Sara, mi vecina, está atacada de espanto después de haber visto en la tele el estado lamentable en que han dejado la imagen de José Gregorio Hernández en Yaracuy. Ayer me la conseguí en el pasillo, hecha un mar de nervios, comentándome los sucesos (ella siempre comenta las noticias con una o dos semanas de retraso). No se bien por qué, en medio de la conversación, comenté lo sucedido a la Divina Pastora; esa casi la mata de un susto. Entró rápidamente a su apartamento, sacó de su altar una imagen de la Patrona de Barquisimeto e inmediatamente encendió velas, colocó flores e inició un rosario en desagravio, que creo aun no termina.
No es un chiste. Para Sara y para casi todos los venezolanos de bien, José Gregorio Hernández, La Divina Pastora y algunas otras vírgenes y santos, representan el lado menos “echado a perder” de la venezolanidad. Creer que su divina intersección logrará el milagrito de ponernos a salvo de la debacle final, es la última esperanza de mucha buena gente. Por eso, despertarse un día y descubrir que sus imágenes más vistosas, posiblemente las más visitadas y reverenciadas, han sido profanadas con la mala saña de estos ataques, es una afrenta que a todos nos parece demasiado grave como para olvidarla fácilmente. Es curioso, sin embargo, que sean los creyentes ajenos al hecho, quienes hayan salido en actitud reivindicativa a pedirle perdón a los santos por la mala hora de una banda de delincuentes; cuyos rostros, sea verdad o no, están puestos en grupos terroristas afectos al gobierno que operan en esas zonas, sobre todo en el estado Lara.
Acompañé a Sara en el primero de lo que seguramente será una larga cadena de rosarios; al finalizar, me sorprendió oírla decir que a sus 82 años, a ella lo que le queda es pedir perdón por los pecados ajenos. Sara estaba muy triste ayer,
- Con razón, me dijo, hay tanta gente hablando del fin del mundo, será que no les da miedo?
Me fui pensando que no, que para ellos, por razones equivocadas, Dios tampoco es un padre castigador; pero, quise aconsejarles que debieran temer. Incluso Dios se cansa, y a Dios cansado y molesto, si es verdad que no me gustaría verlo.
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