The real one: Mejor llamados Mantuanos, el siglo XX los bautizó como sifrinos pero los ofendió con tal generalización. En verdad están por encima de eso y son realmente ejemplares de concurso. Contrario a lo que mucha gente cree, no usan pamelas para viajar, ni pagan exceso de equipaje, básicamente porque pueden viajar en aviones privados y/o en primera clase y para ello se visten con un sencillo blue jean y alguna camisita blanca (carísimos, of course). No son pretenciosos, no son echones, no hablan de dinero. Viven el dinero y, por pichirres que sean, tienen otra manera de demostrar que “el mundo es de los ricos”. Es posible que te envíen de regalo una caja de ese vino fantástico que probaste en la cena de anoche en su casa, o que te llenen la despensa de tartufo nero, sólo porque dijiste un día que lo probaste una vez, y no has podido olvidar su sabor. No saben cuanto cuesta la comida, parece que no revisaran la cuenta y comen empanadas en la esquina, pero no se manchan la camisa con aceite caliente. Las mujeres son bellas y más o menos imposibles de seducir, los hombres son guapos, y si tienen algún problema, es que sin quererlo, siempre te dejaran la sensación de que “ellos” viven en otro mundo. Eso es verdad, pero no es malo.
Quiero, pero no puedo: Nada es igual de patético: los que quieren parecerse a los de arriba y no les alcanzó la herencia, ni les salió bien el negocio. Son los sifrinos vulgaris, es decir, el resto de los que juran que se la están comiendo. No pueden ir ni a Margarita sin que toda la humanidad lo sepa; acumulan deudas en cosas como zapatos de firma, ropita de diseñador y lugares “IN”. Puede que odien las empanadas, pero si llegan a ver a Lorenzo Mendoza en un kiosco, seguro lo convierten en su templo del buen comer. Imitan sin mucho éxito a todo lo que suena o es, francamente “trendy” y en sus conversaciones siempre sonará alguna palabra en otro idioma. Entran a las fiestas buscando el fotógrafo y les cuesta relacionarse con gente de carne y hueso; están llenos de silicona (ellas y ellos), se casan y se descasan entre sí, andan en cambote y la mayoría de las veces producen curiosidad malsana en los demás. Puede que sean ricos de verdad, pero eso no sirve sino para convertirlos en gente mal portada. Lo mejor que puede hacerse con ellos es mantenerlos a raya, no vale la pena sufrir sus oligofrenias.
El viajado: Son una especie rara, pues tienen el mérito de abordar cualquier medio de transporte con tal de cruzar la frontera; pero, conservan esa cosa venezolana que les impide, por ejemplo, ser auténticos mochileros. Lo han intentado, por supuesto, pero en su juventud más temprana. Ahora que pueden permitírselo, pasan todo el tiempo en un pleito rarísimo con CADIVI (o Cadivi les debe o ellos le deben a Cadivi) y planeando destinos más exóticos, aunque no olvidan Miami o New York y lo incluyen en sus itinerarios cada que pueden. Suelen planear travesías, acompañados de viajados y pueden aturdir a “los demás” con sus cuentos de viajes hechos o por hacer. En el fondo, odian los campamentos, las chancletas y los morrales y sueñan con el día en que puedan ir a Paris y dormir en el Ritz, no sólo visitarlo como quien va a Notre Dame. Todas sus conversaciones están salpicadas de anécdotas estilo “es que como hacen los alemanes” e impepinablemente, han vivido por lo menos un par de años en algún país extranjero y por lo tanto se sienten autoridades en el asunto “mundo sin fronteras”. Son inofensivos y tienen la virtud de compartir sus andanzas con uno, pero pueden llegar a ser muy fastidiosos si no se les entiende que lo de ellos no es echoneria, a pesar de ser venezolanos.
Mercurio retrogrado: A diferencia de todos los esotéricos de moda, los horoscoperos, sólo creen en la astrología y por lo tanto, pueden jurar que cualquier evento que sucede en tu vida, se debe a que Plutón se cruzó con Saturno en la casa 8 poniendo retrogrado a Mercurio, que tenía un sol en Aries y una luna en Escorpión. Y esperan buenamente (sonrisa mediante) que uno les entienda y les crea. Son esa gente rarísima que un buen día te llaman para decirte que en los próximos tres meses tu luna (si, para ellos uno tiene su propia y particularísima luna personal) está peleada con el agua y no conviene que estés mucho tiempo en el mar, justo el día en que por fin convenciste a la pelirroja de tus sueños a que se quede contigo en la posada buenísima de Choroni, que están pagando tus padres. No son capaces de mala intención alguna, convencidos como están de que su presencia en el universo, ocasiona algún balance indispensable a las fuerzas cósmicas del más allá. No pueden vivir sin predecir el futuro de algo o alguien y lo hacen en todas las fiestas, reuniones, juntas de condominio o presentaciones de HerbaLife a las que te animas a ir y lo peor: no se conforman con las características propias de cada signo, lo de ellos es la bola de cristal en pleno funcionamiento. A menos que usted le interese que le vivan metiendo sustos con el más allá, le conviene alejarlos.
