La política, ese gran monstruo que enreda nuestras vidas, le ha dado a los pueblos de este pedazo del mundo, no pocos sustos. Sustos que no siempre se envolvieron en el ropaje ingrato de explosivos o accidentes “per natura” (aunque alguno ha habido) sino que mandaron al traste aspiraciones mesiánicas, o estuvieron a punto de, gracias al desgaste de cuerpos que mal cuidados y mal vividos, enfrentaron el terrible designio de Dios. La enfermedad, ese suceso imprevisto que hoy tiene de cabeza nuestras cúpulas de poder, se ha cebado con saña en algunos de los más conspicuos héroes del continente y ha frenado sus ímpetus, haciéndolos maestros en el arte de esconder la verdad. Este viernes, mi lista va de paseo por la historia, para recordar enfermos de postín, sus mentiras y estrategias para ocultar cuerpos derrotados y su inevitable encuentro con la cara más ingrata de la vida. Mintieron hasta el final y ese final se escenificó con gran boato, pocos deudos y un sinfín de interrogantes para la historia. Veamos.
El sastrecillo valiente: Acusado de enormes corruptelas y harto de defenderse de quienes veían en él al comunista que nos llevaría por el peor de los caminos, Rómulo Betancourt, haciendo gala del histrionismo que le era propio, sentenció su mala hora al pronunciar aquel célebre “que se me quemen las manos si he tocado el tesoro nacional”. Destino mediante, el 24 de Junio de 1960 cuando llegaba al paseo Los Próceres para presidir los actos con motivo del nacimiento del Libertador, un atentado (financiado y organizado por Rafael Leónidas Trujillo) hizo volar en pedazos el auto en que viajaba el Presidente. Betancourt fue trasladado de inmediato al hospital Militar donde se constató que había sufrido severas quemaduras en rostro, espalda, torso y…manos. Cundió el pánico. La recién estrenada democracia no podía permitirse el lujo de un presidente convaleciendo en silencio y ganó fuerza la idea de minimizar el efecto del atentado, mediante una aparición televisada del mismo presidente que calmara los ánimos de la nación. Betancourt, herido seriamente, enfrentaba uno de los peores momentos de su historia sorteando una frívola decisión: Qué vestir para la alocución presidencial salvadora. Calibradas varias opciones, uno de sus ministros, propuso invitar a un oscuro sastre portugués, recién afincado en estos lares, para que resolviera el problema del estilismo presidencial; este sastre ingenioso, confeccionó en pocas horas un traje de perfecta factura que causaba las menores molestias al cuerpo quemado del mandatario. La alocución fue un éxito, el presidente – con sus manos vendadas – exhibió toda su majestad tranquilizadora y el sastre salvador, se convirtió en el millonario vestidor By appointment de los adecos que siempre tuvieron algo que esconder. La democracia siguió su curso.
Volveré y seré millones: En realidad, nunca pronunció esa frase que igual se le atribuye como suerte de testamento político. María Eva Duarte de Perón, Evita, La Jefa Espiritual de La Nación Argentina despierta pasiones inigualables 59 años después de su muerte. Su leyenda, sin rival, ha sido escrita, televisada, cantada y novelada en todas las formas posibles y su rostro sonreído y elegante distingue de muchas formas a Argentina. Posiblemente, nada de eso habría sucedido si, en enero de 1950, no hubiera enfrentado el diagnóstico doloroso de un cáncer de cuello uterino, estando en la cumbre del poder y a punto de empezar una imparable carrera hacia la presidencia de su país, gracias a prácticas populistas no del todo ortodoxas. Si fue un duro golpe para una mujer ambiciosa y en la flor de sus 31 años, no fue menos duro para un movimiento político que en buena medida se sustentaba en su grandiosa popularidad y capacidad de trabajo. Disminuida en sus fuerzas, su enfermedad se mantuvo en secreto, fue disfrazada, maquillada o minimizada casi hasta el momento mismo del final. En 1951, consciente del avance de su mal, fue forzada a declinar su candidatura a la vicepresidencia de la República, exigida por sus descamisados, en una comparecencia pública que se guarda (como casi todo lo suyo) para la historia. Débil, delgada hasta lo imposible y muy cerca del final, fue sujetada por correas a una estructura de hierro que mantenía erguido el cuerpo enfermo, imposibilitado de sostenerse por sí mismo y cubierta por un vistoso abrigo de pieles, para que dirigiera su postrer anuncio de renuncia. Murió, “en aroma de santidad” el 26 de Julio de 1952 a las 8:25 de la noche, después de haber desafiado, sin éxito, un cáncer inimaginable.
