Por suerte, conozco poca gente que no irá a votar el domingo,
cosa que no es medida de nada pues vivo rodeado de demócratas convencidos, adversarios de este régimen de horrores. En
todo caso, si tuviera que medir el nivel de abstención esperado tomando como
rasero la gente que me rodea, sería capaz de decir que, TODO EL MUNDO, acudirá
a las urnas este domingo que viene. Eso nos complace mucho. Pareciera que
después de varios años repitiendo argumentos convincentes a favor del voto,
hemos ido calando en las conciencias remolonas de la democracia. Si hacemos
caso a las encuestas, este domingo, además, puede que salga derrotada la
abstención.
Por supuesto que no del todo. Existen aun personas que no
terminan de comprender lo equivocados que están quedándose en sus cómodos sofás
este domingo. Peor, existen personas que, a pocas horas de la hazaña, continúan
pregonando sus discursos inútiles a favor de “salvar el voto”. Muchos de ellos
se hacen llamar “miembros de la resistencia”; uno de las tantas cosas que en esta
lucha contra el poder dañino, no ha logrado aclarar su significado, pero hace
ruido constante. Muchos de ellos, pues, no están de acuerdo con votar,
convencidos de que la alternativa al voto es una cosa dificilísima llamada
“desobediencia ciudadana” que, si es verdad, suena de lo más bonito (ojalá y se
pudiera lograr) pero está teñida del oscuro presagio de la utopía. Lo que más
daño nos ha hecho. La utopia, lo que logró llevarnos a este caos en el que
estamos. El error más grande: soñar con la utopía realizable quedándose del
lado soñador, como quienes no irán a votar este domingo 6 de diciembre; es
decir, como los verdaderos colaboradores de una dictadura que día a día nos
avergüenza y nos humilla, despojándonos poco a poco de las herramientas con las
cuales, si nos atreviéramos, podríamos enfrascarnos en una gran jornada de
Desobediencia Ciudadana, el proyecto más bonito de todos los que nunca podremos
realizar, mediado un siglo XXI en el que restablecer valores y conciencias es
la tarea más compleja que deberá emprender el que venga o que deberíamos
emprender sin demora, todos juntos.
Abstenerse… ¿para qué? ¿Con que argumento? ¿Cómo puede alguien que se llame a si mismo demócrata, perder la oportunidad de demostrar que lo poco que nos queda de decencia, va a salir a flote el domingo para empezar a armar el rompecabezas de lo imposible con un poco de compromiso y valor? ¿Cómo puede alguien que se llame demócrata, atreverse a perder la oportunidad de validar el acto que da sentido a la democracia? Nunca voy a poder entenderlo. Si me cuesta horrores entender que algunas personas viajen el jueves o viernes para no tener que enfrentarse a votar (es la única oportunidad que tengo para ir a ver a mi hijo, que pena, dirán algunos) mucho menos entiendo a los que se abstienen con argumentos rebuscados en los que siempre terminamos quedando, NOSOTROS LOS QUE VOTAMOS, como legitimadores del dictador y sus desmanes. Dígame usted: ¿quien legitima mas al régimen: usted que se quedó en su casa bramando la pataleta del radical que preferiría prenderle fuego a la vida – ajena – antes que aprovechar la instancia constitucional que puede ser un salvavidas, o yo, que me levantaré temprano y entusiasmado a cumplir con mi deber de ciudadano demócrata? ¿Qué quiere usted? ¿Una guerra a la que se llegue por vía de las revueltas que seguramente causaran las armas represoras del tirano, cuando decidamos no volver a hacerle caso? ¿Va usted a ponerle el pecho a esas armas?
Estoy seguro que decir esto no hará que ningún abstencionista convencido cambie su tónica. Me gustaría poder decir que lo respeto. No puedo. No puedo por una razón sencilla y clara como el agua: en este momento histórico, abstenerse no es una decisión personal que le pertenece a usted, como le pertenece su vida. En este momento histórico, abstenerse es voltearle la espalda a un colectivo que usted integra y del que, seguramente, alguna vez se ha expresado en términos grandilocuentes de admiración y cariño: SU PAIS. Sus novecientos doce mil kilómetros cuadrados de tierra llamados Venezuela que según muchos, de un lado y de otro, se conocen como PATRIA y está de moda amar con denuedo. En este momento histórico, abstenerse es una malcriadez de niñito inconsciente al que no le dieron su Barbie; en este momento histórico, abstenerse es una traición. Su voto, el que seguramente sería en contra del sistema, nos hace una falta enorme. Su papeleta en blanco no solo hablará muy mal de su ausencia imperdonable, dará pie a nuestro corrompido sistema electoral para que sea llenada a favor de quien usted dice adversar, allanando con bajeza su más inviolable intimidad: la de su conciencia. Si usted no vota, alguien votará por usted, lo hará en contra de su libertad y de su esperanza; la culpa será enteramente suya. Usted pudo evitarlo, usted no tiene excusa, no venga usted a decirme que no vota porque considera a la MUD un grupo colaboracionista. No venga con el cuento de los arreglos pactados y la pureza de su alma. No venga con el cuento de que la MUD, esa gran fuerza opositora que está a minutos de cristalizar el anhelo más grande de nuestra historia reciente, está “cuadrada con el régimen” y por tanto usted no dará su voto para legitimar acuerdos soterrados de sabe Dios qué infame especie. No lo diga, no lo repita más. No caiga usted tan bajo. No desconozca usted el intrincado trabajo de filigrana que significa - y significará - jugar en el tablero de Miraflores para restablecer las libertades con las que usted sueña y está regalándole a su verdugo.
