Ayer, a consecuencia de un comentario que publiqué en el muro de Facebook de una bloguera española- venezolana a quien leo frecuentemente, me vi en medio de una polémica tan desagradable como necesaria. El tema, que yo puse en el tapete, es si los exiliados tienen los mismos derechos que tenemos los venezolanos “de aquí” a participar en la cosa política. Hubo un escaso cruce de comentarios y fue imposible un debate, que me habría encantado, pues la bloguera en cuestión enfureció y le dio por jugar a la muchachita ofendida, pero me quedó flotando el deseo de ahondar un poco en el asunto escabroso del exilio.
Se lo que digo. Fui exiliado. Jamás tuve nostalgias insuperables y cuando me provocó una arepa para reafirmarme la patria, la preparé y me comí varias; siempre llevé conmigo la poca música criolla que me gusta, y mi biblioteca, que es mi ancla a tierra, va conmigo a todas partes.
Sin embargo, nunca me metí en nada que no fuera votar cuando me lo permitían y opinar sin mucha profundidad sobre lo que significa ser venezolano, no sobre lo que significa vivir en Venezuela, por una razón muy simple: yo no vivía en Venezuela. Todo lo que sabía sobre la “situación” venezolana lo leía en Internet o lo escuchaba decir a alguien. No lo estaba viviendo. Por eso, salvo el 11 de abril que participé en un programa de TV local para hablar de la Venezolanidad a la luz de ese descalabro; mis pocos amigos venezolanos y yo, hicimos del exilio una ocasión para entender aquello de “el que va a la villa, pierde la silla” y en consecuencia actuábamos. Reconozco los motivos del exilio, e incluso sus derechos, pero poco más. Creo que el que se va del país en medio de esta profunda crisis que vivimos, hace lo que su conciencia le dicta y hace bien, pero pierde el derecho a participar en la contienda diaria y a ser parte del cambio. Es uno de los precios que se paga al poner tierra de por medio, por las razones y bajo las circunstancias que sean.
El papel del venezolano en el exilio debería limitarse a discretas opiniones y apoyos puntuales ante la comunidad internacional acordes a lo que se decide y pregona desde aquí. Es preocupante entonces que, cada vez más seguido, el exilio “opositor” insista en atacar a la MUD, repetir el chisme de las elecciones fraudulentas y proponer que no vayamos a elecciones en 2012, haciendo gala de una irresponsabilidad digna de toda reprobación. Supongo que, desde un piso climatizado en el Madrid de Zapatero, es fácil llamar a la rebelión estilo “países árabes” (sancta sanctorum del exilio) pues no saben cuantas armas circulan en este país porque no las han visto. Suena muy duro; pero con euros y mercados bien abastecidos, es muy sencillo oponerse al régimen de horror que está acabando “ese país de allá abajo” que, admítanlo o no, empieza a ser extraño después de cruzar el Mar Caribe. Puede parecer chauvinismo y me apena que así sea, pero en mi vida aprendí que EL QUE SE VA NO HACE FALTA Y EL QUE SE QUEDA NO ESTORBA. Si su decisión fue irse, sea feliz y cierre la boca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario