Había decidido ignorarlo, sentía que de muchas maneras hablarle a usted era correr un riesgo; lamentablemente, la historia más reciente de nuestro país está escribiéndose con las lamentables consecuencias de palabras, dichas o escritas, que algún rojo ha tomado por ofensa. Se nos está haciendo costumbre, desafortunadamente, parangonar ofensa con verdad y escarnio con dignidad; se nos está haciendo costumbre también, pensar que, nosotros, los que estamos en el lado decente de la nación, tenemos la obligación de callar y aguantar cada vez que usted, especialmente, amanece suficientemente alterado como para caerle a insultos a cualquiera que se gane la rifa diaria de su show de televisión.
No pretendo discutir su derecho a que medio país le caiga mal. En eso, fíjese usted, nuestras vidas coinciden; muy para mi desgracia, medio país (o un bastante menos, según parece) me cae mal. Usted, seguramente apoyado por los líderes de su credo, está puesto en donde está, para defender algunas cosas que no son fáciles de defender. Yo, desde una trinchera muchísimo menos importante, estoy puesto por mi conciencia para defender lo que nos queda de bueno, lo que nos queda de gente. Por eso, decidí hablarle, por eso y porque estoy supremamente ofendido, como venezolano, por su alusión destemplada y grosera en contra de una de las más valiosas mujeres de esta patria. No voy a explicarle quien es María Teresa Castillo. Usted lo sabe perfectamente. No voy a hacerle un listado de los incontables meritos que María Teresa ha acumulado en una vida de generosidades, riesgos y valentía. No voy a hacer una apología de la Sra. Castillo, principalmente porque me alegra haberme enterado que sus insultos no lograron hacerle nada a quien, a los 102 años de edad, transita una ancianidad plena del amor sembrado en los buenos tiempos de un país, que le dio un espacio para que ella lo convirtiera, a pulmón pelado, en una referencia irrepetible de lo maravilloso.
Le repito, Sr Silva, usted es libre para odiar; eso es generalmente una mala decisión, pero le pertenece. A muchos de nosotros nos gustaría saber que usted odia a Miguel Henrique Otero por una razón concreta, porque le quitó una novia por ejemplo, pero eso es un tema que usted tendrá que resolver de alguna forma. El asunto es que esa libertad suya para odiar, no puede ser, por razones de simpe ética (Conjunto de principios y normas morales que regulan las actividades humanas / Diccionario Enciclopédico Larrouse) el hilo conductor de un programa de televisión que usted produce y conduce, por razones que posiblemente tienen más que ver con conexiones, que con talento. Discúlpeme si lo ofendo, no tengo interés en sacarle un ojo para cobrarle el que usted le ha sacado a todos los venezolanos; pero, quiero recordarle una simple ley de vida: Insultar públicamente a la madre de nuestros enemigos, es un límite que los venezolanos no cruzamos; el que se atreve a hacerlo, tiene que estar dispuesto a pagarlo. Usted se atrevió y yo no lo estoy amenazando. Estoy haciendo uso de lo poco que me queda de libertad de opinar, para decirle que, de todas las cosas horribles que usted hace a diario en el canal de todos los venezolanos, emprenderla, sin razones, contra una señora fundamental para la historia venezolana del siglo XX, es un exabrupto que difícilmente olvidaremos, porque tenemos la mala costumbre de comportarnos como seres humanos. Usted verá.
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