lunes, 30 de junio de 2014

Despedidas y certezas...

Cuando nació yo comprendí que es verdad que uno es capaz de dar su vida por alguien, literalmente. No es una exageración (y espero no encontrarme nunca en el trance de comprobármelo) es una verdad, robusta y grande, de esas verdades que nuestros mayores comparaban con un templo, tal vez para que, de paso tuvieran la irrefutabilidad de lo sagrado. Si Andrea, mi sobrina mayor, necesitara mi vida para vivir la suya, yo no lo dudaría.
Tiene 20 años y todo lo que eso significa cuando se tienen 20 años y se ha heredado sin fallas el carácter impetuoso e impaciente de una familia  que acostumbra tropezar muchas veces con la misma piedra y quitarse las angustias de la vida con un gesto altanero y una carcajada. Andrea no nos perdió pisada; por eso, es la niña de nuestros ojos.
 A estas horas, mientras escribo estas tonterías, Andrea está en Maiquetía esperando un avión que la pondrá, por un largo periodo de tiempo -  tal vez para siempre - ya no tan al alcance de nuestros abrazos. Una más de los que ha decidido buscarse en otra parte una vida que, aquí, por más que lo hayamos intentado, no se parece  a nada.
 Dos años bregando un cupo en una universidad decente, un novio al que nosotros queríamos tanto como ella y resultó ni más menos el patán criollo, algunos teléfonos robados a punta de descuido o de navajas (que para el caso es  lo mismo) un par de sustos en la playa y un secuestro exprés en toda regla "con-unas-armas-enormes-tío" en el regreso de una fiesta en Tucacas, convirtieron la paz de esta familia en un sin vivir viviendo. Saberla en la calle, de rumba, empezó a ser una sucesión de noches tan preocupadas como preocupantes, en las que el teléfono era mejor aliado que la más dulce de las almohadas.
Fui yo el que comenzó entonces  con la propuesta del irse demasiado. Al principio, la niña no quería ni oír hablar de eso. Asustada al pensar en el despecho de la ausencia, Andrea temblaba de temor cada vez que yo le proponía alejarse de su padre, seguramente la roca sobre la que ella ha cimentado su vida. Hasta que la evidencia derribó sus temores: una corta - y en apariencia anodina - entrevista en una Universidad de prestigio, en la que nadie le preguntó si tenía plata para pagarla, la convirtió, en menos de tres horas, en estudiante internacional de Odontología. Una proeza que en este pueblo universitario no había sido posible lograr ni con ayuda del infalible  San Cayetano.
Ayer celebramos su fiesta de despedida. Hoy, después de ajustar en su dedo índice la última joya de nuestra estirpe,  los viejos de esta casa nos encontramos con el corazón como capilla sin santo.  Dentro de un rato, alguien avisará que la niña ha llegado feliz a enfrentarse a su destino. Para todos la vida sigue. Para ella la vida empieza. Por fin.
Atrás habrá quedado la insoportable frivolidad de la adolescencia complicada, las distancias de los días en que su tío padrino era demasiado mayor para entender su lenguaje, los seis grados de separación que la  acercan a cosas mías de esta vida y otras nimiedades que ahora se antojan un chiste del camino.  Ya no habrá Basílica de la Inmaculada que la reciba blanca y radiante, ni Aula Magna de la muy ilustre para imponerle medallas de familia. Los domingos almorzaremos a tiempo porque no habrá que esperar que esté lista, ni me aturdirá su tono de voz en algún "pórtate bien y respeta  carajita..." Las vacaciones empezarán a tener desvíos que hasta hace poco eran innecesarios o habrá encuentros de aeropuerto para darle una vuelta a la chama.
 No estaré al alcance de su mano por si una necesidad de su impaciencia requiriera nuestra ayuda y quizás no tenga argumentos para tenerle ojeriza al próximo novio cachaco. Una convicción, no obstante, arropa la tristeza: no habrá arraigo, ni nostalgia, ni ganas de abrazarla fuerte que nos haga traerla de vuelta. Todo se vale, cuando el futuro está en juego; así como yo dejé a Celinita enjugando lagrimas en un aeropuerto hace más de 20 años, Andrea, aun cuando me ha dejado desgajado en llantos, me ha enseñado en su despedida una valiosa certeza: no importa cuánto amor tengas para dar a los que vienen, si no encontraste la forma de darles un país que los retenga a tu lado.
Andrea será feliz, los Liendo Mogollón siempre conseguimos serlo, a pesar de todo. Está en sus genes.  Pero la felicidad de Andrea será un cuento que me han contado y no una vida que vi. Supongo que eso tendré que agradecérselo a los golpes que corren, en los tiempos que corren.
Que Dios te lleve con bien, mi niña...

