Sabíamos que, esta noticia, viviríamos para escucharla; de modo que repetir lo que tanta gente ha dicho sobre el ajusticiamiento de Osama Bin Laden a manos del ejército norteamericano, es un ejercicio inútil de echonería. Yo no tengo elementos para medir el impacto internacional de ese evento, ni para calibrar el alcance que pueda tener sobre las economías del hemisferio occidental o el mercado petrolero. Me resulta fácil suponer que afectará de muchos modos la parte de mundo que nos corresponde; pero, no tengo herramientas para hacer análisis concienzudos al respecto y posiblemente no las encuentre nunca.
Sólo tengo en la memoria, la profunda emoción de 9 minutos y 37 segundos en los que El presidente Obama contó lo sucedido, asumió responsabilidades, compartió su orgullo de ser quien es y recordó que Bin Laden era un encargo de Bush, su predecesor Republicano y que, si del bien común se trata, aunque medien campañas de reelección, crisis económicas, sondeos de popularidad y guerras interminadas, ellos pueden trabajar en equipo. Eso fue todo. Obama arponeó el tiburón y lo lanzó a los que se ocuparían de despedazarlo. Ya nadie le quitará el mérito indiscutible de haber conducido una operación militar de factura casi perfecta, que arrojó el mejor trofeo de este siglo. Tendría yo que estar seco por dentro para no reconocer que, ese pedacito de historia, es el monumento de Barack Obama.
Un monumento tan emocionante y necesario, como preocupante. Es horrible pensar que el asesino haya dejado preparada su venganza; así que nos toca vivir con eso los próximos meses, después de una pausa para ponerle punto final a una historia de espanto que empezó el 11 de Septiembre de 2001 y nos cambió para siempre una forma de vivir que nos gustaba. Desde hoy, a pesar de los temores, el mundo es un poquito más seguro y un poquito más libre, aunque todavía no sabemos a que precio.
Por suerte, no hay celebraciones en la Oficina Oval; hay trabajo y, por lo que llevamos visto, ganas de hacer cosas bien hechas y pensar en uno. Mejor será no investigar motivos.
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