Usted quiere una guerra, salga y empuñe las escopetas. Póngale el pecho a las balas, nosotros lloraremos su muerte. Pero, piense un momento en su postura: aun con todas sus horribles fallas y desgracias, el régimen que adversamos nos está abriendo una mínima puerta por la que entraremos con brío. Las armas de un radical abstencionista son físicamente letales. Las de un demócrata no; pasa que las segundas, suelen ser las que la historia recuerda con gallardía.
Abstenerse… ¿para qué? ¿Con que argumento? ¿Cómo puede alguien que se llame a si mismo demócrata, perder la oportunidad de demostrar que lo poco que nos queda de decencia, va a salir a flote el domingo para empezar a armar el rompecabezas de lo imposible con un poco de compromiso y valor? ¿Cómo puede alguien que se llame demócrata, atreverse a perder la oportunidad de validar el acto que da sentido a la democracia? Nunca voy a poder entenderlo. Si me cuesta horrores entender que algunas personas viajen el jueves o viernes para no tener que enfrentarse a votar (es la única oportunidad que tengo para ir a ver a mi hijo, que pena, dirán algunos) mucho menos entiendo a los que se abstienen con argumentos rebuscados en los que siempre terminamos quedando, NOSOTROS LOS QUE VOTAMOS, como legitimadores del dictador y sus desmanes. Dígame usted: ¿quien legitima mas al régimen: usted que se quedó en su casa bramando la pataleta del radical que preferiría prenderle fuego a la vida – ajena – antes que aprovechar la instancia constitucional que puede ser un salvavidas, o yo, que me levantaré temprano y entusiasmado a cumplir con mi deber de ciudadano demócrata? ¿Qué quiere usted? ¿Una guerra a la que se llegue por vía de las revueltas que seguramente causaran las armas represoras del tirano, cuando decidamos no volver a hacerle caso? ¿Va usted a ponerle el pecho a esas armas?
Estoy seguro que decir esto no hará que ningún abstencionista convencido cambie su tónica. Me gustaría poder decir que lo respeto. No puedo. No puedo por una razón sencilla y clara como el agua: en este momento histórico, abstenerse no es una decisión personal que le pertenece a usted, como le pertenece su vida. En este momento histórico, abstenerse es voltearle la espalda a un colectivo que usted integra y del que, seguramente, alguna vez se ha expresado en términos grandilocuentes de admiración y cariño: SU PAIS. Sus novecientos doce mil kilómetros cuadrados de tierra llamados Venezuela que según muchos, de un lado y de otro, se conocen como PATRIA y está de moda amar con denuedo. En este momento histórico, abstenerse es una malcriadez de niñito inconsciente al que no le dieron su Barbie; en este momento histórico, abstenerse es una traición. Su voto, el que seguramente sería en contra del sistema, nos hace una falta enorme. Su papeleta en blanco no solo hablará muy mal de su ausencia imperdonable, dará pie a nuestro corrompido sistema electoral para que sea llenada a favor de quien usted dice adversar, allanando con bajeza su más inviolable intimidad: la de su conciencia. Si usted no vota, alguien votará por usted, lo hará en contra de su libertad y de su esperanza; la culpa será enteramente suya. Usted pudo evitarlo, usted no tiene excusa, no venga usted a decirme que no vota porque considera a la MUD un grupo colaboracionista. No venga con el cuento de los arreglos pactados y la pureza de su alma. No venga con el cuento de que la MUD, esa gran fuerza opositora que está a minutos de cristalizar el anhelo más grande de nuestra historia reciente, está “cuadrada con el régimen” y por tanto usted no dará su voto para legitimar acuerdos soterrados de sabe Dios qué infame especie. No lo diga, no lo repita más. No caiga usted tan bajo. No desconozca usted el intrincado trabajo de filigrana que significa - y significará - jugar en el tablero de Miraflores para restablecer las libertades con las que usted sueña y está regalándole a su verdugo.
Usted quiere una guerra, salga y empuñe las escopetas. Póngale el pecho a las balas, nosotros lloraremos su muerte. Pero, piense un momento en su postura: aun con todas sus horribles fallas y desgracias, el régimen que adversamos nos está abriendo una mínima puerta por la que entraremos con brío. Las armas de un radical abstencionista son físicamente letales. Las de un demócrata no; pasa que las segundas, suelen ser las que la historia recuerda con gallardía.
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