Escogieron el 12 de Octubre para ver si me creaban un problema de identidad. Estando yo en plena celebración de lo que solía ser el Día de la Raza, un muchachito tocó a mi puerta, se identificó como empadronador del censo y me acribilló a preguntas. Más allá de lo importante que debe ser para la Oficina Nacional de Estadísticas el estado general en que se encuentra mi apartamento (muy bien, muchas gracias), mi situación laboral de la semana pasada (estable, esta semana todavía no lo sé) y la fecha de mi ultima laberintitis (Ay, sí te contara) lo que nunca llegué a comprender y he ahí que tenga dudas existenciales desde entonces, es por qué, el muchachito se plantó frente a mí y me soltó sin más ni más, si yo me considero “afro descendiente”. A mí, que soy lo que buenamente se ve: un tipo mestizo, más bien blancuzco, sin eso que llamaban en una época, señas particulares.
Me he quedado muy mal después de eso. No por lo de afrodescendiente, que si lo soy un poco, sino porque se me instaló la angustia de no haberle explicado, al muchachito del censo, que mí papá era margariteño, nieto de un famoso bandolero nacido en Río Caribe, e hijo de un capataz de hacienda, convertido en empresario por que le dio la gana, más bello que cualquier príncipe de cuento de hadas, negro, de pelo blanco e inolvidable. O que mi madre fue una merideña de tronío, blanca y rubia como la Virgen Maria, con unos ojos verdes de infarto, nieta de una india bogotana, más arrecha que el perro de los Branger, y que de semejante mezclote hemos salido unos hijos desteñidos, a quienes los atributos de raza no se les ven ni en la oscuridad del alma.
No se puede, aun cuando sea 12 de Octubre. Es imposible contar que en 50 años de cedula y pasaporte venezolano, nunca se me ha ocurrido pararme frente al espejo para descubrir lo que soy; lo he hecho, por miles de razones, pero nunca me ha dado por espejito-dime-la-verdad-y-enséñame-el-afro-descendiente-que-llevo-dentro. Nunca, hasta ayer.
Nada, que me costará mucho seguir viviendo; por más que me reviso y me empeño no logro descubrir que cosa me considero. Básicamente, porque a un hermano de mi padre, divertido, fiestero y buena gente, todos en la familia lo llamamos Tío El Negro, y en cada letra de ese mote, lo que hay es un montón de amor, que me habría encantado explicárselo al censo. Pero, ¿cómo hago? Eso no es una consideración, eso es un sentimiento.
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