
También andan bastante mortificadas. Existe la probabilidad cercana de que les hayan tocado las de embuste, embuste. Las que están rellenas de cola plástica: las francesas. Ese fue el tema hace dos noches. Debo decir que nunca había escuchado un coro más unánime en contra de algo que viene de Francia y sirve para acomodar lo que natura non da. Estaban realmente enfurecidas mis compañeras de rumba. Estaban también un poco desorientadas. Si las sospechas de una de ellas - la que empezó la conversación, por cierto - se confirma, ninguna sabe como se puede resolver el tema. Lo único que todas saben es que ellas no se quitan las tetas, hasta que no les aseguren que se las van a volver a poner enseguida y como quien resuelve una amalgama, pero con menos dolor.
De modo que el problema quien lo tiene es el cirujano. Por suerte, en Mérida, cuando uno dice el cirujano, está hablando siempre del mismo señor; así que me parece que él tendrá que arreglárselas para capotear su aguacero. El razonamiento de una de las “victimas” es muy sencillo y muy lógico: si una sola de ellas tiene las lolas francesas, nadie convencerá a las otras de no tenerlas. Todas fueron al mismo cirujano, todas van al mismo cirujano: él ha debido comprar las lolas, por resmas, al mismo proveedor. ¿Francés? Una dijo que es muy probable, ella averiguó lo que había que averiguar y según parece, son las más baratas.
Mientras resuelven su caso, siguen fascinadas mostrándolas. En una noche especialmente fría, las invitadas al cumple de Leonardo llevaban la menor cantidad posible de ropa, las melenas perfectamente lacias, los jeans divinamente ajustaditos, los labios milimétricamente delineados y los tacones peligrosamente elevados. Tanto adjetivo lo justifica la moda. Ya lo dijeron los colombianos antes de informarnos que nos habían superado en “monería femenina”: en estos días que vivimos; sin tetas…no hay paraíso. Sin moda, tampoco.
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