En general, la tecnología es una trampa maravillosa. Tengo todo el fin de semana pensando que pocas cosas deben ser mejores que el minúsculo aparato en el que coexisten pacíficamente tus novias, tus exes, tus hijos, hermanos, demás familiares, amigos y enemigos, con todos los mensajes enviados, su musiquita, videos, fotografías y “emoticones”. Demasiado bueno para dejarlo pasar liso; por eso, he aquí la escena:
Supongamos, por ilustrativo ejemplo, que quedaste con tus amigos para almorzar en el restaurante de moda: todos llegan a la hora, se besan, se abrazan y se preguntan con genuino interés como anda la vida de los otros (siempre es más interesante que averiguar como anda la de uno) piden tragos, “algo para picar” y se acomodan en la mesa que reservaron con todo el esfuerzo del caso. Inmediatamente hace su aparición el aparatito de marras (cuya presencia, con independencia de su elevadísimo precio, es indispensable y no se discute) y el almuerzo se convierte casi en un aborto; pues, por mucho que lo intenten justificar, es imposible seguir una conversación, disfrutar una buena comida y escribir compulsivamente en un teclado diminuto, todo al mismo tiempo. Es más, es imposible también, prestarle atención a alguien y darse cuenta de si le va bien o mal en la vida, si el último email con el chisme de tu hermanita que vive en Austria, está de por medio. No me importa lo que me digan para defender esta última y muy fatua manía de la humanidad entera, pero un teléfono solía ser un aparato que uno utilizaba desde su casa y en momentos de ocio o de emergencia. En esos tiempos pasados, que siempre fueron mejores, las visitas se atendían sin interrupciones del tubo gris de plástico CANTV. Hoy, ese simple gesto de respeto y consideración a “los semejantes” ha sido olímpicamente sustituido por un micro chip que nos autoriza a dejar de lado, el lado humano de las relaciones humanas: saludarse mirándose a los ojos y conversar largo y tendido ya no hace falta; hoy día, tienes un blackberry, sus teclas diminutas y tu obsesiva personalidad de inseguridades. Y si no, suicídate.
Algunas veces, de todos modos, es importante demostrarle al restaurante, que uno tiene una vida divertida y entonces mete ruido en las pausas que deja el BB; después de todo, siempre se puede llevar control de la pantallita con el rabo del ojo: hay que evitar a toda costa que nos estemos perdiendo el encuentro final entre Coyote y Correcaminos; seria imperdonable no ser el primero en reportarlo a TWITTER.
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