Uno de los grandes placeres de
enseñar es aprender. Casi todos los que somos capaces de pararnos frente a una
audiencia con la intención de enseñar algo que creemos conocer en profundidad,
somos sorprendidos por lo que esa misma audiencia termina regalándole a
nuestros conocimientos.
Me sucedió esta mañana,
casualmente, en el transcurso de mi clase semanal de Creatividad (solía ser
Educación Artística) a estudiantes de Segundo año de Bachillerato, un ameno
grupo de muchachos que no llegan a los 14 años de edad en promedio y que distan
muchísimo del ideal de estudiantes clase media educada/acomodada, a los
que muchos docentes consideran, erróneamente, el grupo perfecto. Si aprender es
una recompensa para el que enseña, hacerlo desde el grupo menos privilegiado es
una bendición. Si no lo creen, inténtenlo con Rober (así, sin T final) un
chamo arrolladoramente simpático, capaz de las iniciativas más brillantes
después de haber asimilado (volteándolo una y mil veces) tu discurso, desde
el prisma de su curiosidad ilimitada.
Esta mañana nos tocó el difícil tema de escudriñar el pensamiento; enseñarle a un grupo de muchachos mal portados que hay formas y formas de pensar y que hacerlo puede que los lleve a mejores decisiones en su vida, no es, sople usted y habrán botellas.
Superados los escollos conceptuales con los que logré un primer acercamiento a las diferencias que tiene el acto de pensar, les pedí que hiciéramos un ejercicio para representar acciones que pudiesen ejecutarse mediante pensamientos lineales y mediante pensamientos lógicos. Para prepararlo, tenían 30 minutos, toda la libertad de este mundo y una sola limitación: no podían valerse de la palabra escrita.
Todos lo hicieron muy bien. Llegado su turno, Rober y sus dos compañeros de equipo, tan pilas como él, entraron al aula luciendo elementos de vestuario teatral elaborados a partir de cartulinas y papel. Rober, disfrazado de dueño de abasto con sombrerito chino y bigotico Chu en Lai, se dirigió al colectivo para explicar que su representación sucedería en un imaginario abasto de esquina, en el que ese día solo estarían vendiendo Harina PAN. Lucía y Jhony, los otros dos compañeros de grupo, serían clientes; él, en su papel de dueño, repartió a sus clientes sendas "tarjetas de racionamiento bolivariano" (así mismo las llamaron) que habían preparado utilizando franjas de cartulina amarilla, azul y rojo. Los clientes cabizbajos y casi temerosos, ocuparon los puestos 1117 y 1118 en la fila para la venta de Harina PAN. Rober anunció: "Pensamiento lineal venezolano" y de inmediato comenzó la función: sus compañeros (perfectamente imbuidos del papel de clientes) revelaron llevar 5 horas en la cola y estar cansados. Rober actuaba la atención del expendio, a punto de atender el turno de sus dos “clientes”. Entonces, Rober anunció que solo podrían comprar un paquete por persona, a lo que los dos "clientes" reaccionaron armando una trifulca a la que Rober (“El Chino del Abasto”) no fue capaz de controlar. El primer acto terminó con el "Chino" malherido, retirado del sitio en ambulancia y clientes corriendo en desbandada sin Harina PAN en la mano.
Unos segundos después, Rober, de nuevo en papel de Chino del Abasto, anunció: "Pensamiento Lógico que deberían tener los venezolanos" y después de volver a repartir la misma tarjeta del primer acto, reveló que esta vez los "clientes" tenían los puestos 224 y 225 en la cola de la Harina PAN. Los “clientes” miraron fijamente la tarjeta y preguntaron al “Chino” cuanto tiempo tendrían que permanecer en la cola para adquirir el producto, a lo que el “Chino” respondió alzando los hombros y soltando una lenguarada en incomprensible dialecto mandarín. Ambos “clientes” decidieron entonces, devolver la tarjeta y retirarse con determinación y cabeza erguida. Al hacerlo, pidieron a toda la cola que los imitaran y, como en el teatro todo es posible, el “Chino” se quedó sin clientes a quien venderles harina. Con sorna feliz, los “clientes” comentaron que al verse con la mercancía parada una y otra y otra vez, tanto al “Chino” como al gobierno, no le quedaría otra que asegurar la venta libre del producto disminuyendo las colas. El salón irrumpió en aplausos. Rober volteó y me preguntó si yo creía que ellos habían comprendido lo importante de actuar con lógica en la vida. No estoy seguro, pero creo que al preguntarlo, Rober dejó salir un tono bastante irónico.
