Ayer, en medio de la extensa cobertura periodística que CNN dio a la catástrofe de Japón, fue entrevistado un diplomático Colombiano que vivió muchos años en Tokio y actualmente representa a la Cámara de Comercio Colombo Japonesa. Interrogado sobre las consecuencias del terremoto y las reacciones del pueblo japonés, el diplomático respondió que, aunque lamentable y durísimo, lo que estaba sucediendo evidenciaba el alto nivel de preparación ciudadana que tiene ese pueblo y que todo se superaría perfectamente debido a eso. El entrevistador, inmediatamente, interpretó esa respuesta como un juicio a los colombianos y pregunto si era posible imaginar lo que hubiera pasado en Colombia de ocurrir esa misma tragedia allá. Muy claramente, el diplomático contestó que Colombia nunca se repondría de algo semejante, pues su gente no podría hacerlo. Muy molesto por el atrevido comentario, el entrevistador dio por terminada la entrevista y censuró las palabras del diplomático.
Fue un simple desliz en un día especialmente dramático. Las consecuencias del terremoto y posterior Tsunami, y el peligro nuclear al que se expone la humanidad tienen al mundo en vilo; sin embargo, cualquiera que hubiera pasado más de una hora mirando las imágenes de la tragedia, tendría que haber estado de acuerdo con el diplomático colombiano. El gran capital de un país son sus ciudadanos y estos, como los niños, si no se enseñan a responder adecuadamente a las adversidades, pueden convertirse en monstruos inmanejables.
No ha sucedido en Japón. A pesar de la magnitud imponderable del suceso, en sólo 48 horas el gobierno y el pueblo japonés habían logrado empezar el proceso de identificación de víctimas mortales, que llegaban a 543 el viernes en la noche y hoy sobrepasan 1900. Habían publicado los listados correspondientes, restablecido parcialmente las comunicaciones vía Internet; tenían un contingente de profesionales trabajando para evitar derrames radiactivos y habían establecido un programa de racionamiento eléctrico que se cumplía a cabalidad. No se estaban produciendo saqueos y los sobrevivientes rescatados alcanzaban la cifra de 300 mil. En pocas horas, un país devastado por la peor tragedia natural de las últimas décadas, empezaba a dar señales de supervivencia.
No me atrevo a juzgar a Colombia, pero no he podido dejar de pensar que, en efecto, nuestros pueblos no están ni remotamente preparados para tragedias que muy bien podrían azotarnos. La comparación es inevitable: A 11 años del deslave de Vargas, nosotros aun no nos ponemos de acuerdo en el número de bajas, exhibimos vergonzosamente una fea cantidad de damnificados de oficio y padecemos una ciudad que aun intenta levantarse.
Tal vez sea una cuestión de cultura; pero, realmente me suena mal decir que no es posible establecer comparaciones pues los japoneses son “distintos”. Si, seguramente lo son, pero sienten y padecen como cualquiera. A lo mejor lo que realmente sucede es que ellos saben que se puede reconstruir una vida a partir de escombros y nosotros, sencillamente creemos que los escombros se meten debajo de la alfombra.
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