Soy un fumador de clóset, generalmente sólo fumo dentro de mi casa, nunca llevo cigarrillos encima, no fumo en mi auto ni le permito a nadie que lo haga, no puedo comer si alguien cerca de mi está fumando y jamás he sido el tipo de fumador que asocia todo placer al cigarrillo; comer, beber y aquello, se me dan perfectamente tenga o no un cigarrillo a la mano y nunca me he permitido el faux pas de encender un cigarrillo en casa de algún amigo no fumador, sin su consentimiento expreso.
Pero, tengo toda la vida fumando. En algunas épocas he fumado más que ahora, en algunas otras he fumado incluso menos. Nunca, que yo recuerde, me he acostado a dormir sin la tranquilidad de saber que una cajetilla descansa en mi mesa de noche. Necesito fumar al despertar, pero por suerte, puedo pasarme un día entero o más, sin encender uno. Sobreviviente de otros muchos vicios, controlar la dependencia nicotínica no ha sido difícil, aunque dejarla para siempre, no figura ni siquiera como posibilidad.
He vivido en ciudades donde fumar te convierte en ciudadano de segunda y tengo el dudoso privilegio de creer que perdí una excelente oferta de trabajo porque descubrieron que fumaba. Una vez, caminando por la 5ta Avenida de New York, una señora enjoyada me mandó a apagar el cigarrillo que iba disfrutando, porque el viento llevaba el humo hasta su cara. Conozco todos los peligros, todas las manías y todos los secretos de un fumador y un cigarrillo. Por lo tanto, estoy de acuerdo con la famosa ley antitabaco que hoy entra en vigor; es más, como estoy seguro que no me afectará en absoluto, aplaudo su promulgación y felicito al que la hizo.
Todo lo demás me parece repulsivo e innecesario: El horrible cartelón tamaño ventana que obligarán a exhibir a los dueños de bares y botiquines, la falta de una consulta pública sobre un tema tan importante y la campaña malsana de desprestigio al fumador que han inaugurado los no fumadores - ciudadanos ejemplares aunque sean pederastas - Aborrezco la hipocresía con que manejamos el asunto y me parece sencillamente horrendo que hayamos descubierto, por arte de magia, que tenemos que prohibir el humo para sobrevivir al estropicio.
A nadie se le ha ocurrido pensar que esta, es una oportunidad de oro para que el colectivo enfrente un espinoso asunto de salud pública reflexionando juntos sobre el tema. Hemos dado al tabaco espectacularidad y hemos negado al ciudadano profundidad. En el fondo, todos sabemos que entre los grandes fracasos de las leyes promulgadas en Venezuela, este difícilmente tendrá parangón. Si somos incapaces de bajar a nuestros hijos menores de motocicletas, si no sabemos que ROJO en un semáforo significa PARE, si nos negamos a conducir sin celular, si vendemos tres y cuatro veces el mismo auto; ¿en la cabeza de quien tomó forma la idea de que apagaremos el cigarrillo con el que acompañamos el vaso de Chivas 18? ¿Se volvieron locos?
Eso es lo que me pesa de esta magnifica ley: nadie va a cumplirla. Nadie pensó que en lugar de leyes, aquí lo que se necesita es conciencia. Por lo pronto, creo que voy a disfrutar muchísimo viendo a la gente pelearse a muerte por su derecho a un ambiente “libre de humo”; pero jamás diré una sola palabra en contra del vicio de fumar: la vida me ha demostrado que nada en el mundo es peor que una puta conversa.
Un texto tan bien escrito Juan Carlos, que hasta una "zanahoria no-conversa" como ésta, se lo leyó hasta el filtro.
ResponderEliminar