Para ganarle a George Bush, Padre
(candidato con un record histórico de 90% de aceptación) en una campaña electoral que parecía
imposible, Bill Clinton, o sus estrategas vale decir, acuñó la frase “La economía, estúpido”. Aunque se trataba de un comentario casi
privado, la frase se convirtió en eslogan de campaña y terminó dándole el
triunfo a Clinton quien, para muchos, fue un presidente de no pocos aciertos y
mucha tela. La anécdota y la sentencia han pasado a la historia como una de
las grandes ocurrencias de este hombre legendario y probablemente, han pasado a
la historia, también, por ser el consejo menos escuchado - a pesar de su
destemplanza - por cualquier otro gobierno del mundo. O, debo decir, de este
lado del mundo. No hace falta tener avanzados estudios de nada para darse uno
cuenta de que es precisamente la economía, lo que amenaza con mandar a nuestros
gobiernos "del sur" al mismísimo infierno. No es un eufemismo, todos
sabemos que, por lo que nos concierne, la grave crisis económica de nuestro país
(injustificable dados sus cuantiosos recursos) tiene al rojo gobierno
dictatorial caminando al borde del precipicio. Si el régimen comunista
implantado por el difunto cae, no habrá nadie en este mundo que no salga a
echarle la culpa a la economía. Será la economía la gran culpable de la caída
del régimen. No hay ni que decirlo.
Sin embargo, ¿alguna vez nos habremos detenido a pensar que no es la economía el peor (o más urgente) de nuestros problemas? Voy a decirlo nuevamente, un poco para ver si me convenzo: la economía, estúpido, será lo que finalmente dé al traste con tus sueños mesiánicos; pero, entre tanto, ¿no vamos a reparar nunca que es la educación (o la falta de ella) lo que hace mucho tiempo dio al traste con el proyecto de sociedad que alguna vez se disfrazó de país en esta "equivocación de la historia" que se llama Venezuela?
En medio de la más grave crisis institucional, social, política y ciudadana de nuestra historia republicana, es un gigantesco error continuar pensando que el problema de Venezuela (o de los venezolanos, que para este caso es lo mismo) es la escasez de papel higiénico o los anaqueles vacios de casi todos los supermercados locales o el increíble desorden con que nuestra "situación" se frivoliza minuto a minuto. Es un increíble error, porque precisamente es un problema de "saberes" lo que nos ha llevado a este callejón sin salida. Es un problema INMENSO de eso que los mayores suelen identificar con el elusivo (y cursi) nombre de valores y, ante eso, no hay economía boyante que valga.
Si nosotros no somos capaces de reconocer al otro en nuestra más insignificante cotidianidad, nunca vamos a ser capaces de entender que "la economía, estúpido..." es una fuerza que puede sacarnos del profundo hueco, si no la anteponemos a la educación.
No hablo de educación como el compendio de conocimientos que convierten a una persona en especie cultivada. Me libre Dios de pertenecer a una sociedad de cultores de lo culto. No. A mí, ni a nadie, le interesa que usted se sepa al dedillo las sinfonías de Mahler o pueda repetir palabra por palabra las últimas líneas del Fausto de Goethe o que sea capaz de manejar con admirable precisión los enunciados del bueno de Einstein. No. A mí y a todo el mundo, le interesa que usted sepa convivir en sociedad respetando al otro. Sencillo: a mí y a todo el mundo, le interesa que usted sepa comer con cuchara, cuchillo y tenedor y hablar con sujeto, verbo y predicado. Si de paso, usted es capaz de respetar a su vecino, BINGO, todo lo demás es innecesario.
Escribo estas líneas mientras espero que cierta empleada bancaria resuelva uno de esos rocambolescos problemas tangencialmente económicos a los que de cuando en cuando nos exponemos los venezolanos. Pues bien, mi inspiración para esta sarta de cavilaciones innecesarias esta dando vueltas alrededor de la silla donde transcurre mi espera: un par de padres inconscientes han decidido darle a su pequeño hijo una papelera (a la que han vaciado su contenido en otra cercana) para que se distraiga mientras ellos también esperan. No pidieron permiso a nadie, no pensaron ni por un minuto que el querubín iba a convertir la papelera en bongó digno de Tito Puentes, (los niños todos, sin excepción, aman darle golpes a lo que uno les ponga en frente, Dios sabe por qué) y mucho menos pensaron en que la oficina atiborrada de un banco local no es escenario digno de la grandeza musical de la creatura. Simplemente, nosotros tenemos que soportar que el santo bebe nos aturda a mansalva, porque ellos no tienen idea de cómo mantenerlo agradado.