viernes, 27 de junio de 2014

De fútbol y otras caidas

No sé nada de fútbol. Un poco más creo saber de la naturaleza humana; pero, aun en ese campo creo que nunca aprenderé lo que hay que saber para entender a mis pares.  No hago deportes; toda mi actividad física se reduce a una hora de caminata diaria y algunas vueltas de trote a un viejo estadio universitario que, de paso sea dicho, requiere urgente mano caritativa. Sin embargo, pertenezco a una familia de pasiones deportivas tan desbordadas como desbordantes, por lo que creo que algo se me ha pegado. Como no me gusta el tenis, o el baloncesto, no comprendo una palabra de beisbol y encuentro que el golf es una cosa aburridísima, de vez en cuando le dedico ratos al fútbol de las grandes ocasiones. Veo las finales de los grandes campeonatos, algún encuentro importante entre equipos de gran tralalá y por supuesto, los partidos fundamentales de la Copa Mundial FIFA. Me entrego a la emoción de estos días con facilidad, porque normalmente van acompañados de encuentros entre amigos, buena bebida y mejor comida. También de grandes emociones.
El mundial pasado, por ejemplo, el triunfo de la selección española me produjo una alegría gigante. Apostaba por ellos arrastrado por cierto furor no exento de novelería rosa, que iba mucho más allá de saber si de verdad eran buenos. De algún  modo, “la roja” era la selección estelar del torneo Sudafricano y su triunfo, una suerte cantada por la prensa del mundo entero. No tanto por lo bien o mal que jugaran (imposible dejar de reconocer que tuvieron, muchas veces, la suerte de su lado) sino porque los hombres de la selección, más que atletas de élite,  eran estrellas mediáticas en pleno apogeo. Dueños de sueldos increíbles, rostros omnipresentes de la publicidad con o sin intención y portada de toda la prensa rosa (o de cualquier color, por las dudas) los jugadores de la selección española, formaban un grupo cohesionado, uniforme y dispuesto de muchachos, entrenados para tragarse el mundo. Hasta que cuatro años después, sucedió lo impensable: sin razón aparente, (por lo  menos sin razón fácil de entender a primera vista) hicieron pedazos el sueño, en las primeras de cambio.
¿Qué pasó con la roja? No lo sé realmente. No me atrevo a una explicación deportivamente justa. Prefiero asomarme a una aproximación humana: no se puede tener todo en la vida. Por lo menos, no se puede pensar que se tiene todo y se es intocable. Le sucede por igual a deportistas y a otras estrellas de la vorágine mediática del siglo XXI: Estrellas que empiezan a apagarse a medida que se encienden. Dinero, caprichos, equipos de personas a su entera disposición, placeres, lujos, mujeres de imposible hermosura y fama, mucha más de la que puedan manejar,  hace mucho que empezó a demostrar algo que no está bien dentro del mundo de la alta competencia deportiva.
Y viene luego un tema que, sencillamente, enseña una verdad contra la que no hay Dios que se rebele: la edad, en un campo de fútbol, no está solo en la mente de los deportistas.  Es  una pena terrible, pero los “muchachos” de la selección española están viejos para la gracia y vienen de jugar todo lo que puede jugarse en el mundo. Los años, qué duda cabe, trae cansancio para todos. Ayer escuché a un analista deportivo decir que no podían arrastrar sus años corriendo en el estadio y, no estoy seguro, pero me parece que ninguno de ellos llega a los 35 años contando sus haberes con insoportable tedio. ¿Qué puede pedir Cristiano Ronaldo que ya no tenga? (Si, ya sé que no es parte de la roja, pero su desempeño mediocre de este año, viene a cuento…vaya que si) ¿Qué cosa le hace falta a Iker Casillas? ¿Que necesita, para sentir el frio de la preocupación, Gerard Pique? ¿Existe verdaderamente, la emoción de ganar por haber jugado sin otra recompensa?  Podríamos empezar por preguntarnos eso. Sorprenderían las respuestas.
Posiblemente, haya llegado el momento para que ellos, autores de la alegría de la copa Mundial Sudáfrica 2010, comiencen a desvanecerse en la nada del olvido transitorio. Cada vez que sea necesario recordar el equipo de 2010, alguien se ocupará de recordar su paso por el engramado. En estos tiempos, poco más puede esperarse de nuestras memorias enfermas. Tras de ellos, un grupo de jovencísimos aspirantes a millonarios les siguen los pasos.  Solo por nombrar a alguno, Neymar da Silva Júnior, a sus 22 años de edad, ha motivado tres libros biográficos y una seria investigación fiscal por el sorprendente monto de su contrato. ¿Es necesario todo eso? ¿No merece la ambición de un hombre talentoso, a veces, una tarjeta amarilla?
Nunca lo sabremos. Ponernos de acuerdo en ese tema, álgido para quienes sienten que el futbol es parte del aire que respiran, es imposible. No hay duda que hay los que piensan que un gol de Sergio Ramos, bien vale una misa.
Lo malo es que, antes, hubo quien pensó que un gol de Maradona valía un Te Deum de Acción de Gracias. Y vean lo que pasó…

jueves, 19 de junio de 2014

Adios aceras, adios...

