El almuerzo de hoy, en casa de mi hermana, estuvo aderezado por una noticia preocupante: el temido AH1N1 llegó a la familia y afectó uno de los más nuevos (y más especiales) miembros de la tribu, mi sobrino-primo Miguel Eduardo de sólo tres años de edad. Su papá también parece que está enfermo, pero él ya tiene esa edad en la que sus dolencias significan nada al lado de las de su hijo, y se convierten en simple alimento para la estadística. Como era de esperarse, la conversación en la mesa desandó todos los mitos e historias de una ciudad apestada; desde mi última intoxicación, hasta las migrañas que, con sello genético, equivalen a la hemofília de ciertas familias reales. Entonces reparamos en la inusual presencia de sobrinos sin escuela y, como si hiciera falta excusa, la conversa derivó atropellada y pesimista, hacia el tema de la suspensión de actividades ordenada para todos los institutos educativos de la ciudad. Aunque la razón es inobjetable, entender esta nueva suspensión de clases significa aceptar, con resignado silencio, que tu hijo está técnicamente aplazado en su año escolar y que la astronómica cantidad de tiempo desperdiciado en el lapso escolar 2010-2011, no podrá recuperarse jamás. Un año escolar normal, (heredado de la IV República) tiene 180 horas académicas, de las cuales, según la ley, un alumno debe completar, por lo menos, el 75%. Es decir, un alumno que deje de asistir al 25% de esas horas, es automáticamente reprobado y debe repetir el curso. Pues bien, entre epidemias de Influenza, revueltas tupamaras y saludos a la bandera, este viernes se cumplirán 45 horas académicas a las que nuestros estudiantes han sido impedidos de asistir: el 25%.
"Toda la patria, una escuela” era el slogan que anunciaba el compromiso del régimen con la educación de nuestros hijos, apostando entre otras cosas, a años escolares de 200 horas académicas. El año 2009-2010 terminó con un 19% de tiempo perdido, por órdenes de arriba. El año 2010-2011, lleva hasta ahora un 25% de inasistencias que no se le pueden cobrar a los chamos. Será un disparate entonces pretender que alguien nos diga ¿a quien tendremos que evaluar a final de año? ¿Cómo vamos a hacerlo?
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