
No soy militante de nada. Soy fanático de ciertas cosas: la comida criolla, el buen sexo, el cigarrillo, los postres de frutas, la buena conversación, la literatura latinoamericana, la música “de antes”. Pero, no soy militante. Aprendí desde hace rato a jugar a Dr Jekill y Mr Hide, y pretendo tener derecho a ser yo mismo, en donde haya gente dispuesta a protegerme de lo implacable que soy conmigo. Si durante años me han repetido que para eso son los amigos, espero poder contar con ellos para que mis oscuridades sean entendidas y amablemente iluminadas.
Así me enfrento a lo que me toca vivir: un país desdibujado, sin sentido de patria, sin escrúpulos, sin mesura. Un país en el que vive la corrupción a sus anchas y en el que asesinan diariamente, por lo menos, a una persona inocente. Un país sin orden, sin concierto. Con rumores inverosímiles, historias rocambolescas, ruido, mal gusto y malos olores. Con algunas alternativas de escape, también; algunas lindas playas, algunos paisajes impresionantes y algunas, muy pocas, casas amadas, confortables, iluminadas, auténticas. Con alguna gente buena también, como en todo. Y realidades paralelas que quitarían el habla de conocerse.
Así, sin querer ser militante de nada, me levanto diariamente y salgo a defender la vida. La mía y algunas veces la de alguien más. Así, creo poco a poco en la posibilidad de salvarnos a la hora del juicio final y en la oportunidad de enfrentarnos a algo que nos ponga sonrisas en la cara más a menudo. No, no es fácil ser yo. Soy el primero que lo siente y el primero que intenta remediarlo de alguna manera.
Participo, me equivoco, escribo y algún trabajo hago, para sacarnos del estropicio. Sin militancia obcecada, presto mi tiempo a causas que tienen cara de futuro, por eso no entiendo las militancias. Por eso no creo que todo sea bueno en mi campo. Por eso creo que hay que casarse con una buena idea, como la Unidad Democrática y jurar por ella.
Se que no hacía falta hablar tanto para decir tan poco. Pasa que estoy muy harto de ser juzgado y condenado por haberle dado espacio al pesimismo, por creer que las elecciones se compran y se venden, por oponerme a gente que reencarna viejos paradigmas lamentables y por creer, sinceramente, que este país, mío y de mi alma oscura, se salva el día que entendamos que tenemos que entromparlo con mucho sacrificio, mucha austeridad y, tal vez, hambre.
El día que yo vea a un venezolano negándose a recibir el monto de una misión y entendiendo que ser una economía rentista no nos hace limosneros de esa renta, ese día, a lo mejor, empezaré a creer de nuevo. Entre tanto, soy el que soy y quiero tener derecho a serlo.
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