Después de 4 meses y medio padeciendo las incomodidades de un estacionamiento llamado a sospechas, las buenas intenciones del mecánico que me produce confianza suficiente y los avatares de la nueva vida, el viejo Fiat Tempra que esta familia de propiedades compartidas me ha dado como herencia, volverá remozado a casa. Es un auto viejo, un poco desvencijado y sin ningún lujo, pero ha sido utilísimo para enseñarme un poco de resignación ante las graves dificultades que entraña comprar un auto en estos tiempos post gigante y palear un poco esa cosa rara en que se ha convertido esta ciudad, en la que salir a la calle es una amenaza de auto suicidio a manos de  buseteros, mototaxistas y otras delicias del paisaje urbano, que cada día es mas chévere, según dice Izarra, el ministro.
 Los problemas (con el Tempra) empezaron en los primeros días de febrero. En realidad estaban por ahí desde hace rato; siendo un auto tan  viejo casi es normal que padezca de ciertos inconvenientes, dispuestos a hacerme saber que quiere negarse a seguir con vida. No lo culpo, no debe ser fácil asumir que tu destino es las calles de Mérida y sus ignominias. Un ruido aquí, otro por allá y algunas negativas a responder los buenos días con el ronroneo del motor,  prendieron la alarma. Una conversación con Rubén (el mecánico devenido en "compadre del alma/mi rey") arregló una cita en su taller para el 13 de febrero. Pero - así-son-las-cosas-cuando-son-del-alma - el día antes, el país decidió encenderse por sus cuatro costados y sepultar todos los planes en el mientras tanto de las barricadas. Mi carrito, estacionado como buenamente pudo en la soledad  del estacionamiento de mi edificio,  tuvo que enfrentar, entre otras cosas, las intransigencias de una "señora del condominio" dispuesta a cualquier medida de fuerza,  propia de estos tiempos, para recordarme, a mí, que a ella no le parece bien un carro parado ahí por tanto tiempo...acaso yo creo que este edificio es chivera? (A propósito, no, no creo que este edificio es chivera, pero este es mi puesto de estacionamiento, por el que yo pagué hace siglo y medio y no lo está ocupando una chatarra, ni más faltaba) y alguna otra afrenta: robo y reposición de batería por ejemplo, laceraciones de piel, por ejemplo.
Finalmente, amaneció el día. Levantadas las trincheras de la libertad, mi pana Rubén me advirtió que llegado estaba el momento para meterle mano al carro e ingenuo de mi, me dispuse a echarle ganas a la reparación vehicular para convertir mi vida en un insolito periplo de miserias y humillaciones que solo se justifica en el  NO HAY del siglo XXI. ¿Han pensado ustedes que vivirían para ver el día en que un repuesto-pa'l-carro se fabrica, no se compra? Hey....wake up and smell the coffee....
No. No pienso revelar cuánto me costó anillar el motor, ajustar el radiador y cambiar el árbol de leva, tampoco pienso decir en cuanto aumentó el presupuesto que, ya en febrero, me pareció muy alto. Mi  seguridad personal no me permite hablar de billetes de monopolio. Sencillamente informo que mis planes para el verano (embromados de todas formas por razones ajenas a la voluntad de mi agente de viajes) reposan ahora en  el cementerio de la recapitalización imposible.
Esta tarde se acabará el brinco entre semáforos y las largas caminatas de mi asueto automotor. Es posible que mis piernas entrenadas y el grosor de medio cuerpo resientan el cambio. Lo que no sé es por cuánto tiempo mi sistema nervioso, debilitado por razones obvias, mantenga viva la alegría de me entregaron el carro.....los mantendré informados.

lunes, 16 de junio de 2014

Diligencias en el siglo XXI

No tengo problema alguno en salir a “hacer diligencias”.  Esas gestiones, muchas veces engorrosas, que la mayoría de los mortales tenemos que hacer en algún momento del mes, se me dan con relativa facilidad. Las disfruto.  Como a cualquier hijo de vecino, me molesta hacer largas colas en la taquilla de un banco para hacer efectivo algún trámite, pero eso,  gracias a la “modernización” de algunos bancos en los que muevo mis exiguas cuentas, se ha minimizado casi hasta la  comodidad. Por lo demás, no me importa ir a pagar servicios, caminarme el congestionado centro de Mérida en busca de algún regalo bueno, bonito y barato o de una reparación urgente para alguno de mis relojes.  Creo que es una cosa que empieza a sucederle a la gente mayor, cuando sus actividades profesionales comienzan a ser menos abundantes o, sencillamente,  es probable que sea un resabio de aquellos años en los que mi oficio de productor me obligaba a gastar todas las horas de todos mis días yendo de la seca a la meca, en procura de cualquier tipo de cosas.
Sea por la razón que sea, es una tarea que no me causa (ba) molestia alguna, hasta que apareció la omnipresente forma de vivir, que algunos equivocados llaman “socialismo del siglo XXI”.  Me perdonan, pero TODO lo que, en nuestras oficinas públicas (y privadas) hace que un simple trámite cotidiano, se haya convertido en la antesala del infierno, ni más ni menos, se lo debemos a su estilo. Esta mañana, sin ir más lejos, me tocó pagar el recibo – vencido – de la electricidad, un despropósito de los nuestros - por cierto - si pensamos que electricidad es una de las cosas que menos sirve por estas tierras de Dios. No voy a abundar en detalles, porque “eso” lo hemos padecido  - más o menos -  todos los venezolanos. Quiero detenerme, en pocas palabras en el peloteo: tres taquillas supuestamente a la orden, ni un solo cliente en fila y, sin embargo, gracias a que los “funcionarios” necesitaban terminar de escudriñar los detalles de un cuento (muy escabroso, dicho sea de paso) que los mantenía en vilo, a mí me tocó esperar 19 minutos hasta que alguien se dignó a responder mis buenos días y recibir mi pago. Ahí empezó lo mejor de la gestión: el punto de venta, (ese adminiculo misterioso que nadie entiende) se negó sucesivamente a recibir mi tarjeta, por lo tanto, tuve que terminar juntando puyitas para completar el efectivo que me salvara de volver a poner mis pies en esa oficina en un futuro cercano; oficina que, además, se encuentra dentro de un “parque” tapado por la maleza y plagado de personajes que, por lo menos, meten miedo.
Pagué la electricidad (odisea que realmente me puso de mal humor) y salí rumbo al banco para abonar la retención del IVA de nuestra pequeña empresa. Vamos a ver: el IVA es una cosa que uno paga al gobierno, es un tributo. En Venezuela, además, es dinero que uno les regala a los jerarcas del régimen para que ellos se lo roben. Lo menos que deberían hacer es ponérselo fácil a quien lo paga. En un primer banco, (mi banco de toda la vida) no reciben impuestos, nadie sabe por qué.  Supongo que para evitar contaminaciones innecesarias. En un segundo banco, “no hay línea, si quiere esperar, es cosa suya” me respondió una niña de uñas acrílicas y sombra verde en los ojos. En un tercer banco, les ruego ponerle atención a esto: la cajera se negó a recibir mi declaración y a tramitarla porque YO NO HABIA LLEVADO LA HOJA DE PAPEL CARBON que ella necesita para que “las ráfagas” se copien desde un papel carbón. Si, así mismo como lo está leyendo. Voy  a tratar de explicarlo un poquito más: “las ráfagas” son los numeritos que imprime la computadora, marcando el recibo de depósito, como prueba de que usted efectivamente, ha depositado el impuesto.  Según me explicó la joven, estas marcas solo son válidas si se copian desde un papel carbón. Si la copia que usted guarda en sus archivos no tiene el tizne del carbón, es falsa. (Si usted logra entenderlo, por favor explíqueme esa)
El escándalo mío dio fe de lo mal que estamos. Una secretaria salió del fondo de la agencia del Banco Occidental de Descuento y me entregó, después de suplicarme que no los pusiera en el trance de ambulancias y emergencias médicas, un par de hojitas de papel carbón para finalizar mi pago; acto seguido me enteré, porque me lo dijo la misma secretaria en un tonito de mucha sorna, que si usted quiere abrir una cuenta corriente en el BOD, tiene que llevar 8 hojas de papel bond tamaño oficio o guardar el dinero bajo el colchón.
No voy a decir lo que eso significa. Usted dele la lectura que quiera, incluso acéptelo como cosa normal. Si en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Universitario de Los Andes no hay medicamentos (NO HAY, me consta) para atender un paciente que ingresa con un infarto. ¿cómo se me ocurre a mi pedir que en la agencia principal del Banco Occidental de Descuento, cuyo dueño se declaró socialista hace poco tiempo, haya papel carbón para procesar el pago de un impuesto?  ¿En qué país creo yo que estoy viviendo?

miércoles, 11 de junio de 2014

¿La voz de los estudiantes?


María Luisa: Se de este jueves como de nada en la vida. Y es así. Es hoy. Viviremos en una habitación, mientras tanto, y ya veremos…
Elvira: ¿Y después? ¿Qué vas a hacer después? Tengo los mismos diez años oyendo hablar a Pio de ahora…y quiero saber de después…
María Luisa: No lo sé…me quedaré allí…freiré algo…no sé…esta noche…pienso y nada más…
(El día que me quieras, JI Cabrujas)
Estaban allí, presidiendo el pódium ante el que hemos visto pasar todo tipo de personalidades y personajes en estos últimos años. Eran 5 jóvenes: 4 mujeres, ninguna mayor de 25 años de edad (o si alguna lo es, se cuida bien de disimularlo) y un muchacho que escasamente contará 23 años en su cédula de identidad, a pesar de la barba rubia y la voz segura y convincente de quien lleva mucha tribuna a sus espaldas. Son los representantes del “Movimiento Estudiantil” invitados a ser los participantes de un foro convocado expresamente para escuchar su voz; la voz que, según opinión de todos, es probablemente la más importante (o la que más alto se ha alzado, que no es lo mismo) de estos días cerrados de conflicto: Liliana Guerrero, presidente de la Federación de Centros Universitarios de la ULA, Aimara Rivas, representante de los estudiantes ante el Consejo Universitario de la ULA, Gina Rodríguez,  miembro del Consejo Universitario de la ULA, Gaby Arellano, una de las líderes indiscutibles de los estudiantes venezolanos del año 2014 y Eusebio Costa, Miembro Fundador del campamento de la Plaza Sadel y directivo de la juventud de Bandera Roja.
Frente a ellos, el grupo habitual de profesores, estudiantes y “sociedad civil” que, martes tras martes, se reúne para hablar de lo-que-nos-está-pasando en el marco inigualable de una organización con prestigio nacional, liderizada por 4 ex rectores de la ULA, conocida como La Tertulia de Los Martes.  La noche presagiaba una sesión estremecedora de lecciones sobre el devenir y ¿por qué no? revelaciones importantes. A las 7:35 pm. después que una estruendosa ovación les dio la bienvenida y sin que Gaby Arellano se hubiese integrado al grupo, El Dr. José Mendoza Angulo,  para abrir fuegos,  les dijo
-          Esta primera ovación se la merecen por el trabajo realizado hasta ahora, la segunda, van a tener que ganársela, esta noche, aquí.
Todavía siento un estremecido sinsabor cuando al analizar la noche, lamento tener que decir que estuvieron muy lejos de ganársela y todavía no sabemos si se dieron cuenta de eso.
Liliana Guerrero rompió el hielo, explicando la modalidad del debate y el orden en que se sucederían sus cuatro compañeros en el micrófono. Fue Gina Rodríguez la elegida para empezar. Tras de ella la proyección de unas diapositivas que insistían en recordarnos, como si su desparpajada juventud no fuera suficiente, que ellos estaban allí por ser EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL.  Pues bien, fuera de algunas brevísimas alusiones a lo que ha sido, históricamente hablando, el movimiento estudiantil, la Srta. Rodríguez diluyó sus 15 o 20 minutos de micrófono, en vagas anécdotas sobre las luchas desarrolladas en estos últimos meses en el territorio nacional y como se relacionan estas, con el descontento general que un sector del país (lo de sector lo digo yo, porque ellos, entre otras imprecisiones, son incapaces de admitir que se trata de un sector) expresa frente a decisiones equivocadas del régimen desde su misma génesis. Mucha emocionalidad, mucha voz quebrada y mucha valentía, claro que sí. Muy poca sustancia.
El segundo turno fue para Aimara Rivas, una joven merideña, aguerrida representante del gremio estudiantil quien, comprensiblemente nerviosa por la presentación ante sus profesores de años universitarios, se dedicó a elogiar la oportunidad de estar allí – en esa tarima de lujo -  y hacer veladas afirmaciones acerca del preocupante fin del conflicto. Montándose un poco en el incompleto resumen histórico que había presentado su antecesora, Aimara, palabras más, palabras menos, reconoció que, por lo menos en Mérida, las ganas de protestar y seguir calentando la calle están, para decir lo menos, bastante adormecidas.  Lo dijo después de tomarse unos minutos para rendir homenaje a 3 mujeres merideñas que según sus palabras, han sido fundamentales en el devenir de las guarimbas. Los aplausos y las emociones amenazaban con derretir el corazón de los presentes. Un poco más de historia, un poco más de información conocida y un nuevo aplauso, cerró la intervención más fresca y simpática de la noche.
