgaron a recibirlo, valió la pena el dolor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario