
A ganadores y perdedores hay que exigirles que sean, porque toca serlo, ese tipo de políticos que, todo hay que decirlo, nunca ha habido por estos pagos y que según Churchill se convierten en estadistas cuando piensan en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.
En su primera comparecencia pública, el nuevo presidente de los españoles ha optado por exhibir su talante más comedido; su convencimiento de que, es tan grave lo que se les viene encima a quienes junto con él, han sido votados abrumadoramente para dirigir los destinos del país, que pareciera no haber espacio para fiestas, sino para discretos abrazos de felicitación y pequeñísimos besos en el balcón, como si de boda real se tratara.
Lo ha hecho de esta forma a pesar de haber obtenido una victoria histórica - la más alta que ha obtenido partido político alguno en la historia de la democracia española - y lo ha hecho así, tal vez, porque lo suyo, la promesa que no para de hacer ni repetir, es que llegó allí para trabajar y para hacerlo sin descanso, contra la más grave crisis que asola Europa desde la segunda guerra mundial, cuando Europa no estaba unida y no acusaba tan evidentemente, la mala hora del vecino.
No va a tenerlo fácil. Por creativo que se ponga (y le tocará serlo, mucho) Rajoy va a tener que montarse en los hombros, al Fondo Monetario Internacional, al Banco Central Europeo y al pesimismo que amenaza dejar sin aire a los españoles. Una altísima prima de riesgo que sube sin miramientos con el paso de las horas; algunas intentonas de desplome en la Bolsa, que se detienen casi milagrosamente; un mercado inmobiliario en el peor estado de incertidumbre, con miles de viviendas vacías porque han sido objeto de desahucio y miles de españoles en la calle por la misma razón y lo más grave de todo: un índice de desempleo insostenible para cualquier economía que se respete. Esas son, apenas, las aristas más visibles de una crisis que tuvo su mejor exponente en el movimiento de los indignados, ese “grupo de revoltosos” a quienes el nuevo gobierno va a tener que prestarle atención con seriedad.
Entre tanto, un clamor empieza a formarse, secundado por analistas serios y por gente de la calle: el gobierno debería estrenarse ya mismo y saltarse los plazos parsimoniosos de un país que adora las siestas largas y la modorra. Ya, cuanto antes mejor; de todos modos, el nuevo gobierno puede que tenga una luna de miel supersonicamente corta. Para poner las cosas en su lugar, el nuevo equipo de gobierno español (en el que habrán, a no dudarlo, una buena cantidad de súper mujeres) necesitará medidas de enorme impopularidad y sacrificios compartidos por un pueblo que, no solo no está dispuesto a hacerlos, está harto de venir haciéndolos.
Ayer en España, perdió Zapatero. Nadie sabe nada más. Todos esperan que los populares, con Rajoy a la cabeza, los saquen del atolladero – tal vez puedan, un poco – y las cosas en la Madre Patria, no sigan el derrotero de otras cunas de la civilización occidental, golpeadas duramente por gobiernos que se equivocaron y tuvieron que pagarlo. Repito que me hubiera encantado que ganara Rajoy, pero esto es lo que hay y con eso habrá que vivir: Con la derrota histórica de un partido socialista plagado de errores y el triunfo en las urnas del voto castigo. Ni modo.

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