
No la veo casi nunca, no nos hemos hecho una visita jamás; pero, si yo entro al supermercado y me encuentro a Carmen Teresa Martínez, voy a saludarla con cariño y voy a dedicarle unos minutos a saber de su vida, a ponerme al día en sus proyectos y andanzas. Voy a hacerlo, porque nosotros “nos criamos juntos”, hicimos juntos las rondas de piñatas y fiestas de adolescentes y nuestras caras se acostumbraron a verse con afecto. Esa sensación es la misma que me producen Maria Corina, Henrique y Leopoldo cada vez que los veo juntos. Al igual que Carmen Teresa y yo, ellos deben haber coincidido en muchas cosas cuando eran chamos y deben sentir entre ellos un afecto cómplice y solidario. Es más, revisados los árboles genealógicos, probablemente hasta medio primos sean. Diego Arria se cuela entre esos muchachos porque, como bien lo recordó anoche, es amigo también, pero de sus padres y a Pablo Pérez, todos parecen haberle abierto las puertas de su casa como quien se las abre al chamo nuevo que llega al colegio con fama de ganador de caimaneras. Eso es lo que rescato del encuentro que, anoche, sostuvieron los precandidatos presidenciales de la Unidad Democrática en la Universidad Católica Andrés Bello y que fue llamado “debate” cuando en realidad se trataba de una simple presentación de intenciones.
Lo rescato por una razón sencillísima; durante años, este país ha estado en manos de gorilas, con pésimo gusto y peor léxico, incapaces de reconocer a sus amigos entre quienes los acechan (seguramente porque la amistad es un asunto inexistente en esos lares) e incapaces de hablar con nadie durante cinco minutos, sin agarrarse a pelear hasta con el aire que respiran. Durante años, la sobriedad de actos como el de anoche, ha sido impensable y el país se nos ha ido convirtiendo en 912 050 kilómetros cuadrados de templete de feria mala, animado por payasos de los que cobran 50 bolívares y pagan el hotel. También porque, durante años, lo que uno ha captado en las apariciones del satrapa y sus secuaces, es que alguno de ellos va a clavarle un cuchillo a su vecino y este a su vez va a repetir el gesto de derecha a izquierda.
Por eso me gustó tanto el altísimo tono de camaradería con que estos cinco rivales se enfrentaron. Habrá quienes se dediquen, con mayor conocimiento, a analizar la interesantísima y muy correcta propuesta constituyente de Diego Arria (cuyo único error fue haber aprovechado la ocasión para volver a hablar de La Haya, aunque fue aplaudido por eso) o el impecable discurso político de Maria Corina Machado, por mucho la más preparada de todos los que estaban allí, o el carisma indudable de Henrique Capriles Radonsky a quien parece que las ganas de trabajar le brotan de alguna fuerza interior; o la apacible bien coordinada inteligencia de Leopoldo López, el mismo que siempre parece que lo de gobernar, él lo lleva en la sangre. Alguien con más argumentos que yo, hablará de Pablo Pérez, su creciente popularidad y su interés genuino por diversificar la educación en planes que no pueden ser ignorados por más tiempo.
Yo sólo quiero pensar que el futuro lo estamos construyendo entre panas. Entre gente que tiene aspiraciones personales legítimas, pero que dentro de ellas, le abre espacios al país que se desmorona frente a nuestros ojos. Puede que esa sea una manera frívola y edulcorada de verlo, pero si algo me pasó anoche cuando terminó el “debate” es que volví a creer en el discurso de paz, volví a creer en el país posible, volví a creer en la majestad perdida, en la dignidad y en el respeto. No extrañé gritos ni consignas, ni me pareció que hicieran falta banderas ni fuegos artificiales que disfrazaran inmensas carencias.
Si hay algo que una generación entera descubrió anoche, es que en Venezuela, hay espacio para la sobriedad, para el enfrentamiento inteligente, para el intercambio de ideas y para la gente que habla bonito y no insulta a nadie.
Lo bueno es que esa lección no vino teñida de rojo. Eso quiere decir, seguramente, que anoche apareció perfectamente dibujada una alternativa para la paz, que se puede construir en paz.
No fue poco.
(Por cierto, ninguno de los cinco se saltó las normas fijadas para el encuentro, sobre todo en lo que concierne a tiempos de micrófono…eso puede indicar honestidad)


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