Si pensáramos un poco más que la mejor palabra es la que no se dice, la historia estaría menos llena de metidas de pata y algunos famosos habrían tenido menos oportunidad de develar sus auténticos sentimientos, los que se escapan cuando no pensamos bien en lo que decimos y lo estamos diciendo todo, en realidad. Es viernes, día de listas y de revisiones a la historia frívola y descuidada que han ido escribiendo los bocones – o los indiscretos – de oficio. Trece es un buen número para recordar lo que posiblemente sean las frases más famosas (y en algunos casos, las más inconvenientes o divertidas) de lenguas afiladas con espacios en la historia.
Dinero, para algo más que vivir: Se llamaba Anna Nicole Smith aunque nació siendo Vickie Lynn y se habría quedado bailando en los tubos de varios bares nudistas de Texas, de no haber sido la conejita de Playboy que se levantó un millonario de 80 y pico, se casó con él, lo consintió por 14 meses y enviudó, tristemente. Casi en ese instante, comenzó una de las historias legales más rocambolescas de todos los tiempos: un juicio para repartir la millonaria herencia, que fue visto y comentado por media humanidad, teniendo uno de sus momentos cumbres el día que “la sucesora de Marilyn Monroe” subió al estrado. Vestía de negro riguroso, llevaba poco maquillaje e hizo gala de mohines, morisquetas y frases inolvidables que alcanzaron el zenit, cuando al ser interrogada por el juez sobre los motivos de su demanda a la familia Marshall, ella miró a la audiencia, puso cara de circunstancias y respondió, con toda seriedad: “se necesita dinero para ser yo”. Nadie lo puso en duda, sobre todo cuando lo obtuvo, pocos años antes de morir en un hotel de Florida, víctima de una sobredosis.
Frases del destino: El 22 de noviembre de 1963, un poco después del mediodía, moría asesinado John Fitzgerald Kennedy, el 35to presidente de los Estados Unidos de América y uno de los nombres más importantes de la historia del siglo XX. El crimen, que los gringos conocen como el día que USA perdió su inocencia, removió el mundo y ha sido estudiado, revisado, anecdotizado, filmado y publicado millones de veces. Sucedió en Dallas, al inicio de una visita de campaña para la reelección, a bordo de un automóvil descapotable en el que viajaba acompañado de su esposa Jackie, el gobernador de Texas, Jhon Connally y la esposa de este Nellie, la bocona del momento: En el transcurso de la caravana, ella se volteó a mirar al presidente y para congraciarse le dijo “no podrá usted negar que la gente de Dallas le quiere”. Segundos después una bala atravesaba el cuello del presidente y una segunda hería a Jhon Connally. No hay duda que la mano negra del destino tuvo mucho que ver con esa frase.
En ella, normalito: Nadie en su sano juicio podría suponer en Victoria Beckham un átomo de inteligencia. No es fea, le encanta una foto y la mayoría de las veces se viste bonitico, pero de ella poco más puede decirse, salvo que la suma de sus talentos la han hecho millonaria y la han dejado igualita de bruta. No lo digo yo: “Jamás en mi vida me he leído un libro, no me da tiempo, prefiero comprar discos”. Ya sabemos que Barnes & Noble, nunca le ofrecerá un contrato.
La inolvidable de “La doctora”: Fue protagonista de la política nacional durante el quinquenio Lusinchista (1984-1989) y aprovechó sus artes más íntimas para enriquecerse groseramente y permanecer en el trono como una verdadera Pompadour, a quien se le parecía en muchos frentes, aunque ella soñaba con la modestia e impecabilidad de su más cercana Evita. Intentó todo, y en todo, por suerte, tuvo poco éxito; tanto, que el día que quiso explicar públicamente su molestia al ser tildada una y mil veces de corrupta, la Doctora Blanca Ibañez fue traicionada por su innegable falta de ignorancia y afirmó rotunda: “vivo de mi salario, yo con eso, tengo todos mis gastos cubridos” No sé si por algo más, pero por esa perla, se quedó para siempre en la historia patria.
