lunes, 31 de diciembre de 2012

Que sea leve...


Una vez más en nuestras ya largas vidas, estamos a pocas horas de saludar la llegada de un nuevo año,  despidiendo este que hemos vivido capoteando lo que nos ha ido mandando la vida. Es un rito, más o menos familiar (según como cada quien decide) que repetimos cada vez con el mismo entusiasmo de la infancia, pero con más reservas; en algún momento de la noche nos preguntaremos que estamos haciendo, o peor aún, por qué lo estamos haciendo.
La noche del 31!! Oh My God. Es predecible, es parecida a la del año pasado y es la gran ocasión de la felicidad obligada. Pero, está ahí. No podemos hacer nada  para evitar su emocionalidad y todo lo demás que trae aparejado. Entonces, ¿qué hacer?  Unirse a la fiesta y disfrutarla como cada quien buenamente pueda.
¿Por qué hacerlo?  porque creo que francamente entramos en una época de grandes dificultades. La poca comprensión que todos parecemos tener de “eso que nos sucede” y la pérdida de todo respeto y consideración por el bien colectivo,  nos ha estacionado a las puertas de un año en el que veremos desaparecer lentamente todo lo que conocíamos y gozábamos  como  comunidad.  Eso es lo que hemos construido todos, y todos somos responsables del resultado,  sea cualquiera que sea, si es que alguna vez ese resultado deja verse.
Pero, no conviene en un día como hoy ponerse pesimista,  ni añorar las épocas de las uvas importadas que comprábamos por cajas y las grandes fiestas de Año Nuevo. Me parece que es mejor ponerse creativo. Entender que probablemente hemos sido arrogantes,  nos hemos creído superiores, intocables,  con privilegios de casta o sabe Dios qué cosa. Ha llegado el momento de bajar  la mirada hacia el otro.  Quién sabe si lo que falta por hacer,  es echarles una mano que busque junto a ellos algo parecido al bien colectivo. Estoy completamente seguro que si lo logramos, comenzaremos a ser individualmente mejores. De modo que,  así como lo dije en Navidad, mi único deseo, (además de que los golpes sean suaves) es que desde las inmensas pruebas que le pondrá el 2013 a nuestra paciencia y tolerancia, tengamos disposición para ser un poquito activistas de algo que desconocemos y se llama comunidad.  No se me ocurre ninguna idea mejor para aguantar el chaparrón, como no sea abrir un paraguas a muchos kilómetros de distancia.
Y no lo digo porque personalmente quiera ser activista de algo. Es una enseñanza que me ha dejado un año que no fue especialmente bueno. Pero tampoco lo digo porque quiera encerrarme a bramar inconformidades sin pensar en otras cosas.  De modo que aquí está: el año 2013, temido y esperado, ha llegado. Ojalá y nos sirva para aprender a cambiar las cosas que no queremos vivir  desde dentro de nosotros y al lado del que podría estar equivocado.  Si lo hacemos, todos, será un gran año. Sin duda.

martes, 25 de diciembre de 2012

Feliz Navidad

Llego un poco tarde a la Navidad de este año. Suelo ser más cumplido, tener mejor sentido de la oportunidad. Es decir, esto,  he debido publicarlo ayer o esta mañana. Para quien no lo sepa, en Venezuela, el día más importante de la Navidad es el 24 de Diciembre y no hay más. Por eso me siento un navideño tardío.
¿Tuvieron una bonita Nochebuena? Es decir, ¿comieron con familia o amigos y se divirtieron y nadie se puso pesado e intentó acabar con la cena porque la mejor hallaca la hacia su mamá que se murió hace 15 años? Es más, ¿comieron hallacas a pesar de la escasez de varios productos caseros y la mentada crisis? Si fue así, me alegro mucho. No hay nada que se compare a esa sensación de calorcito grato que es la mesa servida en la casa de la familia. Si no, espero que de todos modos se las hayan arreglado para pasarla bien.
Hoy termina “oficialmente” el jolgorio navideño. Las tiendas comienzan a estar mas vacías, la gente a estar más tranquila, se come menos (mucha sobra, eso sí)  y de alguna forma, para mucha gente empiezan una vacaciones que tan solo duran dos semanas.  En Enero se pondrá todo en marcha otra vez.
Tal vez ese sea el mayor problema: estamos esperando Enero con ansiedad para ver si nos enteramos que sucederá con nuestro país. Basicamente, para saber si existe algún plan oficial que no se limite a  misas de sanación. Toca entonces pedirle al Niño Jesús que todo sea leve. Que aprendamos a caminar entre el desorden, que sepamos como torear la anarquía, que busquemos una manera de ser nosotros mismos sin dañar al otro y que en medio de todo, recibamos salud y otras cosas sin las que no se puede echar un pie adelante.
Así que acabo de hacerlo, ese es mi deseo de navidad: que venga lo que sea, pero que no nos pegue duro. Que sea leve, pues. Muy leve y benigno.

sábado, 22 de diciembre de 2012

¿ Y Mérida?