El generalísimo: Sangriento, omnipotente y poderoso, Francisco Franco Baamonde gobernó sin consentir oposición alguna, los 40 años más negros que España pueda recordar y, de sus desmanes incomprensibles, aun se cuentan secuelas. Sobrevivió atentados, intentos de asesinato y conspiraciones varias – parecía protegido por fuerzas invencibles - y su nombre está asociado al de los más infames dictadores Europeos. Sólo pudo ser vencido por la enfermedad, aunque esto también trató de impedirse. En 1969, a la edad de 77 años se le diagnosticó la Enfermedad de Parkinson, cosa que jamás fue hecha pública. Sus facultades comenzaron entonces a disminuir y con ellos sus apariciones y discursos. Sin embargo, el franquismo se mantenía al margen de la verdad y el caudillo seguía considerándose eterno. En 1975, una fuerte gripe amenazó la frágil salud del anciano dictador que comenzó una agonía pavorosa. En coma desde el 14 de Octubre de ese mismo año, fue mantenido con vida artificial mientras se negociaban los detalles más precisos de la transición, en manos del Príncipe Juan Carlos de Borbón, su elegido. Las noticias ciertas escaseaban y los numerosos reporteros destacados en el Hospital de La Paz, sólo podían esperar la noticia de su fin, que sería anunciado por el silencio revelador de una bandera que dejaría de ondear. El 20 de noviembre de 1975, a las 5:20 de la mañana entregó cuentas, no sin antes firmar sus últimas ocho sentencias de muerte contra miembros de ETA. Comenzaba así la transición a un siglo XX que estaba dando dejar.
El doctor: Es uno de los casos más curiosos de ambición personal desmedida: Joaquín Balaguer, el nombre más importante de la política dominicana y uno de los gobernantes más longevos de todos los tiempos, ilustra perfectamente que en este lado del mundo, “hasta que el cuerpo aguante” es una verdad que se conjuga sin medias tintas. Fue presidente electo de Republica Dominicana durante tres periodos - el último con más de 80 años de edad y casi ciego - y se presentó a elecciones en nueve oportunidades. Discípulo y útil servidor del dictador Rafael Leónidas Trujillo, a quien despidió emocionado en su féretro, Balaguer estaba convencido que el futuro de su país estaba íntimamente ligado al suyo propio y convirtió esa creencia en un motivo para insistir en vivir, austeramente, bajo la protección del poder. Caudillo como pocos otros, manejó los hilos de la política, apadrinó importantes hechos de corrupción y escondió sus habilidades para quitarse de encima enemigos molestos, con la misma eficacia con la que disimuló sus enfermedades varias y su ceguera absoluta. Su último intento, por increíble que parezca, de obtener la presidencia de su país se registró en el año 2000, cuando a pesar de su ceguera y sus 94 años, obtuvo más del 20% de los votos. La larguísima era Balaguer, culminó el 14 de julio de 2002 por un paro cardiaco. Ninguna otra cosa había podido ponerlo fuera de juego.
El marido: Tal vez por el tango, o por la tristeza congénita de su tierra, pocos vecinos pueden exhibir tanta desgracia. Argentina, la patria del populismo y las corruptelas más tenebrosas del continente, podría ufanarse, si eso fuera posible, de haberle puesto remoquete a la muerte. Sus líderes se la han tenido que jugar en circunstancias que no por dolorosas, dejan de ser curiosas. Cuando se preparaba para arrasar en sus estrategias de penetración política, al lado de la mujer a quien había convertido en presidenta de sí mismo, Néstor Kirchner sucumbió a un infarto fulminante que, en el alma de todos sus compatriotas, no podía ser para él. La noticia, impactante, se supo en el mundo a los pocos minutos de haber sucedido, el 27 de Octubre de 2010 y convirtió a Cristina en viuda solemne, dejó a Latinoamérica sin un estorboso aspirante a líder continental y desató una guerra de poderes cuyos resultados, todavía son difíciles de calibrar. Al sui-generis funeral de estado asistieron, llorosos, insignes representantes del antiimperialismo del siglo XXI y miles de seguidores que echaban mano de consignas y arengas consoladoras, ante la mujer vestida de negro estricto que desafió sin desfallecer el designio de su destino. Posiblemente sea pronto para saber lo que ambos significan en la vida de América Latina; pero, no hay duda que sin el indiscreto zarpazo de la muerte, esta historia se podría escribir de manera muy distinta.
ÉL: Aun vive, aunque parezca que no. Peor, aun gobierna, aunque también parezca que no. Seguramente por la protección de santos y magia negra, Fidel Castro, el dictador más longevo de nuestro tiempo, ha plantado cara a la muerte, ha jugado con graves dolencias, ha silenciado enfermedades de otros y mantiene una batalla diaria contra un destino que parece escurrirse de las manos de todos los que lo odian, que no son pocos. Sin embargo, maneja con notable lucidez el futuro de una nación que, desafortunadamente, cada día se parece más a un laboratorio de infamias continentales. Separado del poder formal desde 2008, por razones de salud que no están del todo claras, el colectivo lo asume sobreviviente de un cáncer estomacal que habría sido conjurado por efectos de células madre, trasplantadas mediante procedimientos nada edificantes. Puesto a escoger entre la vida y el poder, optó por la primera, pero no fue capaz de abandonar totalmente el segundo y escogió a su hermano para que firme papeles donde parece existir su impronta. A su alrededor todo se mantiene en el secreto más firme y se asegura que en el instante final, las histerias serán extranjeras. Sus súbditos le temen, lo aman, lo detestan o lo soportan con frialdad. Su legado, seguramente se está escribiendo en las balsas que día a día intentan cruzar los 80 kilómetros que separan Cuba de la libertad. Él no es eterno, aunque eso parezca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario