Hoy volvemos a ser parte, un año más, de esa algarabía que en
estos lares se manifiesta con ruido. Mucho ruido. Música sonando desde un
amanecer cundido de preparativos, pólvora estallando porque si, como ensayo de la que reventará esta noche.
Abrazos. Carcajadas. Comida. Montones de comida que parecen milagro del
Espíritu Santo y una mesa, servida con las galas que cada uno puede permitirse,
esperando por una o más rondas de comensales hambrientos de navidad,
atilampados de buenos deseos, ebrios de Niño Jesús y regalos. Hoy es ese día
del año. Hoy es Nochebuena. Hoy nos toca, con alegría, sentarnos a la mesa de
nuestros amores y celebrar la buena noticia: en un portal de Belén, que es el
corazón de cada uno de nosotros, ha
nacido el Niño Dios. El Niño Dios suyo, mío y de cualquiera. El que se viste de
sedas o el que casi desnudo manotea a una mula y un buey. El que no despierta
sino un levantar de cejas escéptico o el que nos llena el corazón de fe y ganas
de estar bien, estando. El Niño Dios que cada quien, equivocado o no, ha
decidido hacer crecer dentro de sí.
Le propongo, entonces,
una manera especial de recibirlo (porque, aunque sea usted el más descreído de
los seres, hoy se renueva la esperanza y nos llegan buenas nuevas) Esta
especial Nochebuena pueble usted su vida de autenticidad. Llene usted su vida
con lo mejor de usted mismo. Haga usted que su vida tenga un momento para
detener el carro y recuerde que, aunque
no está usted en capacidad de amar a todo el mundo, literalmente; si que está
de hacerlo a lo más cercano que usted tiene. Revise pues sus amores. Esparza
pues sus cariños. Enseñe a quien requiere aprendizaje, aprenda de quien
disfruta sapiencias. Traiga a la mesa más luz y menos cantinela, sirva un
banquete en el que la algarabía vaya despertando en boca a medida que empiece a
ser saboreado.
Y lleve usted a su mesa, su país. Llámelo como quiera. Póngale el mote que haya escogido para nombrarlo. Hoy, aceptamos incluso que Patria no es una mala palabra. Escuche algo, por bien que le esté yendo a usted en estos tiempos, recuerde que si a su país no le va igual de bien, su vida será agua de borrajas más temprano que tarde. Anímese, traiga el país a su mesa, es mas, conviértalo en su mesa. Engalánelo con el amor que tantas veces ha dicho profesarle y agradézcale lo bueno y lo malo que le ha dado. Quizás, si todos entendemos que este techo que nos protege tiene un nombre biensonante, seamos capaces de curar tanta herida y tanto daño.
Es Nochebuena. Debe ser por algo que solo a la noche de hoy le llamamos buena. No es poco, la bondad es una fuerza infinitamente milagrosa. La bondad es buena, en sí misma y, porque se regocija en serlo, la bondad es buena. Créalo. Aunque a su mesa hoy no se sienten sus hijos, aunque a su mesa hoy no se sienten sus padres. Aunque a quien dio usted lo mejor de su amor hoy escoja otra mesa y otra hallaca; créalo, la bondad es buena. Es tiempo de dejar de preguntarse si aquel amor a quien no logramos convencer de nuestras maravillas, alguna vez ha pensado en nosotros. Es hora de aparcar el luto y la melancolía, de recordar que la nostalgia es una mala trampa. Traiga a su mesa bondades; es cierto que cuando se sirven bondades, el deseo empreña realidades nuevas. ¿Por qué esperar? Usted no sabe si tendrá otro chance. Sea usted su Nochebuena, más allá de toda fruslería. Más allá de toda circunstancia.
Es Nochebuena y a mí, particularmente, no me queda más que agradecer todo lo que me han dado. El amor recibido, los hermanos demandantes, la familia bulliciosa, los amigos rezagados, los amores postergados, los compañeros de vida, la generosidad y la palabra. Es Nochebuena y yo quiero que usted y yo celebremos bonito la buena nueva. Celebremos bonito la esperanza, celebremos alegres la bondad.