Lil, una amiga muy querida, tiene una cabaña. Un sitio realmente bonito, en un paraje realmente bonito. La construyó, literalmente,  con el sudor de su frente, la equipó debidamente y -  como están haciendo casi todos los merideños que pueden permitírselo -  la alquila a visitantes eventuales. Eso que llaman turistas y cada vez escasean más por estos fueros. No puede alquilarla a nadie fijo pues ya sabemos que la perdería.
Hace un par de días llegó un grupete de huéspedes que había hecho negocio por la cabaña desde el 20 hasta el 28 de Diciembre, una semana que ellos imaginaron llena de aventuras, caminitos verdes, frio y buena comida. Esta mañana anunciaron que es preferible hacer maletas. Que se sienten estafados. Que ellos, lo quiera Lil o no, se van mañana. Que hasta la próxima.
¿Qué le pasó a estos huéspedes bien atendidos, instalados en una casa cómoda y bonita, deseosos de una semana de descanso feliz?  Descubrieron Mérida. Nada más. Fueron a Mérida y se encontraron con la boca de un animal gigantesco que se alimenta de caos, desorden, anarquía, basura y el tráfico más inhumano que alguien pueda imaginar. No hay vaquitas pastando en ningún lugar, no hay prados de singular belleza (bueno, quedan;  pero llegar a ellos exige un esfuerzo de horas frente al volante) no hay maticas, ni flores en las aceras, ni avenidas limpias y no hay,  ni por asomo, merideños amables y bien portados, básicamente porque ya no hay merideños.
Mérida, esa ciudad famosa por lo que fue, es hoy día el remedo de una ciudad que quiso crecer, no supo cómo y se la comieron tanto las ambiciones de sus gobernantes como la desidia de sus pobladores. ¿Cómo no sentirse estafado, si para llegar a la cabaña preciosa, hay que atravesar un pueblito que podría ser bello, pero recuerda el barrio más peligroso de Petare? ¿Cómo no sentirse estafado si para poder ir a conocer la Catedral (una joya arquitectónica de verdad) hay que arriesgar la vida entre millones de buhoneros y millones de motorizados malandros? ¿Cómo no sentirse estafado si en toda la ciudad no queda ni una pared limpia de grafittis y/o pintas políticas? ¿Cómo no sentirse estafado, si a pesar de ser un problema en “vías de solución” para transitar por Mérida, hay que hacerlo obligatoriamente entre bolsas de basura mal oliente?
Yo los entiendo perfectamente, venir a vivir el frio de diciembre no tiene porque ser excusa para tantas calamidades. Es cada vez mas frecuente, vienen por unos días y deciden salir corriendo a poco de haber llegado; la razón: aquí, no hay ninguna cosa que ver.
No deja de ser una lastima. Todo lo que necesitamos para convertir esta ciudad en el sitio hermoso que una vez fue,  es un poco de voluntad, mucho esfuerzo y algún dinero. Eso no puede ser tan dificil de juntar. ¿O si?

viernes, 21 de diciembre de 2012

Gracias en el Espiritu de la Navidad


Esta es una nota que no imagine escribiría. Por varias razones:  porque se presta a cursis lugares comunes, porque a lo mejor es una cosa más bien privada y porque tiene ese tinte “espirituoso” al que uno no termina de atreverse para evitar ser demasiado new age. Pero, hoy es el día del Espíritu de la Navidad y eso de alguna manera movió los significados,  allá en la profundidad de algo que no se cómo llamar y es lo que se ocupa de hacernos emocionalmente reflexivos.
Para lo demás no tengo justificación ni explicación alguna. Esta es una nota pública de agradecimiento y a mí me ha ido muy bien en la vida siendo agradecido. Agradecer es la única cosa que queda cuando no sabemos a qué mas echar mano. Es un gesto mágico que engrandece al que lo hace y diviniza al que lo recibe. Por eso no me canso de hacerlo, en público y en privado.
Todos lo saben: estuve muy enfermo. Tanto, que un día, un solo día y por algunas horas, pensé que no saldría de eso. Voy a ahorrar el cuento de mis dolencias, pues además de grotesco no es “socialmente correcto”.  A pesar de la costumbre que tenemos los merideños de desgranar la índole de nuestras enfermedades, en esta oportunidad no creo que ese sea el tema. Fue grave, o al menos lo fue para mí. En el transcurso de los días he sabido de personas relativamente cercanas,  cuya salud ha sido tocada por problemas mucho peores y he sentido que soy un egoísta al creerme el mayor enfermo del mundo. Empiezo pues por pedir que Dios sea tan bueno con ellos como fue conmigo.
Viene luego la sorpresa de los amigos prestos a echar una mano: Héctor,  con sus conocimientos profesionales puestos a mi servicio. Cesar, con su bellísimo gesto que envuelve pesebres y paraduras, todos los Paraymas: Maya y la tecnología, Liliana y sus chistes. Lucho y sus Pines, Juan Fe y su email inolvidable. Don y sus energías. La Gorda preocupada como la que más, apostando a la salida feliz, Pedro y sus velas a la Rosa Mística y  La Nona y sus cartas de amor y de empuje que me habrían levantado de la cama de todas maneras.
Las mujeres de Fe y Alegría, Mireya en especial, (y que no se  me ofendan las otras) que más que seguir mi recuperación y hacer oración, se alegran genuinamente de verme bien y lo demuestran.  Sonia y sus agujas milagrosas, Alcira y sus mensajes sanadores, Mayela preocupada por mi cuando ella tiene tanta carga suya. Carlos, llamando discretamente para saludar, Daniel el hombre del humor irrepetible y el corazón generoso. Lalo, el médico que trasciende conocimientos inmensos para tornarse en consejero y animador. Alejandra, que quisiera estar todo el tiempo aquí aunque tenga que robarle tiempo al futbol. Norma, que me regaló una tarde de conversación sabia e inolvidable. José Andrés que descubrió todo e iluminó el camino. Alejandro y Marines, angustiados desde la distancia. Maite, que me hizo comprender la hipotensión y me mando a comer comida con sal.
Mis hermanos Luis y Mayra, proveedores de comidas, de aliento, de mano dura y  de medicinas a medianoche, aun cuando no podían esconder sus gestos de angustia y un gracias a Dios que no se me borra de la mente. Naty, esa otra hermana que Dios me dio respetando mis descansos y mis ganas escasas de una sopita. Raíza, la madrastra generosa, pinchándome, a pesar de sí misma,  para extraer salud de mis venas. Cecilia, la tía insuperable que se dedicó a rezar y acompañarme en la distancia;  y los primos, (los de verdad y los que no son tan de verdad, pero son primos) todo ese monton de gente que saltaba de alegria cuando habian buenas noticias y no salieron de un rezo y un buen deseo.
Y entre todos ellos, Rayi, mi roca. La voz que todos los días medía mi propia voz,  para saber cómo iba la cosa, la angustia que conjuró cualquier posibilidad de peores caminos, la compañera ideal en consultas médicas y asuntos de este mundo, y  la cómplice mejor en el primer y único pastelito de queso con que desobedecí a la nutricionista.
La lista es larga y probablemente olvida algún nombre. Siempre sucede, es un riesgo que corro a propósito; porque decidido a agradecer, quiero hacerlo a lo grande, a lo público y desde la memoria un poco dañada de los primeros años de la vejez.
Les debo mi navidad, que no es poco. Les debo la alegría de sentirme bien que es muchísimo más que eso. Seguramente les debo mi recuperación y algo más. Y solo se me ocurre decirles la frase con que mi madre resolvía ese tipo de deudas: Que Dios se los Pague!
Es tiempo de Navidad.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Pero, ¿Poder?

