Horas más, horas menos, ya hace un mes que, desbordados por
nuestro particular rosario de calamidades, los estudiantes – primero
- y una buena parte de la sociedad después, está lanzada a la calle en una
jornada de protesta que ha evidenciado, para empezar, lo poco que el pueblo opositor de Venezuela
es parte del pueblo de Venezuela. Contar lo sucedido en estos días es un
ejercicio innecesario de llover sobre
mojado, fundamentalmente porque se
vive en el día a día de quienes están y no están de acuerdo con esta vida al revés que llamamos protesta.
Polarizados, divididos hasta por infranqueables fronteras existenciales (que no
existencialistas) y agobiados ante la avalancha de noticias que nadie puede
confirmar, porque en Venezuela la posibilidad de confirmar una noticia es señal
de tiempos muy remotos, los ciudadanos de este país sacudimos todas nuestras horas
en discusiones interminables sobre la validez de las trincheras, la necesidad
de la barricada, la justificación de lo que sectores oficialistas han dado en llamar
“guarimba” y las formas un poco más creativas de pedirle al régimen que
contenga lo mucho que nos odia y nos
devuelva un pedazo de un país que sabemos merecer tanto como el que más.
No me gusta la guarimba.
No me siento cómodo viviendo en una ciudad cuya mitad más residencial está
permanentemente alterada en su cotidianidad debido, no solo a trincheras que
parecen tener vida propia, sino a los diarios enfrentamientos con “los
colectivos” que han dejado ya un buen saldo de heridos y víctimas fatales. Es cierto que ante eso, una importante cantidad
de merideños sentimos una ambigua sensación de basta ya; pero, también ante
eso, nos asalta una pregunta ineludible: ¿Qué sucede para qué, en
lugar de ofrecernos una alternativa que nos haga sentir parte de la solución, el
poder nos aterrorice con el uso desmedido de sus bandas armadas? ¿Por qué en lugar de invitarnos a
conversar para ofrecernos la opción de arrimarle el hombro al futuro, el poder
nos amenaza diariamente cercándonos toda posibilidad de expresarnos libremente?
Los problemas de Venezuela son muy puntuales. Existen, son muy concretos. Puestos a enumerarlos podrías tocarlos con las manos: ausencia de productos tan básicos para el confort hogareño como el papel higiénico, escasez insoportable de alimentos fundamentales de nuestra dieta, extraordinaria inseguridad personal, censura a los medios de comunicación, violencia urbana, exclusión, segregación, poderes públicos secuestrados, impunidad criminal y la que probablemente sea la corrupción “oficial” más alta de país alguno, hacen de uno de los países más ricos del mundo, un polvorín de atraso y mendicidad - impuesta por el régimen que lleva 15 años en el poder – en el que vivir es una proeza descomunal de resistencia. Entonces, ¿Nos van a permitir solucionar estos asuntos entre todos, o nos van a forzar a continuar en esta guarimba de vida? ¿Está el gobierno venezolano dispuesto a permitir que seamos parte de la solución, o va a continuar hundiéndonos en el pozo oscuro de la descalificación grosera, reduciendo nuestra existencia a la de simples “héroes quema cauchos”? ¿Cuál es el plan en manos de quienes detentan el poder (y aquí vale la pena hacer una digresión basada en el cuento que ellos cuentan: un poder que les dimos nosotros, según nos dicen diariamente, al haber votado por ellos en una elecciones que ellos califican de libres) ¿cuál es el plan, repito, que tienen para responderle a quienes, impactados por el cariz que han tomado los acontecimientos, se preguntan diariamente que es lo qué nos está pasando? Hasta ahora, la respuesta a esas preguntas ha sido muy claramente dicha en cadena nacional de radio y televisión: “candelita que se prende, candelita que me apagan (los colectivos armados)” y/o “a cualquier periodista internacional que se pase de la raya lo saco del país ahora mismo” con la consabida andanada de insultos al que se le ha acuñado el desagradable nuevo epíteto de fascista. Si, resulta que los fascistas somos lo que exigimos un espacio para convivir en la diferencia. ¿Cuál es el plan que tiene el poder para respondernos? ¿Prisión? ¿Asaltos de madrugada? ¿Oprobio? ¿O es que el proyecto de país que nos ofrecen, está reflejado en el espejo que refleja con precisión la triste realidad de un legado que algunos defienden con su vida y no es otro que las colas interminables y los graves pleitos que se producen en las tiendas de alimentos?
Si es así, vale la pena que pensemos un poco más y antes de preguntarnos, escandalizados, ¿qué nos está pasando?, ¿por qué nos estamos matando sin remordimiento alguno? nos preguntemos ¿por qué somos capaces de cualquier comportamiento inhumano (ya se han dado dos casos de saqueos a camiones accidentados de alimentos, en los que el conductor ha muerto por no recibir el debido auxilio de sus vecinos) por conseguir un simple kilo de leche? ¿Qué nos está pasando que podemos gastar 5 o 6 horas de nuestra vida diaria en una fila, bajo el inclemente sol de este trópico brutal, ante la puerta de un supermercado para comprar cualquier cosa que tengan a bien vendernos y sentirnos felices de haberlo conseguido? ¿Es que acaso, como escuché recientemente, la solución – que agradeceremos - será instalar toldos a las puertas de los abastos para protegernos del sol? ¿De qué estamos hablando? ¿Es simple escasez o una muestra vergonzosa del verdadero estado de nuestra economía? Puede que haya mil razones para justificar tal sin sentido, pero, aquella repetida hasta la saciedad por los cínicos voceros del desgobierno según la cual, compramos más porque comemos más, no puede ser la respuesta. Sencillamente, porque es mentira.
Si, es cierto que queremos un cambio de rumbo, un gobierno que responda a nuestras exigencias. Es cierto, como dijo alguien por ahí en demostración de una burla hiriente, que queremos un presidente nuestro; pero, no podemos ganarlo en elecciones porque la maquinaria estatal que se ocupa de permitirlo, nos ha llevado de fraude en fraude a la ilegalidad mas cochambrosa. Entonces, ¿esperamos que la sangre cubra cada centímetro cuadrado del millón de kilómetros que forma nuestro gentilicio o nos sentamos a ver qué hacemos con esto, sin Gabriela en la Defensoría del Pueblo, sin Luisa en la Fiscalía, sin Tibisay en el CNE, ni Leopoldo e Iván en la cárcel?. Nosotros queremos medirnos en unas elecciones, queremos incluso ganarlas; mejor será que nos permitan demostrar que podemos o la guarimba va a tener que empezar a tener sentido. Y me perdonan los pacifistas.
Los problemas de Venezuela son muy puntuales. Existen, son muy concretos. Puestos a enumerarlos podrías tocarlos con las manos: ausencia de productos tan básicos para el confort hogareño como el papel higiénico, escasez insoportable de alimentos fundamentales de nuestra dieta, extraordinaria inseguridad personal, censura a los medios de comunicación, violencia urbana, exclusión, segregación, poderes públicos secuestrados, impunidad criminal y la que probablemente sea la corrupción “oficial” más alta de país alguno, hacen de uno de los países más ricos del mundo, un polvorín de atraso y mendicidad - impuesta por el régimen que lleva 15 años en el poder – en el que vivir es una proeza descomunal de resistencia. Entonces, ¿Nos van a permitir solucionar estos asuntos entre todos, o nos van a forzar a continuar en esta guarimba de vida? ¿Está el gobierno venezolano dispuesto a permitir que seamos parte de la solución, o va a continuar hundiéndonos en el pozo oscuro de la descalificación grosera, reduciendo nuestra existencia a la de simples “héroes quema cauchos”? ¿Cuál es el plan en manos de quienes detentan el poder (y aquí vale la pena hacer una digresión basada en el cuento que ellos cuentan: un poder que les dimos nosotros, según nos dicen diariamente, al haber votado por ellos en una elecciones que ellos califican de libres) ¿cuál es el plan, repito, que tienen para responderle a quienes, impactados por el cariz que han tomado los acontecimientos, se preguntan diariamente que es lo qué nos está pasando? Hasta ahora, la respuesta a esas preguntas ha sido muy claramente dicha en cadena nacional de radio y televisión: “candelita que se prende, candelita que me apagan (los colectivos armados)” y/o “a cualquier periodista internacional que se pase de la raya lo saco del país ahora mismo” con la consabida andanada de insultos al que se le ha acuñado el desagradable nuevo epíteto de fascista. Si, resulta que los fascistas somos lo que exigimos un espacio para convivir en la diferencia. ¿Cuál es el plan que tiene el poder para respondernos? ¿Prisión? ¿Asaltos de madrugada? ¿Oprobio? ¿O es que el proyecto de país que nos ofrecen, está reflejado en el espejo que refleja con precisión la triste realidad de un legado que algunos defienden con su vida y no es otro que las colas interminables y los graves pleitos que se producen en las tiendas de alimentos?
Si es así, vale la pena que pensemos un poco más y antes de preguntarnos, escandalizados, ¿qué nos está pasando?, ¿por qué nos estamos matando sin remordimiento alguno? nos preguntemos ¿por qué somos capaces de cualquier comportamiento inhumano (ya se han dado dos casos de saqueos a camiones accidentados de alimentos, en los que el conductor ha muerto por no recibir el debido auxilio de sus vecinos) por conseguir un simple kilo de leche? ¿Qué nos está pasando que podemos gastar 5 o 6 horas de nuestra vida diaria en una fila, bajo el inclemente sol de este trópico brutal, ante la puerta de un supermercado para comprar cualquier cosa que tengan a bien vendernos y sentirnos felices de haberlo conseguido? ¿Es que acaso, como escuché recientemente, la solución – que agradeceremos - será instalar toldos a las puertas de los abastos para protegernos del sol? ¿De qué estamos hablando? ¿Es simple escasez o una muestra vergonzosa del verdadero estado de nuestra economía? Puede que haya mil razones para justificar tal sin sentido, pero, aquella repetida hasta la saciedad por los cínicos voceros del desgobierno según la cual, compramos más porque comemos más, no puede ser la respuesta. Sencillamente, porque es mentira.
Si, es cierto que queremos un cambio de rumbo, un gobierno que responda a nuestras exigencias. Es cierto, como dijo alguien por ahí en demostración de una burla hiriente, que queremos un presidente nuestro; pero, no podemos ganarlo en elecciones porque la maquinaria estatal que se ocupa de permitirlo, nos ha llevado de fraude en fraude a la ilegalidad mas cochambrosa. Entonces, ¿esperamos que la sangre cubra cada centímetro cuadrado del millón de kilómetros que forma nuestro gentilicio o nos sentamos a ver qué hacemos con esto, sin Gabriela en la Defensoría del Pueblo, sin Luisa en la Fiscalía, sin Tibisay en el CNE, ni Leopoldo e Iván en la cárcel?. Nosotros queremos medirnos en unas elecciones, queremos incluso ganarlas; mejor será que nos permitan demostrar que podemos o la guarimba va a tener que empezar a tener sentido. Y me perdonan los pacifistas.
Excelente reflexión
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