Desde las desafortunadas intervenciones públicas de la mayoría de nuestros jerarcas, hasta cada uno de los increíbles rumores y partes médicos que circulan con virulencia por la web, Venezuela, una vez más, es el blanco de todas las burlas. La comidilla del barrio, pues; el país de lo imposible. Hemos convertido el permiso médico del sabanetero, en uno de los eventos más ridículos de los que se tenga memoria, en un país en el que los ridículos han abundado desde que el mundo es mundo. Cuesta creerlo, pero en lugar de aprovechar esta magnifica oportunidad, para empezar a construir un espacio digno de lo que somos, estamos dejando que la inercia nos arrastre a un desenlace que, mucho me temo, no será el esperado ni por Tirios ni por Troyanos.
No se por qué me ha dado por decirlo. Debe ser porque necesito saber que este blog me sirve, entre otras cosas, para buscarle respuestas a lo que soy, y lo que soy pasa por ser un venezolano que se manifiesta inconforme con casi todo lo que le rodea. Entonces, resuelvo decir mis babosadas en un espacio que me pertenece. Debe ser también porque estoy harto de rumores, de chismecitos de peluquería, de reportes fidedignos, de exageraciones y de historias que no se parecen, en nada, a lo que supongo la verdad.
En un principio, y así lo escribí, pensé que se trataba de una burda estrategia electoral, una suerte de acomodo para subir un rating que se sabía palo abajo. Un poco después y por aquello de que, dos mas dos, la mayoría de las veces suma cuatro, empecé a aceptar como buena la excusa de la enfermedad. Hoy, ante la suspensión de la Cumbre Presidencial de Margarita, decido creer que si es verdad, que se nos enfermó el hombre.
Pues bien, es su legítimo derecho; es más, es el auténtico resultado de una vida desatenta en la que sólo cabe el poder para ejercerlo con saña, contra todo lo que no se le parece. Legitimo, por cierto, como el deseo nuestro de conocer “de buena fuente” que diablos es lo que realmente le pasa y tenerlo aquí, en el hospital Militar de Caracas, que es donde le corresponde estar, haciéndose quimioterapia o lo que sea que le toque hacer para ponerse bien. Pero no, es tan difícil obtener eso de él y sus ad-lateres, como obtener un silencio constructivo del país que soñamos, entre los que no podemos ya con sus desmanes.
Hemos caído en su trampa. Hemos demostrado sin espacio para la duda, que ese señor enfermo o sano, resulta imprescindible para la buena y la mala marcha del país. Que el país que queremos no puede construirse a sus espaldas. Hemos demostrado que somos un extraño caso colectivo de Síndrome de Estocolmo y lo hemos manifestado con creces. Supongo que, en gran medida, la responsabilidad de toda esta locura diaria que empezó con el descubrimiento de un furúnculo, la tienen los que se niegan a informar con claridad, pero se dan golpes de pecho en la iglesia para pedir un milagro. Supongo que es de fácil lectura confundir ese milagro con una gravedad sin solución y supongo, también, que es sencillo permitir que ese mismo furúnculo se convierta en la más negra enfermedad para ver como pasamos por caja.
Lo que pasa es que no quiero suponer más nada. Quiero despertarme en la mañana y sentir que estamos creciendo un poco. Quiero saber que nos interesa la enfermedad del señor, pero no estamos viendo QEPD en cada letra asociada a su nombre. Quiero sentir que no extrañamos sus cadenas, ni su verborrea, ni sus amenazas; que no nos hace falta papá para salir a recreo.
Es verdaderamente increíble; pero, la mayoría de las veces, rechazar se parece mucho a desear. ¿O viceversa?
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