mulabuey
 
Había una expresión que utilizaba mi mamá que me gustaba mucho. Ante cualquier “invento” de alguien que le provocaba, por lo menos, una gran sorpresa; Mamá se quedaba mirando a su interlocutor fijamente y le espetaba una sola frase: “Pero, ¿poder?”. Eso nada más, casi siempre entre risas, o expresiones de profundo estupor, con esa frase ella hacia entender que le parecía pavoroso que la gente pudiera permitirse ciertas cosas.
Pues bien, Benedicto XVI acaba de darme la mejor razón para mi propio ¿Poder?, pero en un tono bastante más subidito que el de mi madre, que era una dama y no se prestaba a zaperocos. ¿Es que Benedicto no tiene otra cosa que hacer que dedicarse a cambiarnos la navidad? ¿Es que es tan alemán y tan nazi que decidió que no, que se fastidien, que a mí todo este tema del papado me tiene harto y mejor los pongo a parir con el pesebre y todo lo demás?, como si nada.
Yo creo que podríamos darle una lista de cositas pendientes, cositas que bien podría la iglesia comenzar a tomar en serio, en lugar de la estupidez de si había mula y buey, o si el nacimiento del Niño Jesús fue la cosa más aséptica de la humanidad, o si los Reyes Magos eran andaluces u orientales (a él le dio por decir que andaluces y tres, algo de lo que ni él ni nadie puede estar seguro, pues en realidad nunca se ha sabido, si eran reyes, magos o tres)
Pues él no, él tan particular, prefiere cerrar los ojos ante las hambrunas de África, ante el avance del SIDA, ante la necesidad de permitirle a la mujer que la decisión de abortar sea suya y de nadie más, ante la violencia contra mujeres y niños, (ante la violencia en general) ante los problemas de la educación en el mundo, ante el derecho que todos tienen a casarse con quien le dé la gana. Pero, sobre todo, prefiere cerrar los ojos ante la crisis profunda de la fe que ÉL representa, y se dedica a hacernos reír con su guión navideño de la mula, el buey y los Tres Reyes Magos.
Nada, que no puede uno sino decírselo con todas las ganas:
Carajo, Benedicto, pero, ¿poder?......






jueves, 11 de octubre de 2012

Petición especial


La última vez que vi televisión eran más o menos las 10 de la noche del 07 de Octubre. Escuché a la Dra. Tibisay Lucena anunciar el triunfo imposible de Hugo Chávez Frías en las elecciones presidenciales.  Apagué el televisor, me enredé en mis cobijas y no me levanté hasta el miércoles 10, pues necesitaba empezar a trabajar.
En el ínterin, cometí el error de revisar cada cierto tiempo mi telefono, donde de vez en cuando escribía mi profundo desconsuelo y leía alguna que otra cadena, sobre todo las que llegan por PIN. Una me deprimía más que la siguiente. Todas,  en general,  me causaban una profunda molestia. Pero, como acepté que pedir respeto,  en este país,  es casi como ofender a la gente,  lo soporté con estoicismo.
Hasta que recibí una cosa imposible de entender que proviene de alguien que se hace llamar “Constelador familiar”.  La leí y comprendí que el país se perdió porque existen personas como esa. “Constelador familiar”. Empecemos por el principio: ¿eso qué es? ¿Qué clase brujo esotérico recibe ahora el rimbombante título de Constelador familiar? ¿Con que se come eso?  ¿A qué divinidad yoruba responden los consteladores familiares? ¿Porque estamos todos tan locos y somos todos tan frívolos?
Dios del Sinai;  ¿alguien más recibió el escrito? ¿Lo leyeron? ¿Se dieron cuenta de su contenido? ¿Leyeron entre líneas?:  este “constelador familiar” sencillamente dice que está muy bien que una mujer permita los maltratos y los abusos que todos cometen contra ella,  pues algún día estará lista para recibir el amor verdadero. Todo dicho de la manera más cursi, más rebuscada y más imbécil que una persona puede escribir.
Pues bien, pueden ponerse furiosos y empezar su retahíla de insultos: Por favor, respeten mi derecho a vivir más o menos en paz.  NO ENVIEN CADENAS DE NINGUN TIPO ni a mi teléfono, ni a mi PIN, ni a mi correo electrónico y de ser posible, tampoco a mi Facebook.  (Eso último está difícil pues eso funciona como una red y bueno; pero al menos se puede ser selectivo y no leer lo que a uno no le importa) Absolutamente todo lo que recibo que tiene un cierto aspecto político, un llamado a la reconciliación, a la paz, al reencuentro y a la tontería, es borrado (sin leer) inmediatamente. Todo lo que los astrólogos, brujos, pensadores, consteladores, sicólogos, pensadores, sociólogos, politólogos, analistas y personas de bien (y de mal) envían,  es borrado (sin leer) inmediatamente.  No creo en nada de lo que escriben los que se niegan a entender que todo se ha perdido. No creo de ninguna forma que “Todavía hay un camino”.  No para mí. Para mí solo hay derrota, yo si perdí. Yo si estoy solo. Yo si tengo clarísimo que el futuro es comunista, de privaciones, de delincuentes y de miserias. Yo si sé que mis posibilidades de morir abaleado en la puerta de mi casa han aumentado exponencialmente.
Por favor: respeten mi manera de ver las cosas. Es el mínimo derecho que tengo. No me envíen más cadenas, no me incluyan en sus listas de distribución de correos, no me molesten con cosas que hay que leer por que están ahí. Si para eso tienen que borrarme de sus listas de contacto telefónico o de sus listas de lo que sea, siéntanse libres de hacerlo. Yo no me ofendo porque dejen de seguirme en Twitter o me borren de su PIN o me eliminen de sus amigos de Facebook. En realidad eso no significa nada para mí. ¿Estamos?

