Confieso que, nunca, un día después de
elecciones me he sentido bien. Alguna
vez, incluso, me negué a levantarme de la cama hasta pasados cuatro o cinco
días de la paliza. Jamás, en este maremágnum electorero al que nos han ido
acostumbrando, he pasado buena noche después de Tibi y su barandita ni he
sentido nada que no se parezca a un desconsuelo pavoroso. Para empezar, porque
yo jamás he comprendido las jerigonzas de esa señora a la que le endilgan una
cosa rarísima que aquí se llama Poder Electoral, como si el poder de elegir lo
tuviera en sus manos un grupito de gente que uno no sabe de dónde sacó
credenciales para adjudicarse el derecho.
Confieso que en mi carnet de baile,
elecciones no es una pieza que me guste. Hasta ayer; a pesar de todo, hasta
ayer. Hasta ayer, porque es la primera vez en que la oportunidad de elegir a una
autoridad, por muy municipal que sea, se convierte en una medición de fuerzas
sin precedentes, se gana con cierta holgura y es dada a conocer con certera
prontitud, en un gesto que no merece reconocimiento alguno, salvo el de haberlos vistos, por primera vez en
años, sin otra alternativa que el anuncio plagado de pequeños errores anecdóticos.
Ayer, aun en medio de lecturas analíticas que buscarán (porque deben hacerlo)
una quinta pata al gato, los que adversamos el régimen pudimos, por vez
primera, admitir públicamente una mayoría que está cansada de existir en
privado: somos, aproximadamente un 51%
de venezolanos mayores de 18 años y en uso de casi todas nuestras facultades
mentales (aunque no todos estemos sumados a la MUD) Eso, lo quieran reconocer
ellos o no, es un triunfo. Pequeño, está bien, pero es un triunfo. Un triunfo
que llena de entusiastas esperanzas, que abre puertas y ayuda a la contienda.
No es todavía un triunfo que nos libere el camino; al contrario, a partir de ese 51% las cosas se han de poner muy difíciles. No es, perdonar, una de las tareas que el “gigante” haya dejado en herencia a sus hijos dilapidadores. No es humildad lo que aprendieron en los años de seguirlo, no es bonhomía o decencia. Todo tipo de disparates, saltándose cualquier ley a la torera, entorpecerá los espacios conquistados: nunca será tan difícil una acción de gobierno tan sencilla en apariencia, como el bienestar de quienes vivimos en territorios gerenciados por quienes, a partir de hoy, se convierten en enemigos del poder central. Hoy, la Constitución - que ellos se inventaron - pasará a convertirse en garabatos sin significado y nosotros en experimento de aguante y resistencia. Esa entelequia inexplicable llamado estado comunal abreviará su improvisación mal pensada y la escasez de pensamientos lucidos, traerá consigo escasez de todo tipo. Aun así, estamos entrando en una fase interesante del juego. Anoche apenas se esbozaron titulares.
Las hordas de terroristas que por unas horas dejaron ver sus fauces, los cientos de motorizados que atemorizaron paisanos desarmados, el amenazante discurso escatológico de los jerarcas, las risas de guasón y el lumpen que los aúpa, dejaron de ser una amenaza para convertirse en peligro cierto; si este es el principio de algún fin por vía electoral, es bueno que sepamos que detrás de eso se viene la lucha armada. No obstante, dos victorias imposibles cimentan la certeza de que hemos alcanzado un buen nivel de desafío: Barinas, por su significado histórico – sentimental y El Vigía, en Mérida, una zona impenetrable que reúne mucho del dinero (bien y mal habido) de la zona sur del lago de Maracaibo, bastión de irreductible color rojo que anoche mudó de colores empujada por el sin sentido. Junto a ellas, una omisión imperdonable continúa poniéndole al camino un borde de precipicio: 48% de venezolanos que tienen la obligación de hacerlo, no salieron de sus casas a votar. Posiblemente, permítaseme el fácil y tendencioso análisis de mostrador, porque de hacerlo tendrían que haberlo hecho por un candidato de colorada ineficiencia; mas, aun ese caso, siempre nos quedará pendiente la respuesta a una pregunta que podría haber aumentado enormemente nuestra alegría, (o no) ¿Qué hubiese sucedido de haber tenido una participación electoral que rondara el 85%? Esa es la tarea que analistas mejor preparados tienen la obligación de resolver.
