Hace algunos años, Mariela vino de Apure a estudiar en la Universidad de Los Andes. No le fue mal, vivió en un apartamento relativamente bueno, compartido con tres compañeras e hizo trabajitos en una cosa y otra, hasta que un buen día le sonrió la suerte: una familia la contrató para que los ayudara a cuidar al padre enfermo, ella lo hizo admirablemente, la voz se corrió y durante los cinco años y pico que tardó en graduarse, no le faltó un enfermo que atender.
Mariela, como quien cumple un destino trazado, estudió enfermería. Salvo ocasionales encontronazos con Fisiología, estudiar tuvo la facilidad de las cosas que se hacen porque se quieren hacer. Al graduarse, exhibe orgullosa excelentes credenciales académicas y el afecto de familias a las que permitió enfrentar con ánimo, el duro trance de un enfermo grave en casa. Mariela si algo puede acumular, son recomendaciones.
En el último año de la carrera y para foguearse un poco, empezó a trabajar en el Hospital Universitario de Los Andes como enfermera contratada; su sueldo sobrepasa ligeramente los 2 mil bolívares, si incluye el bono alimentario, y su jornada diaria se extiende por horas interminables, entre la sala de emergencias y el quirófano de un hospital siempre al borde mismo del colapso.
Para poderse mantener con cierta dignidad, Mariela necesita, más que antes, el auxilio de sus enfermos privados; el pago del hospital, que debería ser fijo, normalmente se acumula por dos o tres meses cada vez, llenándola de deudas que se resuelven medianamente, con el pago simbólico de familias a quienes ella cobra lo que ellos realmente puedan pagar. Sus días de trabajo, que incluyen casi todos los domingos, se alargan por 16 o 18 horas, durante las cuales ella se expone a epidemias, maltrato, enfermedades, irrespeto y violencia. Todos los días, ella es la que cierra los ojos de alguien y miles de veces, ha tenido que hacer maromas para ponerse a salvo de la furia de un malandro mal herido, en busca de salvación.
Si ella supiera hacerlo, me ha dicho varias veces, podría escribir un libro de historias de terror y sacrificios. Pero, ella no está para contar cuentos. Ella está para demostrarle al mundo que, su historia, en contra de las cosas obvias, es UN ASUNTO DEL QUE SI VALE LA PENA HABLAR.
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