Del después...

Estoy seguro que escribo desde el dolor más profundo, desde la más grande depresión y la rabia más sorda. Por eso, a lo mejor escribo inconveniencias;  a lo mejor pongo el dedo en más de una llaga. Las borracheras de sufrimiento son las más terribles. Ni modo.
¿Qué fue lo que paso? ¿Por qué lo reeligieron? ¿Por qué la opción más decente, más casada con el futuro de bien,  fue la opción rechazada? ¿Cómo pudo suceder esto?
Nunca podré responderme cabalmente esas preguntas, porque en mi rabia sin paralelo, lo primero que se me viene a la mente es la simpleza de pensar que somos un pueblo despreciable. Que, como bien dijo una gran amiga mía, “este país es un botiquín y el que paga los tragos gana”. A lo mejor es verdad. Es demasiado general y…en fin, es lo que es y suena duro y lleno de maldad. Por eso me parece al mismo tiempo muy simple. Pero, las mayores verdades suelen ser  simples y estar frente a la cara de cada quien. Lamentablemente.
A Henrique Capriles lo derrotó un pueblo indigno. Un pueblo acostumbrado a las dádivas, a la mendicidad, al esfuerzo mínimo, a la buhonería y al mito, imposible de entender, que somos ricos y tenemos derecho a que nos den. Un pueblo para el que la palabra TRABAJO es una maldición, un pueblo deshonesto e irresponsable. A Henrique Capriles lo derrotó una manera imposible de hacer política: con ventajismo, con indecencia, con violencia y con miedo.  A Henrique Capriles lo derrotó una institucionalidad que no existe y una democracia podrida,  en la que todo se negocia y todo cambia de manos para seguir siendo lo mismo. A Henrique Capriles lo derrotó Venezuela, el Dorado construido por un tirano comunista que compró nuestras conciencias y acabó con la decencia.  A Henrique Capriles lo derrotó el poder omnímodo del dinero mal habido. Del robo y de la delincuencia.
También lo derrotó,  y seguirá derrotándolo,  una oposición que juega a ser la Vino Tinto. Una oposición que,  minutos después de la derrota más vergonzosa de su historia, estaba diciendo que habíamos crecido mucho y que el futuro estaba a la vuelta de la esquina. Una oposición que  daba crédito al CNE y hablaba de reconciliación, mientras el país estaba en manos de hordas disfrazadas de camisas rojas, asesinando y destruyendo. Una oposición que mandaba mensajes por twitter,  mientras cerraba con llave puertas y ventanas y llamaba al perdón y al reencuentro desde la comodidad de sus poltronas.  Una oposición que no enfrentó al Plan Republica cuando ellos secuestraron Centros de Votación, ni tomó cartas en el asunto cuando las máquinas se dañaron y los electores regresaron a sus casas sin haber podido votar. Una oposición cuyos testigos de mesa se retiraron del centro de votación, porque no tenían a quien dejarle los niños. Una oposición que pasó meses y meses pontificando sobre la grave crisis del país, pero no se resteó con el día “D”. Una oposición que se encerró en salas situacionales a ver como el país se escurría entre sus manos y cuando tuvo que mover un dedo, prefirió entregar un mapa rojo.
El 07 de Octubre todo se acabó. Esa es la verdad. El camino se truncó y reconstruirlo tomará un esfuerzo que no veo como se resolverá. Mi generación no verá los cambios y no sé si los que vienen detrás los vivan.  La Republica Bolivariana y Comunista de Venezuela ha renacido con fuerza, entre las cenizas de las posibilidades de un futuro digno y se ha convertido en un estercolero, porque quienes la habitan, lo han decidido así. Bueno, perfecto. Cada pueblo tiene el gobierno que se merece porque lo escoge.  Vendrán todo tipo de análisis, (ya han comenzado) y todos tendrán como objetivo justificar la derrota vergonzosa del domingo y aupar un futuro que no existe.
Es una pena. El día para el optimismo, para el triunfo y para el cambio era el 07 de Octubre.  Lo dejamos pasar, seguramente porque una maquinaria inderrotable se nos posó encima y porque creímos demasiado en las fuerzas de una democracia que no existe, que no ha existido nunca.  No ganamos nada, pero sobre todo, no aprendimos nada: es lamentable, pero aquí no hay reconciliación posible, ni salida electoral. Lo mejor que podrían hacer los que todavía apuestan por eso que llaman Patria y es como una enfermedad,  es que lo entiendan.
El 07 de Octubre, nos robaron la decencia y el bien colectivo. El 07 de Octubre destruyeron el futuro.  El que siga con la tontería de que perdiendo se gana, está viendo una de Disneylandia.
Perdiendo se pierde.

miércoles, 10 de octubre de 2012

JÓDANSE...!

 
jodanseTodo se acabó. Desde hoy prefiero ser un paria. Esto en lo que me ha tocado vivir, no es un país. Es un burdel y está en manos de sus putas y sus malandros. No hay solución y no hay remedio. Se me acabó la decencia, se me acabó la posibilidad de sonreír, se me acabó la estupidez de la bandera y el tricolor. Es muy sencillo: ese caserío de indigentes y suciedad que se llama Venezuela, está acabado. Lo acabaron sus habitantes, sus mendigos, la gentuza que lo habita y lo convirtió en un gran vertedero de mierda y de balas.
Lo que pase desde hoy estará bien merecido. Yo voto tierrita y no juego más.
Venezolanos: JÓDANSE, se merecen cada bolsa de basura, cada epidemia, cada pote de leche que no pueden comprar para sus hijos, cada bala perdida, cada secuestro express. JODANSE: se merecen el futuro que se inventaron y se merecen también el sueldo mínimo de porquería por el que han vendido su alma al diablo.
JODANSE!



martes, 18 de septiembre de 2012

Ana Frank, la historia de un horror...