Que en celda me encierren: No hay absolutamente nada de malo en la homosexualidad. Nada de nada. Es una opción de vida que cada quien debería tener derecho a vivir con toda normalidad. No hay nada censurable en ello. Es vida y punto. Lo que no se entiende es por qué en muchos casos, “que me llamen loca, que en celda me encierren” Sencillamente no se entiende por qué, algunos tienen que caminar con ese dejo de no se sabe qué, o hablar con voces atipladas y quiebre de labios, o batirse el pelo y bañarse en Shalimar. Ejercer el “yo-soy-gay” 24 horas al día es, aunque meritorio por difícil, una exageración que, en este país, se cumple con honores. Andan en grupitos, hablan con todo tipo de gestos incomprensibles, visten ropas inverosímiles y ni son hombres ni son mujeres. Llaman la atención por lo que hacen y siempre tienen el consuelo salvador e innecesario de la “amiguita que entiende”. Son una raza, y la verdad es que, excepción hecha de algun@ que se las da de malandr@, no hacen daño a la humanidad, se hacen daño a si mismos. Pero, es su vida.
La amiguita que entiende: Ellas puede que entiendan todo lo que hay que entender. Lo que nadie entiende es lo que ellas viven. Son muchachas muy raras que siempre, por todos lados, están rodeadas de locas. Con el debido respeto. De tanta cercanía, adoptan el comportamiento masculino que ellos no tienen, se convierten en sus defensoras a ultranza, les acompañan a fiestas, bares, discotecas y toda ocasión publica de diversión. Alcahuetean amores complicados y en estos tiempos de transferencia tecnológica, son el espejo de la promiscuidad mensajeristica propia del siglo XXI. Terminan sabiendo mucho más de lo conveniente y lo usan, (se han visto casos) cuando la “amistad” luce amenazada o amenazadora. Son, y eso está comprobado, la peor escenificación de los peligros del compinche. Habría que tenerlas lejísimos.
Arriba la vino-tinto: Otra cosa que no tiene nada de malo: Ser hincha de nuestra selección nacional, ahora que por fin, salió del anonimato y empezó a darnos las alegrías del éxito. Pero, somos venezolanos y no tenemos mesura. Resulta que una raza, siempre por ahí, ahora ha salido del closet inundando nuestros espacios de vida con un furor vino tinto digno de mejor causa. Entienden el juego mejor que nadie, se conocen desde la partida de nacimiento, los detalles más íntimos de la vida de todos los jugadores, no saben si amar u odiar a Cesar Farias y decidieron, hace rato, que los días de juego son dedicados al desorden y la improductividad. Visten alguna de las tantas versiones de la camiseta vino tinto y pueden quitarte el habla si decides meterte al cine, en lugar de volver a ver la repetición número mil del juego contra Paraguay. Es cierto, ahora tenemos un equipo de fútbol que empieza a hacer historia; pero, hay gente a la que el fútbol lo emociona una vez al año.
Opositor soy yo: Hay niveles en todo. Hay quienes creen que en el gobierno que padecemos, existe alguna cosita rescatable y quisiera agarrarse de eso para ver si salimos bien librados. Hay quienes ni siquiera pueden pensarlo. Son los peores, los que se creen únicos en la lucha por el país y listos para ofrendar la vida en esa lucha. Odian al gobierno y todo lo que se le parece y usan sus 24 horas para dejárselo saber a quien se ponga a tiro. Participan en todo lo que se puede participar, pero se retiran al comprobar que la oposición “sigue siendo blandengue”. Mantienen teorías conspirativas, creen que al sabanetero le quedan minutos de vida y les da lo mismo quien salga electo candidato en las primarias. Lógicamente tienen sus críticas acérrimas contra la Mesa de la Unidad y alguno que otro problema de salud derivado de 13 años de angustia. Pero no se rinden. La gran pregunta es ¿para donde van a coger cuando esta cosa haya terminado? ¿Cómo van a vivir sin oponerse?
Jaimito: Puestos a escudriñar la venezolanidad más auténtica, nadie puede tener tantos méritos nacionales, como el contador de chistes. No se trata del chiste divertido (o no) que alguien se anima a contar en la mesa para distender el momento. No. Se trata del que convierte la cosa del chiste en un modus vivendi. Compra revistas de chistes, saca chistes de Internet, lleva registro de los chistes que conoce, hace clasificaciones tipo kardex y a donde llega se lanza a contarlos previa introducción al estilo “eso está como el borrachito que….” Le da igual tener gracia para hacerlo, la gente terminará creyendo que en realidad es bueno para eso y se lo empezaran a pedir casi suplicantes. El contador de chistes tiene un amplio registro de arquetipos que sólo se repite en otros contadores de chistes, y sabe imprimir orden a sus andanadas. Es el venezolano por excelencia y aunque algunos lo consideramos abominable, no es ni malo ni bueno, sino todo lo contrario.
Nací en la esquina El Conde: En estos tiempos tan complicados, deberíamos honrar y ensalzar al que todavía defiende la venezolanidad por todo carnet de identidad. Existe, aunque usted no lo crea. Defiende las fechas patrias, se conoce todos los versos de Andres Eloy Blanco y en algún momento de su vida fue adeco y ahora no sabe que hacer con eso. Pone la bandera en la ventana los días patrios, se emociona con el arpa, cuatro y maracas; no cambia un pabellón por ningún manjar en la tierra y cuando le sirven un guisky con soda, mete el dedo anular para revolverlo, aunque esté en el Palacio de Buckingham. Defiende la patria y usa palabras grandilocuentes para hacerlo, cree que es innecesario salir de Venezuela, pues aquí hay bastante para hacer turismo y se sabe de memoria cada palabra del Himno Nacional, que escucha con la mano derecha sobre el corazón. Puede que no este con el gobierno o si. Lo suyo es la patria. Tanto empalague con el tema puede resultar insoportable, pero como son tan escasos, no ofrecen mayor problema.
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