Llegó entonces el turno de Gaby Arellano, incorporada al presídium con suficiente retraso como para hacernos temer que íbamos a perdérnosla. Su voz ronca, su aspecto de gladiadora y su bien calculada inflexión inicial, fueron el mejor presagio de la noche. Por supuesto, inició su intervención alabando la Tertulia y expresando el inmenso respeto que le merecía el auditorio (respeto que, sin embargo, no la obligó a llegar a tiempo, ni presentar excusas por la demora) y, entonces, comenzó la más perturbadora (debería decir delirante, pero puedo ser malinterpretado) de las intervenciones que estos oídos han escuchado jamás en lides opositoras: Gaby Arellano y - con su voz - el movimiento estudiantil que ella representa quizás como no lo hace ningún otro de los muchachos que se encontraban allí, está librando una lucha despiadada (tendrán sus razones, que nunca explicó claramente) contra la Mesa de la Unidad Democrática y Henrique Capriles Radonsky, de quien se expresa sin nombrarlos, de la peor forma posible, una y  mil veces. Su gran mensaje: en el camino de derrocar la dictadura venezolana, hay que derrocar también a los sectores de oposición que le han dado voz y voto al movimiento opositor venezolano. Después, veremos.
Cerró la noche Eusebio Costa, estudiante de la Universidad Sta. Rosa de Lima y fundador del campamento de la Plaza Sadel. Quizás fue la intervención más atinada de la sesión. Aun así, seguíamos sin escuchar las propuestas concretas del Movimiento Estudiantil y seguíamos dándole vueltas a esa emotividad casi lacrimógena que es imposible evitar cuando se han visto morir compañeros de lucha, a manos de francotiradores del régimen; pero, que se me antojaba usurpadora de lo que estábamos allí para escuchar: ¿qué es lo que quieren los estudiantes? y ¿cómo van a hacer para lograrlo? Eusebio, sin embargo, logró bosquejar algunas precisiones importantes, como la necesidad de llamar las cosas por su nombre (esto no es un gobierno socialista, sino un régimen capitalista de estado/ dictadura totalitaria) y la necesidad de organizar un gran movimiento opositor desde las bases de la sociedad civil, en el que probablemente, (no quedó claro) no tengan cabida los actores fundamentales del juego político actual. Posiciones encontradas, elusivas y muy poco claras, sobre la iniciativa constituyentista surgida hace pocos días y sobre formas concretas de aplicación del artículo 350 de la Constitución Nacional, así como reconocimiento a su propia desorganización y ninguna propuesta de país para después,  daba forma al final de la noche.
Una serie, más bien corta, de intervenciones del público asistente (que no fueron otra cosa que catarsis y alabanzas épicas al movimiento) dio paso, finalmente, a la última intervención de los foristas. Algunas preguntas quedaron sin respuesta, algunos asistentes se retiraron calladamente (notoria la salida de la sala de un importante representante de la juventud de Voluntad Popular) y un cortes aplauso de cierre, redondeó una sesión en la que no se dijo nada.
Aunque parezca lo contrario, no tengo nada en contra del movimiento estudiantil. Lo juro. Tengo muchas cosas en contra de quien se asigna el papel de líder, bajo cualquier circunstancia, sin estar preparado para ello. Tengo mucho en contra de los discursos que no parecen lo que dicen y, mucho más, en contra de la verdad revelada. Anoche, allí donde cada joven forista ve pluralidad, yo vi desacuerdos; donde ve intercambio de ideas democráticas, yo vi enfrentamientos; donde ve valentía, yo vi inconsciencia; donde debería haber visto neuronas, vi testosterona.
Anoche, frente al movimiento estudiantil y su discurso inconexo, donde ellos ven futuro, yo vi a Diosdado Cabello ciñéndose la banda presidencial;  a pesar de la frescura y las magnificas intenciones de nuestros jóvenes estudiantes.