(Estuve recientemente en Europa Central, es imposible andar por ahí sin revivir El Holocausto en sus muchas historias y testimonios. Esta tal vez sea la historia mas famosa de esos años terribles. No lo se seguro. Pero, creo que es nuestro deber seguir contandolo...no vaya a suceder que empecemos a olvidarlo)
 

“Algún día esta horrible guerra habrá terminado, algún día volveremos a ser personas y no solamente judíos”
(Ana Frank,  11 de abril de 1944)

“Montar en bicicleta, bailar, silbar, mirar el mundo, sentirme joven, saber que soy libre, eso es lo que anhelo”
(Ana Frank, 24 de diciembre de 1943)

¿Cómo puede entenderse a cualquier edad que se es menos, simplemente porque se cree en otra manera de adorar a Dios?  Quizás esa haya sido la gran pregunta por la que Ana enfrentó sus días, durante los dos años escasos  que duró su auto impuesto cautiverio.
En 1942, Ana, su hermana Margot,  y sus padres Otto y Edith Frank, así como sus socios y amigos:  la familia compuesta  por Herman y Auguste van Pels y Peter y Fritz Pfeffer, emprendieron la más peligrosa de las aventuras que podía ocurrírsele a alguien en los años de la II Guerra Mundial: Intentar sobrevivir a toda costa, siendo judíos y sin renegar de ello, hasta que algún día terminara la absurda guerra de Hittler.  No lo lograron por semanas, pero su vida ha sido el testimonio más duro y más conocido,  de los millones de testimonios que,  desgraciadamente,  la historia ha recogido para documentar esa locura que se llama El Holocausto.
Se habían trasladado a Holanda en 1933 cuando Hittler llegó al poder,  e instauró su régimen antijudío. Allí,  Otto Frank había montado su fábrica de especias alimenticias,  para vivir tan buenamente como lo permitiera su trabajo. En 1940,  el ejército alemán ocupó Holanda y adoptó medidas antijudías. Dos años más tarde, seguros de que bajo el régimen antijudío, no solo sus bienes,  sino sus vidas corrían peligro, decidieron pasar a la clandestinidad.  Lo hicieron en el edificio situado en Prinsengracht 263,  donde funcionaba la empresa de Otto. Era una especie de ventaja: el edificio constaba de dos partes: La delantera donde funcionaba la empresa y la parte de atrás donde había una pequeña vivienda no ocupada.  Allí se escondieron,   bajo estrictas normas de sobrevivencia, los ocho judíos en un intento desesperado por  llegar al final de la guerra. En la parte superior de la vivienda, a la que se accedía, una sola vez,  a través de una estantería giratoria que se había construido en el descanso del piso superior de la casa de adelante,  los escondidos hacían vida protegidos por los cuatro empleados directivos de la fábrica de Otto. Más nadie estaba en el secreto. Los empleados del almacén y los clientes o relacionados de la fábrica,  ni siquiera lo imaginaban.  Se suponía que Los Frank habían huido de Holanda, también.
Estaban más cerca de lo que todos pensaban: En cuatro pequeñas habitaciones que servían como cocina, sala de estar, dormitorio, sanitario, comedor, estudio  y un pequeño desván,  desde el que Ana , Peter y su hermana Margot,  tenían el chance de ver algunas noches estrelladas o imaginar el motivo de los ruidos que provenían de las calles cercanas. Ana, mientras tanto, documentaba hasta el mínimo detalle en sus diarios.
En 1944, el 4 de agosto para ser exactos, una denuncia anónima descubrió ante el Servicio de Seguridad Alemán la existencia de los escondidos: Los nazis detienen a los escondidos y a dos de sus protectores. Alguien los ha delatado. No se sabe, nunca se supo o se sabrá,  quién lo hizo. Los detenidos son trasladados casi de inmediato a diferentes campos de concentración y para Abril de 1945,  cuando finaliza la guerra y se liberan los campos, todos, menos Otto Frank y dos de los protectores,  habían fallecido.  Ana y su hermana Margot, las ultimas en morir, fueron víctimas del Tifus en el campo de Bergen-Belsen.
En Junio de 1945, liberados los campos de concentración, Otto,  que había logrado sobrevivir regresa a Ámsterdam con la banal esperanza de encontrar a sus hijas,  de quienes no sabía nada. Ya había confirmado que Edith su mujer, había muerto en el campo, pero no sabía que sus hijas habían corrido igual suerte.  Lo confirmó en esos años difíciles que siguieron a la liberación. Entre tanto, una de las protectoras,  Miep Gies, había guardado celosamente los diarios y papeles de Ana,  que consiguió después del allanamiento de los nazis al refugio de Los Frank.  Así empieza la historia de Ana Frank. En 1947 después de muchas vacilaciones Otto decide publicar el diario de su hija y dedicarse en cuerpo y alma a luchar contra la discriminación, los prejuicios y a favor de la historia de su vida, para ver si servía de ejemplo.
Esta es la historia que se vive en la Casa de Ana Frank. Un lugar que por cierto, tiene un aire sacramental,  en el que se habla bajito, se ven videos y se recorre en silencio.  En el mismo silencio con el que la humanidad vio crecer el horroroso régimen anti personas de Adolf Hittler; en el mismo silencio con el que humanidad ha visto avanzar el comunismo,  las dictaduras militares y las superioridades sin sentido  que están diezmando una humanidad que no tiene casas donde esconderse ni diarios en los que escribir.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Bye Bye Señor...