Por lo pronto, toca hacer examen de conciencia, arrimar el hombro y hacer todo lo posible para evitar que las malas mañas de quienes saben que, perdiendo el poder, pierden muchísimo más que un cargo, interrumpan esta convivencia forzada que hemos aprendido a soportar entre dos mitades de un país inmensamente dividido. Desde ahora, a pocas horas de conocer resultados de una elección que nos dejó sabor a triunfo en la boca y pasadas las horas de descanso, habrá que fajarse como los buenos. Yo solo espero que sepamos hacerlo.
No es todavía un triunfo que nos libere el camino; al contrario, a partir de ese 51% las cosas se han de poner muy difíciles. No es, perdonar, una de las tareas que el “gigante” haya dejado en herencia a sus hijos dilapidadores. No es humildad lo que aprendieron en los años de seguirlo, no es bonhomía o decencia. Todo tipo de disparates, saltándose cualquier ley a la torera, entorpecerá los espacios conquistados: nunca será tan difícil una acción de gobierno tan sencilla en apariencia, como el bienestar de quienes vivimos en territorios gerenciados por quienes, a partir de hoy, se convierten en enemigos del poder central. Hoy, la Constitución - que ellos se inventaron - pasará a convertirse en garabatos sin significado y nosotros en experimento de aguante y resistencia. Esa entelequia inexplicable llamado estado comunal abreviará su improvisación mal pensada y la escasez de pensamientos lucidos, traerá consigo escasez de todo tipo. Aun así, estamos entrando en una fase interesante del juego. Anoche apenas se esbozaron titulares.
Las hordas de terroristas que por unas horas dejaron ver sus fauces, los cientos de motorizados que atemorizaron paisanos desarmados, el amenazante discurso escatológico de los jerarcas, las risas de guasón y el lumpen que los aúpa, dejaron de ser una amenaza para convertirse en peligro cierto; si este es el principio de algún fin por vía electoral, es bueno que sepamos que detrás de eso se viene la lucha armada. No obstante, dos victorias imposibles cimentan la certeza de que hemos alcanzado un buen nivel de desafío: Barinas, por su significado histórico – sentimental y El Vigía, en Mérida, una zona impenetrable que reúne mucho del dinero (bien y mal habido) de la zona sur del lago de Maracaibo, bastión de irreductible color rojo que anoche mudó de colores empujada por el sin sentido. Junto a ellas, una omisión imperdonable continúa poniéndole al camino un borde de precipicio: 48% de venezolanos que tienen la obligación de hacerlo, no salieron de sus casas a votar. Posiblemente, permítaseme el fácil y tendencioso análisis de mostrador, porque de hacerlo tendrían que haberlo hecho por un candidato de colorada ineficiencia; mas, aun ese caso, siempre nos quedará pendiente la respuesta a una pregunta que podría haber aumentado enormemente nuestra alegría, (o no) ¿Qué hubiese sucedido de haber tenido una participación electoral que rondara el 85%? Esa es la tarea que analistas mejor preparados tienen la obligación de resolver.
Por lo pronto, toca hacer examen de conciencia, arrimar el hombro y hacer todo lo posible para evitar que las malas mañas de quienes saben que, perdiendo el poder, pierden muchísimo más que un cargo, interrumpan esta convivencia forzada que hemos aprendido a soportar entre dos mitades de un país inmensamente dividido. Desde ahora, a pocas horas de conocer resultados de una elección que nos dejó sabor a triunfo en la boca y pasadas las horas de descanso, habrá que fajarse como los buenos. Yo solo espero que sepamos hacerlo.
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