Es mínimo, lo sé y en realidad es una solemne tontería de viejo solitario, poco amigo de las malcriadeces de los portadores del futuro; pero, no puedo evitar decirlo. La misma grosera indiferencia con la que este par de neófitos padres aplauden las proezas musicales de su crio, es la que exhiben la mayoría de los venezolanos en cualquier ocasión en la que sus intereses necesitan ser contrastados con los intereses del otro. Por eso, casi con absoluta seguridad, este país llegó al caos insoluble en el que vive. Esa es la indiferencia con la que usamos la corneta en lugar del freno al conducir y es la que esgrimimos cuando decidimos que, solo con gritos de sordo es como debemos comunicarnos. Cuando nos comunicamos.
Entonces, es posible que sí, que sea la economía, estúpido; pero, muy poco vamos a ganar cuando a la economía no logre acompañarla la educación. ¿Me entiendes, estúpido?
Sin embargo, ¿alguna vez nos habremos detenido a pensar que no es la economía el peor (o más urgente) de nuestros problemas? Voy a decirlo nuevamente, un poco para ver si me convenzo: la economía, estúpido, será lo que finalmente dé al traste con tus sueños mesiánicos; pero, entre tanto, ¿no vamos a reparar nunca que es la educación (o la falta de ella) lo que hace mucho tiempo dio al traste con el proyecto de sociedad que alguna vez se disfrazó de país en esta "equivocación de la historia" que se llama Venezuela?
En medio de la más grave crisis institucional, social, política y ciudadana de nuestra historia republicana, es un gigantesco error continuar pensando que el problema de Venezuela (o de los venezolanos, que para este caso es lo mismo) es la escasez de papel higiénico o los anaqueles vacios de casi todos los supermercados locales o el increíble desorden con que nuestra "situación" se frivoliza minuto a minuto. Es un increíble error, porque precisamente es un problema de "saberes" lo que nos ha llevado a este callejón sin salida. Es un problema INMENSO de eso que los mayores suelen identificar con el elusivo (y cursi) nombre de valores y, ante eso, no hay economía boyante que valga.
Si nosotros no somos capaces de reconocer al otro en nuestra más insignificante cotidianidad, nunca vamos a ser capaces de entender que "la economía, estúpido..." es una fuerza que puede sacarnos del profundo hueco, si no la anteponemos a la educación.
No hablo de educación como el compendio de conocimientos que convierten a una persona en especie cultivada. Me libre Dios de pertenecer a una sociedad de cultores de lo culto. No. A mí, ni a nadie, le interesa que usted se sepa al dedillo las sinfonías de Mahler o pueda repetir palabra por palabra las últimas líneas del Fausto de Goethe o que sea capaz de manejar con admirable precisión los enunciados del bueno de Einstein. No. A mí y a todo el mundo, le interesa que usted sepa convivir en sociedad respetando al otro. Sencillo: a mí y a todo el mundo, le interesa que usted sepa comer con cuchara, cuchillo y tenedor y hablar con sujeto, verbo y predicado. Si de paso, usted es capaz de respetar a su vecino, BINGO, todo lo demás es innecesario.
Escribo estas líneas mientras espero que cierta empleada bancaria resuelva uno de esos rocambolescos problemas tangencialmente económicos a los que de cuando en cuando nos exponemos los venezolanos. Pues bien, mi inspiración para esta sarta de cavilaciones innecesarias esta dando vueltas alrededor de la silla donde transcurre mi espera: un par de padres inconscientes han decidido darle a su pequeño hijo una papelera (a la que han vaciado su contenido en otra cercana) para que se distraiga mientras ellos también esperan. No pidieron permiso a nadie, no pensaron ni por un minuto que el querubín iba a convertir la papelera en bongó digno de Tito Puentes, (los niños todos, sin excepción, aman darle golpes a lo que uno les ponga en frente, Dios sabe por qué) y mucho menos pensaron en que la oficina atiborrada de un banco local no es escenario digno de la grandeza musical de la creatura. Simplemente, nosotros tenemos que soportar que el santo bebe nos aturda a mansalva, porque ellos no tienen idea de cómo mantenerlo agradado.
Es mínimo, lo sé y en realidad es una solemne tontería de viejo solitario, poco amigo de las malcriadeces de los portadores del futuro; pero, no puedo evitar decirlo. La misma grosera indiferencia con la que este par de neófitos padres aplauden las proezas musicales de su crio, es la que exhiben la mayoría de los venezolanos en cualquier ocasión en la que sus intereses necesitan ser contrastados con los intereses del otro. Por eso, casi con absoluta seguridad, este país llegó al caos insoluble en el que vive. Esa es la indiferencia con la que usamos la corneta en lugar del freno al conducir y es la que esgrimimos cuando decidimos que, solo con gritos de sordo es como debemos comunicarnos. Cuando nos comunicamos.
Entonces, es posible que sí, que sea la economía, estúpido; pero, muy poco vamos a ganar cuando a la economía no logre acompañarla la educación. ¿Me entiendes, estúpido?
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