Fue tan violento y desagradable que al principio no entendí ni lo que decía, ni el apretón de manos que pretendía no se cual imposible simpatía, ni lo que estaba sucediendo a nuestro alrededor en lo que habíamos escogido como marco para una noche feliz y distendida en Bruselas.
Lo entendí muchísimo menos,  cuando comprendí que pocas horas antes me había lanzado toda una teoría sobre la simpatía sin par de los belgas y que tengo estándares muy precisos,  para medir lo que debe suceder en un país extranjero cuando de visitantes se trata.  Hoy, cuando lo cuento, sigo sin entenderlo; pero, estoy seguro que fue uno de los desplantes más groseros y desagradables que he vivido en lugar alguno,  después de Rusia.
Terminado el paseo exhaustivo por el centro de noche y un poco hartos de cuanta chuchería habíamos podido conseguir en el camino, decidimos finalmente, ir a comernos nuestra ollita de mejillones.  A ver, todo el mundo te dice que no puedes salir de Bruselas sin comerlos, no te queda otra opción que buscar donde.  Y ese fue el problema. Escogimos un donde tan equivocado,  que debería quedar para siempre en las listas de viajeros, como sitio al que nunca se debe ir.  Es el restaurante Le Petit Bedon, en el centro de Bruselas, en la famosa calle de los mejillones.
Lo escogimos por nada en particular. Nos llamó la atención sobre otros muchos, (obra del destino). Entramos, ocupamos una mesa sin nada en especial y comenzamos a darnos cuenta que en realidad no teníamos tanta hambre. Que posiblemente, para los cuatro, lo mejor era  pedir una botella de vino, algunas de las cosas que la carta probablemente ofrecía como aperitivos y un par de órdenes completas de mejillones con papas fritas para compartir entre todos.  Yo, que seguía insistiendo en la calidad de la cerveza belga quería, además,  una cerveza muy fría. Lo demás era pasar un buen rato hablando tonterías y tomando vino y cerveza.
Allí empezó la desgracia de una noche infeliz: nuestro mesero, que ya había preguntado en qué idioma hablábamos, era un hombre alto y delgado con mucha pinta de árabe como para ser de otro sitio. Nos ayudó a instalarnos, nos dio las cartas y regresó a los pocos minutos diciendo,  como hecho cumplido,  que traería 4 órdenes de mejillones.  Yo le miré y,  amablemente, me sonreí para explicarle lo que deseábamos realmente y,  por decir algo, empecé diciendo que verdaderamente no teníamos mucha hambre y que pediríamos otras cosas.
Enseguida el hombre se acercó demasiado, intento estrechar mi mano en un gesto que no entendí y me dijo, sin más ni más:  SO, Bye Bye Señor.  Yo no alcancé a comprender lo que pasaba y me reí para seguirle el juego de forma condescendiente.  El mesero empezó a recoger la mesa, a levantar los vasos y a despedirnos, diciendo que si no pedíamos las 4 órdenes del menú, teníamos que irnos. Todo en muy mal ingles y sin reparar en la posibilidad de una cuenta que probablemente iba a ser más alta que 4 ollitas de mejillones.
Entre lo que marca mi carácter irascible, esa es una de las ofensas más graves que puedo recibir. Posiblemente, lo que me libra de matar a alguien que haga semejante desplante,  sea el poco de raciocinio que me queda útil. Me levanté de la mesa y a grito herido, le di una insultada precisa en perfecto inglés.  El resto de los comensales se sorprendieron de mis gritos, pero quizás no comprendieron nada ellos tampoco. El mesero impresentable no se dio por aludido.
Salimos del lugar, con el ánimo descompuesto,  e intentamos caminar en la noche de esa calle ahora infame,  para ver si nos volvía el alma al cuerpo.  Detenidos como bobos en una esquina de la noche, mire de nuevo hacia Le Petit Bedon  y caminé con el cuerpo encendido y la rabia en su justo lugar. Me detuve en el medio del comedor,  entre algunos clientes que terminaban su cena,  y tome todo el aire que me cabía en los pulmones. Entonces le caí a insultos a todo el que quisiera escucharme. Duro unos tres o cuatro minutos, pero me sirvió para perdonarle la vida a ese árabe desgraciado y macilento.
Nos fuimos sin comer y nos quedó para siempre el disgusto de haber ido a Bruselas y no  haber probado las “Moules frittes”.  Lo que realmente lamenté después,  es que todo ese desagrado había sido causado por un árabe. Un gentilicio que cada vez está más y más desprestigiado…por su culpa, por su culpa y por su grandísima culpa.