domingo, 8 de junio de 2014

La dama ciega (sorda y muda)

Si ha habido, en los últimos tiempos, un acto de heroísmo que me haya parecido innecesario (y no estoy queriendo decir que, a mí, las cosas que hacen los demás tengan que parecerme algo) la entrega de Leopoldo López a las huestes revolucionarias es el primer escogido. No voy a salir de bocón a decir cosas rebuscadas sobre el ejercicio de la justicia en estos años subidos de tono, ni a hacer análisis sobre el comportamiento de los “jueces” de la revolución porque, básicamente, a mi no me gusta llover sobre mojado, que dicen. Me basta con pensar que ese señor, Leopoldo López, tiene un par de hijos chiquitos y una esposa de lo más bonita y enamorada, como para salir de frasquitero a regalarle su libertad a los que se la tenían jurada, tanto por ser López Mendoza (cosa que no se perdona nowadays) como por ser un muchacho frentón que dice lo que le provoca, sobre todo si lo que le provoca es cantarle las cuarenta, muy bien cantadas, al régimen.
Soy de los que piensa, y me perdonan, que Leopoldo López estaba muchísimo mejor en la clandestinidad o incluso en un exilio relativamente doloroso (estemos claros: un hombre como él pasará penurias emocionales; pero, plata para apartamentos y comida - gracias al trabajo duro y honesto de sus antepasados - hay bastante) En la clandestinidad, López habría tenido permanente habilidad para avivar la resistencia y organizar acciones con un poco más de libertad de acción (por inaudito que suene mezclar clandestinidad con libertad) En el exilio habría tenido, además, la posibilidad de echarle leña al fuego de la mala fama creciente que el desgobierno venezolano adquiere con el paso de las horas. Preso, Leopoldo López está preso, y aunque es probable que su conciencia siga respirando en libertad, los numerosos opositores que lo siguen sin desmayo, no son telepatas. Hombres con su nivel de compromiso hacen más falta en la calle, aunque sea de un modo en el que no podamos verlos. Si alguna vez le pasó por la cabeza que a él no se atreverían a hacerle lo mismo que a Simonovis, entonces es una necedad seguirlo, pues no tiene la menor idea de lo que sus enemigos son capaces de hacer y la máxima fundamental de un buen guerrero es conocer a su enemigo mejor que a sí mismo.  De todos modos, y con independencia de lo que acabo de escribir, la gran arbitrariedad de la que es víctima, solo está sirviendo hasta ahora para demostrar que la “justicia” roja  es una cosa incomprensible que, del mismo modo como mete en la cárcel a gente decente (Leopoldo López lo es, sin un átomo de duda) otorga libertad plena a una buena cantidad de delincuentes verdaderos todos los días.
Esa lectura, simplista en su básico significado,  está empezando a evidenciar lo que quizás sea el legado más concreto del difunto: en un 86%, los venezolanos creen que lo mejor que se puede hacer es empezar a cobrar afrentas con vara propia. Es decir, hemos llegado al anunciado apocalipsis del ojo por ojo, que hace rato nos dejó tuertos. O ciegos.  Sin que el señor Eljuri, tan comedido que suele ser, atine siquiera a una aproximación explicativa, los resultados de la última medición, de la opinión que la justicia le merece a los venezolanos - si yo fuera él - me dejarían sin palabras: toda la negatividad de la que a diario somos víctimas, expresa un 80 y pico por ciento de rechazo, tanto a la forma como al fondo, de todo lo que sucede en la esquina de Pajaritos y mas allá; peor aún: más de un 85% considera que es perfectamente normal, que digo yo normal; es lo correcto juzgar, castigar y pasar factura, de acuerdo a lo que cada quien piense que se merece el autor de la fechoría que le haya tocado. Dicho de otra forma: para un abrumador 87% de venezolanos (lógico suponer que de TODAS las tendencias político-partidistas) los tribunales, los jueces, los escribientes, las balanzas de cobre y los palacios de justicia, igual podrían acoger burdeles temáticos.
Leopoldo López, María de Loudes Afiuni, Christian Holdack, Teodoro Petkoff y Marco Coello, entre muchos otros, son una pequeñísima muestra de la justificación de tales resultados. Eliecer Otaiza, El Gordo Bayón y Adriana López, también.

miércoles, 4 de junio de 2014

Deber cumplido...

