Yohelys tiene 13 años, vive en una casa construida como mejor se pueda en uno de los barrios más complicados de Mérida; con ella, sus tres hermanos mayores, su mamá y el padrastro, algunas veces hacen campo para una tía y dos primos que entran y salen, según les vaya en la vida y en los amores. Como es habitual, en esa casa el trabajo escasea y el dinero aparece como por arte de magia, sin preguntas ni explicaciones.
Simpática y bonitica, Yohelys, conoce bastante bien los intríngulis del amor y de lo que no es amor, pero incluye sus requiebros; es vox populi que Yohelys se vale de su cuerpo adolescente para completar el mes y de la LOPNA para mantener a su mamá alejada de sus oficios. De todos modos, en esa familia, nadie se ocupa de nadie y si los hermanos consienten a la niña, se debe a razones de complicidad que tienen mucho que ver con el padrastro de todos y el novio de Yohelys; un muchacho de otro barrio a quien apodan “Huellero” que hace poco estuvo de visita en nuestra escuela.
No fue, ni mucho menos, una visita de cortesía. Huellero andaba en plan de constatar si lo que cuentan de Cheito es verdad. Corre un chisme, según el cual, Cheito podría estar calentándole la oreja a Yohelys. Cheito es mi alumno, tiene 16 años y cierta galanura que utiliza, junto a las hormonas alborotadas de su edad, para meterse en problemas, sin selectividad y sin reparos.
El enfrentamiento ocurrió en la puerta del colegio el viernes en la tarde. Hubo amenazas, cuellos de botella, empujones y un arma. Desde entonces, todos andamos con el credo en la boca; Huellero ha dicho, a quien quiera oírlo, que está dispuesto a “quebrarse” a Cheito y hay que creérselo, muchos dicen que, en otras ocasiones, Huellero ha resultado un hombre de palabra. Yohelys, entre tanto, anda de lo más contenta pues dos chamos de la zona están peleando por ella. Ayer, por intentar hacer algo, estuvimos de conversa con los policías del modulo (panas panitas de Huellero) y con la prefecto, quien propuso mandar a darle una golpiza a Huellero con uno de los sargentos más arriesgados de su jurisdicción. Huellero es menor de edad, Cheito es menor de edad, Yohelys es menor de edad. Salvo golpizas anónimas de uniformados, a ninguno de los tres se les puede hacer más nada. Mientras tanto y para salvarlo del tiro que, posiblemente, reciba de todos modos dentro de algunos años, estamos tratando de esconder a Cheito tanto como él se deje, que es poco. Le cuesta entender que está en peligro y contarnos lo que todos creemos que sigue escondido, para ver si logramos ayudarlo a terminar con vida el bachillerato.
Ayer, Cheito y sus compañeros conversaron conmigo, pero no pude avanzar más allá de ciertos detalles de escabroso contenido íntimo que convierten a Mesalina en una aprendiz de Yohelys. Interrogados sobre la percepción de peligro, todos admiten que el tiro ofrecido a Cheito es una posibilidad auténtica; ninguno, sin embargo, propone una forma de evitarlo. Cheito, me miró con los ojos grandes, amielados y llorosos de sus 16 años y me dijo: No se preocupe, Profe, yo soy un duro…
Me gustaría creerle; pero, así nos va.
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