jueves, 6 de septiembre de 2012

El cuento de Oliver


El padre de Oliver se murió hace poco más de un año. Padeció horriblemente una de esas enfermedades que uno nunca termina por saber en qué consisten, y antes de llegar a los 57 años de vida, se fue de este mundo y se acabó el largo sufrimiento. Para extrañarlo quedaban sus dos hijos, Oliver y Magdalena, una viuda que había aceptado el designio hacía mucho tiempo y algunos buenos amigos, entre los que me cuento. Por lo demás, la herencia de un pasado comunista que no sirvió de nada a la hora de las abundantes emergencias, y un convencimiento familiar, de que, pase lo que pase, “esos no volverán”. Tanto que a pesar del catolicísimo que siempre tuvimos por norma en esa casa, Oliver, el hijo rojo rojito, se negó a ceremonias religiosas para no contradecir su más reciente creencia. Total que a mi pobre amigo lo enterraron sin cura y sin misa y en el cementerio hubo algunas lecturas de textos y mensajes “necesarios”, algunas consignas trasnochadas y una franela roja cubriendo el féretro cual bandera.
Oliver, como corresponde al hijo mayor, tomó las riendas de la familia. Se convirtió, a sus 23 años en padre sustituto y decidió el rumbo de su madre, apesadumbrada y envejecida y de su hermana, inmadura y poco enterada de las cosas de esta vida. Muy de vez en cuando, los amigos de su padre caíamos en la casa cubierta de afiches del Che y fotos de Mi comandante para saber si todo estaba bien. Lo estaba, a juzgar por la tranquilidad y las apariencias. Oliver, el más comunista de los hijos de este mundo, trabajaba fuertemente en temas tecnológicos y se había convertido en el más duro de los defensores del software libre y esas exquisiteces inalámbricas y en las pocas ocasiones que lo vi, vestía la franela preceptiva y me amenazaba con la victoria, siempre.
Hace poco conseguí a su mamá en el supermercado. Nos saludamos y le pregunté por los hijos. Entonces me reveló una noticia que me dejó sin habla: Oliver se fue a pasear sus conocimientos y a cosechar un futuro mejor, en el mismísimo Silicon Valley. Si. Por alguna serie de coincidencias (dejémoslo así) una súper empresa que se dedica a la venta y fabricación de software y otras linduras, conoció los talentos del muchacho, le ofreció un montón de dólares, le dio un apartamento por seis meses hasta que encuentre el propio y lo contrató sin fecha de retorno. También le “arregló” los papeles y está a punto de convertirlo en un ciudadano americano. Como Bill Gates o David Mc Pherson. Como lo que sueñan todos los oligarcas despreciables de este país.
Nada, que eso no tiene nada de malo; no me vayan a malinterpretar. La exigua pensión de viuda está siendo compensada con creces, se negocia en el mercado negro cada quince y ultimo y sirve de mucho y Oliver, (eso me lo ha dicho la madre) está tan feliz que ella cree haberlo perdido. A ella le parece un milagro. A mi también, por cierto.

sábado, 1 de septiembre de 2012

#BloggersMérida


Ayer El Parque Tecnológico de Mérida, una organización que hace un trabajo muy interesante pero adolece de imagen institucional seria, definitiva y clara, invitó al Primer Encuentro de Bloggers Merideños. Agradecí mucho que me llamaran para invitarme, aunque debo admitir que no soy persona de networks, siempre me parecen actividades inútiles que no arrojan resultados. Sin embargo, asistí, bastante desprovisto de expectativas, para ver si sacaba algo de un evento cuyo contenido parecía prometedor.
En realidad no estuvo mal; algunos expositores que no son ni remotamente expertos en el tema, se dieron a la tarea de investigar – via google – curiosidades sobre el mundo del blogger y sus avatares, para compartir con nosotros (unos 35 incautos) sus descubrimientos; uno de ellos, por cierto, sin tiempo para leer detenidamente su presentación y sin los lentes apropiados. Aun así, estuvo bien, salvo por un detalle fundamental: el tremendismo de la juventud.
Entre los expositores, tuvimos la suerte de contar con la presencia de un jovencísimo e inteligente muchacho con cara de niño, pinta de niño y actitud vital de niño…malcriado. Niño que, para colmo de males, se presentó anunciándonos que él estaba muerto hasta que Jesús lo devolvió a la vida (sic). Este joven, cuyo nombre voy a reservarme para que no se ofenda tanto conmigo, hizo una detallada exposición sobre un tema que seguramente conoce, pues se atreve a hablar de él con propiedad y, después de algunas boberías propias de su edad, soltó esta perla:
“Escribir, bien o mal, no está de moda, eso no es lo que importa en un blog”.
Estoy seguro que lo que quiso decir no fue eso, literalmente; es más, estoy seguro que lo que quiso decir fue que en un blog, lo que nunca debe hacerse es escribir textos muy largos. Esa es una máxima del bloguero que cada quien interpreta a su manera. Pero, con el valor incalculable de la palabra hablada y esa manía de los jóvenes de arrasar con todo lo que encuentran a su paso, dogmatizando tonterías, eso que mencione más arriba, fue exactamente lo que dijo. Y arruinó el buen rato que estábamos viviendo.
Es costumbre y lo lamento. Me sucede por asistir a las cosas que me invitan creyendo que son eventos necesarios. La próxima vez que piense en acudir a una cosa de esas, tendré especial cuidado en enterarme si alguien tiene interés alguno en mostrarme la gloria de Jesús su salvador, o si otro muchachito que sobre pronuncia las “eses” está listo para soltar alguna otra barbaridad que acabe con el sentido de lo que yo hago para convertirme en un robot tecnológico,  sin algo útil en la cabeza. Me perdonan todos, pero si escribir no está de moda, procedamos entonces a cerrar cuanto blog existe. Yo sigo pensando que un blog es un espacio para escribir correctamente sobre cosas como la moda de estar de moda.

