
Cuando, a mediados del año pasado, el mundo árabe enfrentó lo que ahora se conoce como la Primavera Árabe, además de los obvios ganadores, resultó muy beneficiado un invento reciente, sin el que muchos de nosotros no entendemos la vida: Twitter, esa manera de comunicarle al mundo todo lo que se nos ocurra, en la economía de 140 letricas. Hay estudiosos de gran seriedad jurando por su salud que, sin Twitter, Moubarak no estaría siendo juzgado y Ben Ali andaría dándole vueltas a Túnez con la impunidad de siempre. Obviamente, el resultado no pudo ser más alentador para quienes crearon el gorgojeo del pajarito: Hoy día, en este mundo global, no tener la habilidad de comunicarle al mundo tus cuitas, desde la promiscuidad de Twitter equivale a, poco más o menos, ser un descastado. Ergo, Twitter es una empresa millonaria que ha hecho millonarios a unos chamos muy talentosos que se dedicaron a inventarla y libres, (según toda sospecha) a los habitantes de unos países sumidos en la peor de las tiranías.
Mientras tanto, en suelo patrio, ha servido para entrenarnos en el deporte que más amamos: hablar pésimo del gobierno y todo lo que hace, dice, o actúa el señor aquel de Sabaneta. Estoy totalmente seguro que, en sus días de lucidez, el sabanetero piensa algo y en dos segundos, alguien lo comenta en Twitter. Incapacitados como estamos, para comprender que hay vida sin él, Twitter se ha convertido en la herramienta con la que poco a poco atornillamos al poder, a quien casi en secreto aceptamos como único motor de nuestras vidas. Si promulga una ley, (cosa que hace a cada rato) esa ley será desmenuzada en segundos vía Twitter. Si nos insulta (cosa que hace a cada rato) le lloverán respuestas, vía Twitter. Si designa a Pepito de los Palotes Ministro de algún poder popular (cosa que hace a cada rato), nos horrorizaremos vía Twitter. Si habla, si calla, si entrega, si quita, si pone, si da, si torna o si vira, nosotros estaremos allí para decírselo al mundo, vía Twitter y desde la comodidad climatizada de vidas muy poco alteradas, casi resignadas a compartir desgracias con 400 seguidores promedio.
Con los dedos cansados, muchos twitteros piensan que después de repetir cien veces #FUERAAHMADINEYAD, hicieron lo que tenían que hacer por la patria y dormirán felices; mientras Ahmadineyad no se entera del rechazo que su visita produjo en una buena parte del país twittero, y si se entera, le importa un bledo. Como le importa un bledo a su anfitrión todas las cosas que nosotros decimos de él via twitter.
Siempre digo que yo no soy el que pondrá el pecho para que le den un tiro cuando las cosas se pongan feas; esta certeza me pone a salvo de malos entendidos: yo no soy valiente, yo no voy a ofrendar, voluntariamente, mi vida a la patria. Pero, creo que sería capaz de retwittear un mensaje clandestino con la fecha y hora de la concentración, si fuera necesario y fuera serio. Es más, puede que después de hacerlo, twitee desde una trinchera cualquiera que estamos avanzando esperanzados. Lo haré porque entonces me parecerá que tiene algo de sentido, que no habrá aire acondicionado ni té caliente. Entre tanto, evitaré nombrar al desventurado hombrecito que nosotros elegimos como presidente y seguiré insistiendo en demostrar que podemos prescindir de él, en su cara y en el transcurso de su vida. Es posible que lo entendamos antes que, al día siguiente, cuando queramos freír unas tajadas y empezar la vida, no nos hayan dejado ni los plátanos.
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