Soy un profesor exigente que casi nunca premia a un alumno con la mejor calificación, pero esta mañana Rober y sus compañeros se ganaron un indiscutible 20 y una respuesta certera: Si, Rober, estoy totalmente seguro que entendieron la importancia de actuar con lógica. Gracias…
Esta mañana nos tocó el difícil tema de escudriñar el pensamiento; enseñarle a un grupo de muchachos mal portados que hay formas y formas de pensar y que hacerlo puede que los lleve a mejores decisiones en su vida, no es, sople usted y habrán botellas.
Superados los escollos conceptuales con los que logré un primer acercamiento a las diferencias que tiene el acto de pensar, les pedí que hiciéramos un ejercicio para representar acciones que pudiesen ejecutarse mediante pensamientos lineales y mediante pensamientos lógicos. Para prepararlo, tenían 30 minutos, toda la libertad de este mundo y una sola limitación: no podían valerse de la palabra escrita.
Todos lo hicieron muy bien. Llegado su turno, Rober y sus dos compañeros de equipo, tan pilas como él, entraron al aula luciendo elementos de vestuario teatral elaborados a partir de cartulinas y papel. Rober, disfrazado de dueño de abasto con sombrerito chino y bigotico Chu en Lai, se dirigió al colectivo para explicar que su representación sucedería en un imaginario abasto de esquina, en el que ese día solo estarían vendiendo Harina PAN. Lucía y Jhony, los otros dos compañeros de grupo, serían clientes; él, en su papel de dueño, repartió a sus clientes sendas "tarjetas de racionamiento bolivariano" (así mismo las llamaron) que habían preparado utilizando franjas de cartulina amarilla, azul y rojo. Los clientes cabizbajos y casi temerosos, ocuparon los puestos 1117 y 1118 en la fila para la venta de Harina PAN. Rober anunció: "Pensamiento lineal venezolano" y de inmediato comenzó la función: sus compañeros (perfectamente imbuidos del papel de clientes) revelaron llevar 5 horas en la cola y estar cansados. Rober actuaba la atención del expendio, a punto de atender el turno de sus dos “clientes”. Entonces, Rober anunció que solo podrían comprar un paquete por persona, a lo que los dos "clientes" reaccionaron armando una trifulca a la que Rober (“El Chino del Abasto”) no fue capaz de controlar. El primer acto terminó con el "Chino" malherido, retirado del sitio en ambulancia y clientes corriendo en desbandada sin Harina PAN en la mano.
Unos segundos después, Rober, de nuevo en papel de Chino del Abasto, anunció: "Pensamiento Lógico que deberían tener los venezolanos" y después de volver a repartir la misma tarjeta del primer acto, reveló que esta vez los "clientes" tenían los puestos 224 y 225 en la cola de la Harina PAN. Los “clientes” miraron fijamente la tarjeta y preguntaron al “Chino” cuanto tiempo tendrían que permanecer en la cola para adquirir el producto, a lo que el “Chino” respondió alzando los hombros y soltando una lenguarada en incomprensible dialecto mandarín. Ambos “clientes” decidieron entonces, devolver la tarjeta y retirarse con determinación y cabeza erguida. Al hacerlo, pidieron a toda la cola que los imitaran y, como en el teatro todo es posible, el “Chino” se quedó sin clientes a quien venderles harina. Con sorna feliz, los “clientes” comentaron que al verse con la mercancía parada una y otra y otra vez, tanto al “Chino” como al gobierno, no le quedaría otra que asegurar la venta libre del producto disminuyendo las colas. El salón irrumpió en aplausos. Rober volteó y me preguntó si yo creía que ellos habían comprendido lo importante de actuar con lógica en la vida. No estoy seguro, pero creo que al preguntarlo, Rober dejó salir un tono bastante irónico.
Soy un profesor exigente que casi nunca premia a un alumno con la mejor calificación, pero esta mañana Rober y sus compañeros se ganaron un indiscutible 20 y una respuesta certera: Si, Rober, estoy totalmente seguro que entendieron la importancia de actuar con lógica. Gracias…
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