Noticias y circunstancias

Nunca me interesó su vida, mucho menos tendría que interesarme su muerte. A diferencia de aquellos que han capitalizado la gran noticia del mes, a mi ella me vale tanto muerta como viva. A todo el que me lo ha preguntado le he respondido lo mismo: ese es un asunto de Dios, yo sólo espero que Dios la saque de penas y la lleve a descansar. Lo demás no me importa. Ni para lo bueno ni para lo malo, Lina Ron ha sido un nombre que me haya quitado el sueño. Supe de su vida tanto como el que lee desprevenido algún periódico en el que le hayan regalado titulares que venden. Pero, igual que todos, me sorprendí con la noticia del infarto y quise, de veras, que supiéramos vivir la circunstancia. Unos minutos después, tuve que renunciar a creer. Pocos gobiernos han sido igual de pródigos en funerales de alta prosapia. La lista de duros que han sucumbido a la enfermedad, es cada vez mayor y en cada ocasión es igual: una licencia, no escrita, se expide para todo aquel que quiera embasurar el cadáver aun tibio del caído, bailando al son de “uno menos”. No fue distinto en este caso; desmedido si, como correspondía al personaje. Cuesta trabajo permanecer indiferente, sobre todo si recordamos que los venezolanos de hoy, somos una sociedad polarizadamente monotemática que a la hora de irrespetar no tiene comparación alguna. Por eso se me ha encendido una brillante alarma roja: Todas las personas que se atrevieron a hacer chistes de mal gusto, a difundir rumores, a evidenciar una mayor distancia entre “ellos y nosotros”; alguna vez han hablado de la sociedad nueva que debemos construir. Pues bien, ¿Qué vamos a hacer, en esa sociedad nueva, con los huérfanos de Lina Ron? ¿Cómo convencerlos que el camino equivocado de la violencia no conduce a ninguna parte? ¿Con que moral? Nosotros lo que hemos hecho, ha sido esgrimir una violencia que no tiene nada distinto a la que recibimos de ellos y quizás es peor porque está escrita. Ella vale más muerta que viva. Se ha convertido en símbolo de un credo revolucionario que se defiende a plomo y no se escuda en palabras hirientes. Ella, hoy, es la insignia de un abismo insalvable: El que nosotros ayudamos a cavar en Twitter. ¿Esa es la nueva patria?