Twitter está convertido en territorio obligado. Además de confesar que ya se me convirtió en adicción pura y dura, como los carbohidratos y el cigarrillo, admito que como termómetro, algunas veces arde de ansias. No encuentro otra explicación a lo que sucede en el cielo del pajarito azul, desde que el presidente de un poco menos que la mitad de los venezolanos, decidió enconcharse en su tierra feliz para someter a este país, que votó por él – varias veces – al más twitteado desasosiego.
Por leer, he leído todo tipo de rumores. La cuenta de la periodista Berenice Gómez (a) La Bicha, a quien sigo a pesar de gustarme poco, es una de las más prolíficas: por allí ha pasado todo tipo de calamidades y aunque ninguna se confirma nunca, sirven de algo. Si hiciéramos una encuesta, descubriríamos, por ejemplo, que una importante cantidad de venezolanos creen que el sabanetero está en cabecera de pista. El cáncer, enfermedad a la que tememos inmensamente, es certeza redundante: desde ayer, gana adeptos el colon y en fase terminal. Otros juran que el cáncer es linfático y, muy pocos, piensan que la bacteria se convirtió en septicemia; es decir, creen el cuento chino del absceso pélvico, pero lo aumentan. Algunos otros, (profetas del desastre los llamaría el paciente) se inclinan a pensar que en realidad, no pasa nada y que de Cuba vendrá un barco cargado de desgracias.
La verdad, como costumbre, posiblemente no la sabremos nunca. O la contará la historia, si es que se cumple alguna de las profecías que, disfrazadas de “a mi me lo contaron”, han circulado en el espacio virtual. Lo importante y por supuesto menos discutido, es el irrespeto que toda esa historia entraña.
Gobernar un país, en el que junto a las cadenas, han desaparecido también las ganas de vivir en orden, es una tarea que requiere algo más que mensajes a Jaua y ordenes que nadie sabe de donde han salido. Pero, gobernar, en el estilo omnipresente al que nos hemos acostumbrado por los últimos 12 años, exige coherencia. Si es cierto que tenemos un presidente que se preocupa por los suyos, lo menos que podemos exigir es que tenga la fineza de estarse en casa, hacerse su café y lavar la taza. Todo lo demás es un irrespeto monstruoso al que nunca podremos ponerle freno pues, entre otras cosas, también nos hemos acostumbrado al reposo medico y al ausentismo laboral.
Mucho me temo, entonces, que esta crisis tendrá su fade-out. Se convertirá en escenas histéricas de un recibimiento, para el que espero hayan convocado a Joaquín Riviera, y traerá horas insoportables de chachara televisada. Twitter reventará nuevamente a punta de escrutinios en los que, avezados conocedores de la verdad humana, nos contaran en detalle las señales de la cruel enfermedad y las estrategias electorales obtendrán provecho del sufrimiento que nosotros hemos decretado.
Después, nada habrá sucedido. Nada, como no sea la entrega indecente de nuestra soberanía a un país que perdió la suya hace 53 años y el reconocimiento, grosero, de que para la jerarquía patria, en las emergencias de patio no tiene sentido ni atenderse un catarro.
Esa es la Venezuela del siglo XXI. Valdría la pena que alguien respondiera, en twitter, ¿Por qué?
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