Hace algunos años tuve la suerte de frecuentar la amistad de
una mujer a quien el adjetivo que mejor le acomodaba era el de
"distinguida". Elegante, culta, buena conversadora y con aires de diva italiana de todos los tiempos, Elsa, quien falleció hace unos 3 años, era de verdad
una mujer de tantas virtudes que de no haber mediado una gran diferencia de
edades y algunos otros inconvenientes, habría sido de seguro mi compañera
ideal. Su mayor virtud, cultivada en años de haber vivido las consecuencias de
gente que actúa al contrario, era una total incapacidad de levantar falsos
testimonios (en realidad era incapaz de comentario alguno, bueno o malo, que
implicara el nombre de un ausente). Sin importar lo que estuviera en juego,
Elsa jamás pudo hacer gala del mito femenino de la chismoseria. Iba más allá;
de no ser absolutamente cierto, ella era incapaz de transmitir una noticia cuya
certeza no le constaba fehacientemente.
En una ocasión, mientras cenábamos juntos, alguien nos avisó que un sacerdote de ingrato recuerdo, pues había sido un adversario frontal y peligroso contra cierto proyecto teatral que quisimos emprender en nuestra universidad; había tenido un accidente mortal en circunstancias poco propias de quien ostenta el ministerio divino. Yo levanté mi teléfono para llamar a otro amigo común a quien yo creía le interesaría muchísimo saber lo ocurrido. Elsa me detuvo en seco:
En una ocasión, mientras cenábamos juntos, alguien nos avisó que un sacerdote de ingrato recuerdo, pues había sido un adversario frontal y peligroso contra cierto proyecto teatral que quisimos emprender en nuestra universidad; había tenido un accidente mortal en circunstancias poco propias de quien ostenta el ministerio divino. Yo levanté mi teléfono para llamar a otro amigo común a quien yo creía le interesaría muchísimo saber lo ocurrido. Elsa me detuvo en seco:
-
¿Tú estabas en el sitio del
accidente? me
preguntó.
-
Obviamente no, le respondí.
-
Pues entonces no pongas a rodar la
noticia, tú llamas a Ernesto, él llamará a alguien más y dentro de 15 minutos,
el nombre de Father Mackenzie estará convertido en un lodazal y nadie se merece
eso.
No lo llamé, por supuesto. Un rato después supimos que el
accidente había ocurrido en verdad, pero que Father Mackenzie (a quien la
casualidad y nada más que la casualidad había situado en el sitio de los
hechos) había salido de eso ileso y tan sobrio e incólume como había entrado.
Hace varios días que he sentido la urgencia de conversar con Elsa. Es un poco más que la nostalgia de los amigos muy queridos que se han ido pronto, es la necesidad de alguien que me sirva de cable a tierra en estos tiempos revueltos en los que parece que todo vale, incluso (o sobre todo) el uso desproporcionado del nombre, privacidad y fama (cualquiera que sea) de tirios y troyanos, para hacer valer alguna terrible confidencia que dará al traste, esta vez sí, con la estabilidad de la dictadura, si es que tal cosa existe.
Busco razones para justificar esta cosa lenguaraz de los venezolanos y solo se me ocurre fabularlo pensando que hay alguien, en algún lugar secreto, recopilando todo lo que nosotros, chismosos irredentos, creemos que sucederá en las próximas horas, (o lo que es peor, queremos que suceda para salir a pegar algunos gritos en la esquina) o, lo que cualquiera, de cualquier bando, cree que es la versión oficial (muy dañina siempre, por cierto) de algún suceso "en pleno desarrollo". A partir de eso, ese alguien escribe mensajes y los pone a rodar para que nosotros, rebaño pastoreado por la inconsciencia emocional, llevemos al altar del sacrificio algún cordero cuyo castigo nadie está seguro de haber sentenciado. Es, por ejemplo, lo que hemos hecho ante la falta de explicaciones que acompañan el secuestro de Nairobi Pinto (quien paso de ser la amante de Gaby Arellano a la amante de Ramírez Torres en pocas horas y unas cuantas barbaridades mas) o lo que hacemos diariamente ante los, algunas veces difíciles de explicar, silencios de ciertos líderes de oposición, o ante los incontables "sapos" que, sin haber abierto la boca, han recibido todo el daño que causa el odio de nuestras lenguas viperinas cuando se unen al incansable trinar del pajarito azul.
Probablemente sea cierto que en esta guerra todo vale, que no se puede responder balas con flores, que, bueno… el venezolano es así; pero, mucho me temo que lo que sucede en realidad es que sin darnos cuenta hemos caído en un juego de proporciones macabras: el que nos pusieron a jugar los genios comunicacionales del G2 cubano. Gente que si sabe de chismes, desprestigios, daños y despropósitos.
Hace varios días que he sentido la urgencia de conversar con Elsa. Es un poco más que la nostalgia de los amigos muy queridos que se han ido pronto, es la necesidad de alguien que me sirva de cable a tierra en estos tiempos revueltos en los que parece que todo vale, incluso (o sobre todo) el uso desproporcionado del nombre, privacidad y fama (cualquiera que sea) de tirios y troyanos, para hacer valer alguna terrible confidencia que dará al traste, esta vez sí, con la estabilidad de la dictadura, si es que tal cosa existe.
Busco razones para justificar esta cosa lenguaraz de los venezolanos y solo se me ocurre fabularlo pensando que hay alguien, en algún lugar secreto, recopilando todo lo que nosotros, chismosos irredentos, creemos que sucederá en las próximas horas, (o lo que es peor, queremos que suceda para salir a pegar algunos gritos en la esquina) o, lo que cualquiera, de cualquier bando, cree que es la versión oficial (muy dañina siempre, por cierto) de algún suceso "en pleno desarrollo". A partir de eso, ese alguien escribe mensajes y los pone a rodar para que nosotros, rebaño pastoreado por la inconsciencia emocional, llevemos al altar del sacrificio algún cordero cuyo castigo nadie está seguro de haber sentenciado. Es, por ejemplo, lo que hemos hecho ante la falta de explicaciones que acompañan el secuestro de Nairobi Pinto (quien paso de ser la amante de Gaby Arellano a la amante de Ramírez Torres en pocas horas y unas cuantas barbaridades mas) o lo que hacemos diariamente ante los, algunas veces difíciles de explicar, silencios de ciertos líderes de oposición, o ante los incontables "sapos" que, sin haber abierto la boca, han recibido todo el daño que causa el odio de nuestras lenguas viperinas cuando se unen al incansable trinar del pajarito azul.
Probablemente sea cierto que en esta guerra todo vale, que no se puede responder balas con flores, que, bueno… el venezolano es así; pero, mucho me temo que lo que sucede en realidad es que sin darnos cuenta hemos caído en un juego de proporciones macabras: el que nos pusieron a jugar los genios comunicacionales del G2 cubano. Gente que si sabe de chismes, desprestigios, daños y despropósitos.
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