Ni soy ni quiero ser profeta de mejorías; pero, lo mejor que tengo para compartir es la palabra almibarada de muchas navidades vividas en la celebración espléndida, en la preparación del adiós, en la soledad del forastero, en la despedida que renuncia o en el abrazo alborozado de la bienvenida. Venga, tenemos razones para creer. Celebre la bondad de una proeza colectiva inimaginable y, aunque tenga usted las maletas hechas, brinde por esta cosa rara que revuelve gentilicios y maneras; tenga usted la fineza de recordar que está soplando brisa, guarde usted los abanicos para cuando haya que espantar moscas.
Dios lo bendiga (su Dios y el mío, no importa, que bendiciones no se prodigan ni se rechazan) Reciba usted desde mi corazón agradecido y contento todas las ganas de que, esta noche y muchas noches, a su mesa se sienten bondades, alegrías y banquetes....
Y lleve usted a su mesa, su país. Llámelo como quiera. Póngale el mote que haya escogido para nombrarlo. Hoy, aceptamos incluso que Patria no es una mala palabra. Escuche algo, por bien que le esté yendo a usted en estos tiempos, recuerde que si a su país no le va igual de bien, su vida será agua de borrajas más temprano que tarde. Anímese, traiga el país a su mesa, es mas, conviértalo en su mesa. Engalánelo con el amor que tantas veces ha dicho profesarle y agradézcale lo bueno y lo malo que le ha dado. Quizás, si todos entendemos que este techo que nos protege tiene un nombre biensonante, seamos capaces de curar tanta herida y tanto daño.
Es Nochebuena. Debe ser por algo que solo a la noche de hoy le llamamos buena. No es poco, la bondad es una fuerza infinitamente milagrosa. La bondad es buena, en sí misma y, porque se regocija en serlo, la bondad es buena. Créalo. Aunque a su mesa hoy no se sienten sus hijos, aunque a su mesa hoy no se sienten sus padres. Aunque a quien dio usted lo mejor de su amor hoy escoja otra mesa y otra hallaca; créalo, la bondad es buena. Es tiempo de dejar de preguntarse si aquel amor a quien no logramos convencer de nuestras maravillas, alguna vez ha pensado en nosotros. Es hora de aparcar el luto y la melancolía, de recordar que la nostalgia es una mala trampa. Traiga a su mesa bondades; es cierto que cuando se sirven bondades, el deseo empreña realidades nuevas. ¿Por qué esperar? Usted no sabe si tendrá otro chance. Sea usted su Nochebuena, más allá de toda fruslería. Más allá de toda circunstancia.
Es Nochebuena y a mí, particularmente, no me queda más que agradecer todo lo que me han dado. El amor recibido, los hermanos demandantes, la familia bulliciosa, los amigos rezagados, los amores postergados, los compañeros de vida, la generosidad y la palabra. Es Nochebuena y yo quiero que usted y yo celebremos bonito la buena nueva. Celebremos bonito la esperanza, celebremos alegres la bondad.
Ni soy ni quiero ser profeta de mejorías; pero, lo mejor que tengo para compartir es la palabra almibarada de muchas navidades vividas en la celebración espléndida, en la preparación del adiós, en la soledad del forastero, en la despedida que renuncia o en el abrazo alborozado de la bienvenida. Venga, tenemos razones para creer. Celebre la bondad de una proeza colectiva inimaginable y, aunque tenga usted las maletas hechas, brinde por esta cosa rara que revuelve gentilicios y maneras; tenga usted la fineza de recordar que está soplando brisa, guarde usted los abanicos para cuando haya que espantar moscas.
Dios lo bendiga (su Dios y el mío, no importa, que bendiciones no se prodigan ni se rechazan) Reciba usted desde mi corazón agradecido y contento todas las ganas de que, esta noche y muchas noches, a su mesa se sienten bondades, alegrías y banquetes....
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