La noticia está fresca en el sensacionalismo que le otorgan sus protagonistas. Conforme pasan los dias, los detalles que se pueden contar se cuentan. El CICPC ha mostrado las caras tapadas de hombres, transmutados en mujeres asesinas sin piedad. Nosotros, los lectores, hemos aceptado el asunto con la frivolidad con la que se enjuicia a un desechable.
Estos podrían ser los titulares que acompañen el crimen de las tres transexuales de la Avenida Libertador, ocurrido en distintas ocasiones la semana pasada en Caracas: “Luisa” “Samantha” y “Rubi” fueron apuñaladas hasta la muerte en diversos puntos de la famosa avenida de las transfors caraqueñas, por quien para controlar tanto su trabajo, como el territorio en que lo ejercen, se hace llamar "La Madre". Las víctimas, de 18, 39 y 19 años de edad, cometieron el terrible error de intentar guardarse para si el dinero que producían con el sudor de sus cuerpos de mentira y demostraron, con sus vidas, que la noche caraqueña, para muchos, solamente es sórdida, sólo es temible.
Es un inframundo, lo sabemos todos. Desde siempre el universo poblado por transformistas de la calle, está ligado a las formas mas bajas de humillación humana. Ya no se trata del famoso mito de las hojillas en la boca, prestas para mutilar de un solo golpe a cualquier cliente que se les ponga cómico, ni de las propinas que debían darle a efectivos policiales, aburridos en sus noches de redadas y ansiosos de un rápido desfogue en cualquier callejón de Sabana Grande. Ahora, el horror proviene de sus propias entrañas y para enfrentarlo solo tienen la vida y los tacones de vértigo que hacen imposible la carrera. Han quedado atrás los policías, o se pusieron de lado; han aparecido “las madres” y como cruel remembranza del tiempo aquel en que era labor de madre castigar las hijas díscolas, están sometidas a la ley del puñal que en este caso, es botella quebrada y sangre en la acera. Es el argot de la transfor callejera, es el precio de una vida que empieza a despreciarse cuando se reniega del cuerpo en que te tocó vivir y el que te inventas, lo pones en subasta por unos cuantos bolívares. Es la otra manera de hundirse en un hoyo que empieza a crear peligrosas generalidades tras el escandaloso anuncio de “las madres” asesinas.
Es allí donde deberíamos detener la historia. Afuera, otras Luisas y otras Rubys siguen pateando las calles por necesidad o por vicio; en algún momento otra alumbrará el derecho a disponer de sus vidas y romperá de nuevo una botella en el cuello de alguna hija rebelde: el ciclo de horror comenzará de nuevo.
Todo lo demás es obvio, lo incomprensiblemente bizarro es, que ese sea un colectivo manejado por “madres”. Realmente, la creatividad de la escoria humana ha llegado a su nivel más despreciable.
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