Soy monárquico. Mucho mas allá de Hola (que, sin embargo, también me sirve) me interesa el ir y venir de esa institución tenida por anacrónica e inconveniente, cuyos devaneos le causan escozor sobre todo a sus detractores. Creo en el contenido histórico y en el significado profundamente ciudadano del trabajo de señoras con sombrero y señores con levita y, aunque no justifico los errores que cometen,  cuando los cometen,  siempre termina alegrándome darme cuenta que son, como usted y como yo, seres humanos a los que, a diferencia de usted y de mi, no se les acaba el jabón en el baño sin que sea repuesto por arte de magia. Me parece una tontería suponer que todos los reyes y reinas en ejercicio son déspotas que trajinan con la dignidad humana y estoy completamente en desacuerdo con los que se oponen a su existencia con el manido argumento, baladí por cierto, de responsabilizarlos en el siglo XXI de las tropelías con las que sus antepasados dieron forma a Europa. Comprender la existencia de monarquías desde su inmenso valor histórico, me ha permitido enfrentar  la cosa política desde una perspectiva que tiene mucho de “legendario” lo cual es algo que se agradece cuando se tienen conocimientos escasos.
Es imposible separar monarquía de gobierno; decir, como se dice frecuentemente, que los reyes (los europeos especialmente) “mandan pero no gobiernan” es de alguna manera un despropósito, que sirve enormemente para aquietar a aquellos que piensan que un monarca está muy cerca de ser un mandatario absolutista, aun cuando las monarquías europeas han adoptado la forma parlamentaria  y pese a que en pleno siglo XXI permanecen activos en el mundo civilizado, dictadores totalitarios amparados en coronas heredadas (que son otra, lamentable, historia), hay que reconocer que los actos de un rey tienen muchísimo de “acto de gobierno”: eso ha quedado plenamente demostrado (al margen de consideraciones mucho más profundas y mejor documentadas) con la abdicación, presentada el día de ayer de SM Juan Carlos I a la corona española; una institución que - como ninguna otra -  tiene particularidades que hacen de Don Juan Carlos un rey cuya permanencia en el trono español,  se inscribió en la historia de ese país con letra mayúscula.
Juan Carlos de Borbón y Borbón, llegó al trono por decisión de Francisco Franco, uno de los dictadores más terribles que recuerda la Europa de mitad del siglo XX. Juan Carlos de Borbón pudo haber escogido el franquismo como medio para aferrarse al poder. Pudo haberse convertido en un reyezuelo absolutista al que una buena corte de aduladores (que los había) le habría conseguido, seguramente con un precio,  la forma de hacer su santa voluntad, como había hecho sin miramientos “el caudillo”. Juan Carlos, pasando por encima de lo que se esperaba de él, prefirió traicionar su legado y convertirse - como siempre que puede lo ha repetido - en “el rey de todos los españoles” es decir, en el rey de los franquistas, pero también en el rey de los que adversaban el franquismo, incluso a sabiendas que más tarde lo adversarían a él. Esa decisión permitió la instauración de la vida democrática en el vapuleado reino español, permitiendo al mismo tiempo, la legalización de iniciativas políticas impensables como el partido comunista,  hasta ese momento en la clandestinidad.  A lo mejor no es del todo justo decir que haya sido trabajo suyo exclusivamente, saldrían a la luz las mil anécdotas que lo niegan; pero, suyo fue el movimiento de tuerca que lo permitió y suya fue la escogencia de ese gran hombre llamado Adolfo Suarez para regir el primer gobierno democrático del siglo XX español. No siendo suficiente con eso, fue Don Juan Carlos quien detuvo el golpe de Febrero de 1981, poniéndose de manera irrestricta del lado de la democracia.
Aun así, tal vez porque de desagradecidos está lleno el camino del infierno; desde su abdicación, han surgido voces (no tantas como para preocuparse, pero han surgido) que utilizan la santa palabra de las redes sociales para oponerse a la continuidad de la corona, llevándose por delante a todo el que tiene argumentos para defenderla (que abundan) Digo yo, entonces, ¿Es indispensable sumarse a esa voz discordante, que pide la guillotina para los Borbones, porque si, porque hay que ser modernos? ¿Cuál es la modernidad: el errático Pablo Iglesias pidiendo un referéndum para acabar con la Corona que le permitió a él y a otros equivocados como él, engatusar a los españoles con irrealizables promesas, como acabar con las fronteras y convertirlos a todos en mendigos de una renta estatal que no tiene de donde salir, mientras brindan asesoría a los lunáticos latinoamericanos?
Los momentos históricos hay que vivirlos con sensatez. Felipe de Borbón y Grecia, Príncipe de Asturias, quien probablemente reinará bajo el nombre de Felipe VI, es no solo un hombre de exquisita preparación intelectual, sino un político formado como ningún otro para ocupar el puesto que le toca desempeñar. Ningún gobernante español tiene la preparación para la conducción del reino que él tiene porque, como principio, ningún gobernante español nació predestinado para ocupar posiciones de liderazgo. Oponerse a Felipe VI, solo porque hay quienes lo consideran “un amo” es posiblemente un error innecesario. Todo lo demás es digno de revisiones; todo,  menos el talante absolutamente democrático con que el nuevo rey de España viene a ocupar la posición para la que fue entrenado desde su nacimiento. En tiempos de tanta convulsión, eso debería ser suficiente para estar a su lado, poniendo en marcha reformas de gran urgencia que den paso, como no, a ciertas revisiones necesarias dentro de la misma Casa Real (la inimputabilidad del soberano es una locura hoy día) pero defenestrarlo antes de aprovechar el inmenso bien que puede hacerle a Hispanoamérica, es otro de los disparates que nos puede salir carísimo a todos los que hablamos español en cualquier parte del mundo. ¿Es difícil de entenderlo?

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