A Margarita se le dañó el teléfono. Hace varios días que empezó a darse cuenta que algo andaba mal con la batería y su comunicación con el mundo exterior (si nos limitamos a entender que comunicarse significa, mayormente, enviar y recibir mensajes de texto) hasta que finalmente, este domingo, el aparato cerró sus ojos y se negó a conversar de nuevo con la humanidad. Para Margarita, el tema es luctuoso, con un hijo de 12 años y viviendo en las afueras de Mérida, andar por ahí sin la posibilidad de un cortísimo reporte geográfico en estos tiempos de lluvias torrenciales, es trágico.
Ayer, Margarita me pidió que la acompañara a resolver el problema de su teléfono; es decir, ir a una tienda, comprar un teléfono nuevo al que se le adapte la línea de siempre y listo. Lo que ninguno de los dos calibró a la hora de encaminarnos fue, que el sitio al que teníamos que ir era una oficina Movilnet. Pocas cosas ponen tan a prueba nuestra paciencia y civilidad, como una incursión “de negocios” en alguna oficina comercial de la muy lustrosa compañía de telefonía celular del estado bolivariano. Primero, por la creatividad con que mes a mes, cambian las formas de volverlo loco a uno; segundo por la tranquilidad con que sonríen, echándole la culpa de sus disparates a un ente superior que, por lo menos, es primo de Belcebú y tercero, porque de todos modos, a menos que uno esté dispuesto a arruinarse su vida social, hay que morir con ellos: ellos tienen tu número.
Margarita y yo volvimos a vivirlo ayer: El presupuesto no alcanzaba sino para un discreto artefacto, básico y simplón, que suele costar algo así como 160 bolívares y medio sirve para lo que sirve y no más. Pues bien, resulta que ese teléfono sólo lo venden a miembros de algún consejo comunal o empleado del desgobierno, con constancia actualizada y huellas digitales. Así de simple. Una maestra de escuela privada, con sueldo de miseria y carencias financieras de todo tipo, no puede acceder al modelo barato de Movilnet, aunque se vista de rojo hasta las panties. Necesita una constancia de rojitud que trascienda la ropa o gastarse más del tercio de la quincena en un aparato mo-der-ni-si-mo. Punto.
Y después insisten en decirle a uno que “ahora Venezuela es de todos”.
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