Entre músicos te veas: En 1982, Ana Teresa Oropeza, una muchacha bastante corriente pero muy adinerada, se alzó con la corona de Miss Venezuela para desconsuelo de todos los que, ya en ese entonces, defendían el poco chance que las niñas ricas de La Lagunita merecian, en un concurso de niñas ricas que empezaba a necesitar historias de superación personal y morenitas bellas. Además de servir arepitas con caviar en la celebración del triunfo y no lograr ponerlas de moda, Ana Teresa entró a la historia gracias a una pequeña confusión de nombres: en una entrevista, realizada por el famoso periodista Nelson Hypollite Ortega, la miss confesó impávida: “me encanta la música de Shakespeare” y obtuvo titular. Días después y para asestarle el toque de gracia, Isabel Palacios publicó un inteligentísimo artículo en El Nacional, en el que despepitaba con su extraordinario conocimiento del tema, todos los detalles de la vida oscura y casi desconocida de un antiquisimo músico ingles de apellido Shakespeare. ¿Sabía de él Ana Teresa? Jamás fué aclarado.
Revancha inteligente: Se hizo famosa en el mundo entero gracias a un cruce de piernas inolvidable, en medio de una secuencia de esas que se diseñan especialmente para aumentar ingresos de taquilla: Sharon Stone, desde entonces ha hecho pocas películas y ha mantenido la fama de Instintos Básicos. También se casó, con el millonario editor de un periódico de San Francisco con el que le fue francamente mal, (accidente cerebro-vascular incluido). Recuperada y radiante, fue entrevistada sobre una ruptura cuyos detalles eran secretos y casi desconocidos, pero que pasaban hasta por las torcidas preferencias sexuales del marido. Inteligente y mordaz, la actriz zanjó el asunto explicándole al mundo que “las mujeres sabrán fingir un orgasmo, pero los hombres saben fingir una relación entera”. Nada, versión gringa de varón no es gente.
Premonición absoluta: Barbara Walters, la periodista de farándula más famosa de Estados Unidos, después de Oprah Winfrey, hizo un programa especial sobre la incombustible y eterna sobreviviente CHER, cantante, ícono pop, actriz, mamá de una que se cambió de sexo para convertirse en hombre y extravagante ex – esposa viuda del cantante y político Sonny Bono. En la introducción del programa, la Walters, famosa también por sus ocurrencias, presentó a la estrella diciendo que “al día siguiente de la guerra nuclear, en el mundo solo quedarán las cucarachas y Cher”. Pocos recuerdan el programa entero, pero nadie olvidará jamás una premonición tan acertada.
La gran bocona: Tenia talento, tenía curvas provocativas, escribía, diseñaba y montaba sus propias escenografías y además escogía sus compañeros de reparto en una época en la que las actrices actuaban mal y listo. Además, o mejor dicho, por sobre todo, Mae West pasó a la historia por su interminable colección de frases mordaces y de doble sentido cuya vigencia se mantiene intacta. “Yo no he descubierto las curvas, sólo las he destapado” posiblemente sea una de las menos conocidas, pero sin duda, podría ser el título de su auto- biografía.
La Pantoja y yo: No acapara titulares por lo que dice, sino por lo que hace o deja de hacer. Viuda de España, tonadillera, presunta corrupta, favorita de la prensa del corazón y protagonista de todos los escándalos del género humano, Isabel Pantoja, se cruzó en mi camino en aquellos días felices de conciertos en el Teresa, con entradas vendidas hasta la bandera y sin discursos. Preparábamos la primera noche de una serie de espectáculos en los que la Pantoja, representada en Venezuela por María Gómez, estrenaba repertorio y abandonaba crespones de viuda. En el ensayo general, Isabel entró al escenario conversando con su asistente y sin ánimos de práctica; pasaban los minutos y el personal, paralizado, empezaba a reclamar algo de acción. María, conocida en todo el mundo por su pésimo carácter, la conminó a comenzar el ensayo, sin éxito alguno; una, dos, tres llamadas y el ensayo naufragando en la nada. María, impaciente y furiosa agarró una silla y la lanzó a la cantante. No llegó a pegarle, pero logró un estruendo digno de emergencias. La Pantoja, altiva como una duquesa, miró a María Gómez, le dijo “ay, por favor, María, que modales…” y se fue a los camerinos. No hubo ensayo, tampoco disculpas, ni otras menudencias; de lo demás recuerdo el concierto, sin sillas en el escenario, como una de las grandes noches de un país que ya no existe.
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