Tengo varios días preguntándome cuándo empezó todo esto.
Suele sucederme, la memoria parece irse de vacaciones cuando necesito, para
satisfacción de mis múltiples obsesiones, ponerle fecha de inicio a eventos que
rompen abruptamente la tranquilidad de mis rutinas. ¿Fue el 06 de enero? Ese día, al país lo
estremeció la muerte de una de sus reinas de belleza, a manos de inhumanos
delincuentes de carretera. ¿Fue después de ese inexplicable crimen? ¿Estaba
pasando algo antes de la aciaga noticia? ¿Se juntó el crimen de Mónica con el
silencio de los anaqueles? ¿Se nos subió a la cabeza el último céntimo que no
tuvimos para gastar en lo imprescindible? ¿Cuándo fue qué nos pasó lo que nos pasó?
No pretendo un análisis ilustrado. No soy, y eso lo he dicho
mil veces, la voz que debe alzarse por los que, como yo, padecemos la furia de
un gobierno que seguramente nos odia. No tengo las herramientas. Pretendo
- cosa que a lo mejor me resulta válida
- un acercamiento a datos, a fechas, a
momentos que justifiquen todo lo que estamos viviendo: una trágica jornada de
lutos superpuestos acechándonos el despertar de cada día, para ver de qué
manera nos enfrenta al estupor de no comprender ni la salida del sol.
Despertar, en Venezuela, se ha convertido en una carrera al teléfono, en una
salida asustada al balcón, en una llamada que busque darnos la tranquilidad
momentánea de saber a nuestros afectos sanos y salvos en la misma incertidumbre
de nosotros. Un conteo rápido a las provisiones para saber si podemos postergar
algunas horas la búsqueda de nuevos alimentos y un quiera Dios que, permanentemente pegado hasta en la boca de los
ateos. Despertar en Venezuela, supone hacerlo muchas veces por el ruido de
detonaciones, por el susto de no saber diferenciar una bala de fusil de un
disparo de chopo, una bomba molotov de un mortero. Vivir, en Venezuela, se ha convertido en
zozobrar. En crear emociones falsas o dejarse llevar solamente por emociones
inventadas imposibles de comprender exactamente. No sabemos lo que somos y hay algo que es
peor: no sabemos si siendo algo, llegaremos a algún lugar al que la luz entre a
raudales.
Sobrevivimos con apuro. Desconfiamos ahora más que nunca
hasta de la sombra, bajamos la voz cuando queremos alzarla, sorteamos
motorizados para evitar enfrentar al que probablemente tenga un arma, regalada
por el poder, con la orden de vaciarla en la cabeza que acoge ideas diferentes.
Y en medio de todo eso, de algún modo imposible de soportar, damos espacio a
toda la violencia de este mundo. Somos
un país de hijos únicos. No reconocemos a nadie como hermano. Puestos a
salvarnos, salvaremos el afecto indispensable dejando atrás, sin
importarnos, cualquiera que no llegue a tiempo al bote salvavidas. No, no estamos todos
en esto,
está cada quien en lo suyo aunque el destino de muchos (que no de todos,
ni de la mitad exacta) sea más o menos el mismo.
¿Cuándo empezó todo esto? Esa pregunta no cesa de dar vueltas
en mi cabeza. Hace cuatro años mi edificio fue salvajemente atacado por el
mismo colectivo armado que hoy redobla ataques contra una buena parte de los
edificios de Mérida. ¿Empezó ese día? Creo que no. Con frecuencia, la ciudad,
envilecida por la basura que llena sus calles de problema insoluble, amanece de
cauchos quemados e intercambio de piedras. Los merideños sabemos que es así,
estamos acostumbrados a vivir entre “disturbios”. Nunca, sin embargo, uno de
esos disturbios había aplazado una Feria. Nunca uno de esos disturbios había
arruinado tres o cuatro domingos seguidos. Nunca un disturbio dejó sin
clientela al Bodegón de Pancho. Nunca el
comedor universitario apago sus hornillas por tanto tiempo. Nunca los
universitarios de este pueblo fueron tan perseguidos, humillados y maltratados.
Entonces, ¿empezó esto el 12 de febrero? Me permito creer que no.
Ningún demonio sale a campear sus fueros si no sabe que podrá
hacerlo con seguridad y oficio. Ningún demonio se mete en la vida de la gente
de gratis. Ningún demonio sale a entorpecer despertares si no está seguro que
los arruinará sin esfuerzo. Los demonios
son cobardes, se esconden de la luz, usan disfraces, son montoneros, no dan la
cara, hablan una jerga incomprensible; pero, sobre todo, no salen a un campo que no haya sido abonado.
Ningún demonio lacera tu vida, si no le has dado permiso para que lo haga. Ninguno deja instrucciones y se va, si no está seguro que serán cumplidas. ¿Cuándo empezó todo esto?
¿Sería acaso el día que dejamos entrar los demonios porque creímos que con ellos estábamos sacándonos de encima a quienes solo fueron almas negras?
Ningún demonio lacera tu vida, si no le has dado permiso para que lo haga. Ninguno deja instrucciones y se va, si no está seguro que serán cumplidas. ¿Cuándo empezó todo esto?
¿Sería acaso el día que dejamos entrar los demonios porque creímos que con ellos estábamos sacándonos de encima a quienes solo fueron almas negras?
No hay comentarios:
Publicar un comentario