sábado, 14 de julio de 2012

La campaña equivocada

Hace algunos días estuve en la presentación de un libro, una ocasión completamente feliz dedicada a la celebración del talento de un buen escritor venezolano.  En el discurso de presentación, un señor de esos que la gente llama “destacado intelectual” mencionó al sabanetero dos o tres veces.
Poco tiempo después  fui a una misa;  el sacerdote, un luchador social bastante conocido por su posición política, mencionó al sabanetero un par de veces o más.  Como chiste, por cierto.
Al día siguiente,  asistí a una brillante conferencia sobre el Bozon de Higgs a cargo de un famoso doctor en Física. Durante su extenso discurrir por el camino de las ciencias físicas, el sabanetero fue nombrado varias veces.
Hoy hice un ejercicio: me dediqué a revisar los “TUITS” que entran a eso que llaman mi TL (suerte de archivo de lo que dicen aquellos a quienes sigo) En un momento determinado,  entraron 25 mensajes de distintas procedencias. 22 de ellos hacían alusión,  de alguna manera,  al sabanetero  y sus desmanes. Los otros tres se referían a boberías de las que abundan en ese medio. Ninguno mencionaba a @hcapriles.
Mi próximo ejercicio, seguramente,  consistirá en hacer las mismas mediciones en periódicos de circulación nacional y en otros medios.
¿Por qué lo comento? Porque creo en ciertas leyes de atracción universal y porque siento que soy uno de los pocos venezolanos que ha logrado desarrollar una autentica cobertura de teflón para enfrentarse a la vida del señor que vive en Miraflores.  Creo que lo he dicho varias veces. No me interesa su salud, no me interesa su vida (o su muerte, que es lo mismo) no me importan sus leyes, no cumplo sus órdenes. No siento ni el menor interés por sus cadenas de TV,  ni por sus disparates. Por supuesto, nunca lo escucho y nunca lo veo.  No me interesa, ni cinco.
La razón para eso es muy sencilla: creo ciegamente que mencionarlo, sólo logra fortalecerlo.  Permanecer atento a su próxima locura, sólo consigue que esa locura nos haga daño,  nos nuble  el camino que queremos construir y nos robe la energía que no estamos utilizando en edificar la esperanza que nos ofrece Capriles. Tanto nombrar a quien adversamos, nos obstaculiza el trabajo de hacerle entender - al alto porcentaje de venezolanos que no sabe para donde agarrar -  que es posible vivir a espaldas de sabaneta e incluso después de sabaneta.  Que no podemos construir el futuro sobre el sufrimiento, dolor y muerte de una persona;  sino sobre las certezas de crecimiento y esperanza que trae la juventud emprendedora de Henrique Capriles.
No soy estudioso de las nuevas eras;  el que medio me conoce sabe que prácticamente no creo en nada, salvo en el Dios de mi madre.  Pero,  estoy seguro y  por eso lo repito,  que el seguimiento a ultranza de aquel a quien queremos sacarnos de encima, sólo consigue reforzar su presencia y agrandar su poder.  Es la campaña equivocada, la que podría quitarle a Henrique Capriles el triunfo de las manos y sumirnos a todos en la más profunda desgracia.
Quizás no importa tanto, al final. Siempre nos quedará la posibilidad de vivir pendientes de su vida y de su muerte (que no veremos) y de seguir en lo mismo que hemos hecho durante 14 años: regalarle nuestro tiempo y nuestras energías.
Entonces seguiremos como estamos y como estamos moriremos. Nosotros.

miércoles, 20 de junio de 2012

La Señora Chocrón

Don Armando Scannone dijo una vez que su cocina era el mejor restaurante de comida criolla que había en Caracas. Marva Griffith se servía una copa de vino, abandonaba la “culta” conversación de los salones y se instalaba con ella en un taburete de la cocina. Edward Albee me dijo una vez que nadie jamás había hecho,  para él, desayunos como los suyos. Emilio Carballido avisaba de sus visitas a Caracas sólo para que ella le preparara una cena. Gabriel García Márquez le regaló una bufanda de seda elegantísima para sobornarle un pabellón criollo. Pablo Cabrera,  Merce Cunningham y un buen etcétera de notables, se la habrían llevado a vivir a Nueva York.
Se llamaba, sin más,  Sara Delgadillo; pero era Sarita para navegar por el mundo.  Un mundo que hizo suyo sin dejar de ser esa mujer diminuta, morenita, fumadora encapillada y cocinera prodigiosa que acompañó a Isaac Chocrón durante más de la mitad de la vida de ambos,  alternando modos discretos con habilidades para estar donde la necesitaban y una carcajada simpática que salia de cualquier esquina y servia de conjuro. Exacta definición de buena mujer, sus manos no tuvieron rival a la hora de servir en una mesa  y en todo.
Puestos a ir más allá, posiblemente Sarita fue la mujer detrás del gran hombre. Su amor ilimitado por El Doctor, hizo posible que Isaac Chocrón tuviera la tranquilidad de vida que hacía falta para escribir sin mayores sobresaltos. Para muchos de los que vivimos la familia que formaron Luis, Isaac y Sara en aquellos años felices (que por nostalgia nos asaltan con frecuencia) Sarita era,  en nuestros chistes, La Señora Chocron.  Una señora que por pura casualidad se llamaba Sara, como habría tenido que ser, que vino de San Mateo para el Barrio Los Manolos de la Florida y,  quiso la vida,  que se convirtiera en una referencia silente de una buena parte de la historia teatral de este país,  y una especie de madre por extensión para muchos de los que necesitábamos el buen sabor de la buena mesa y un abrazo a tiempo. Pero, además,  creo que no hubo tesista de la escuela de Arte que pasara sin revisar los archivos que Sara llevaba con rigor de bibliotecaria (para cuya consulta había establecido tarifas solidarias) y que ninguna obra sobre la obra de Isaac,  está mejor escrita que la historia que reposa entre sus álbumes de tapas negras, al lado de San Judas Tadeo y el ecumenismo absoluto en que ambos vivieron la fe de cada uno.
 Ayer, a escasos 7 meses de su Doctor, Sarita emprendió el viaje definitivo. Posiblemente azuzada por la soledad, la enfermedad dio el zarpazo final. Es demasiado fácil decir que fue a reunirse con él y que ahora seguirán juntos en el cielo. Es un lugar común que no cabe en la vida de estos seres irrepetibles, aunque tenga mucho de verdadero; ojalá y además tenga mucho de tierra prometida y de más allá. Me encantaría verle los ojos bailarines en su reencuentro definitivo con quien amó por encima de todo y a despecho de cualquier circunstancia, sin que mediara ninguna de las cosas que normalmente nos impiden ser felices aun cuando creemos saber que amamos.
A su modo, Sarita ha conseguido develar ese misterio. El de la misión cumplida en el servicio por amor y en silencio. No es fácil. Por eso fue la heroína de tantos grandes hombres.

El domingo de Reinaldo

Desperté en la habitación del hotel cuando aun no eran las 8 de la mañana. Desde la habitación contigua, mi vecina  hacia todo tipo de reclamos a su compañero, en un tono que no presagiaba nada bueno. Mi afición a escudriñar historias ajenas aunque sólo pueda percibir sus diálogos se despertó junto conmigo. Entregado al voyeurismo, dispuse mis oídos para entender el pleito de mi vecina circunstancial, un pleito en toda regla: que si esa niña que se casaba era mi sobrina, que yo me esmeré para que los dos quedáramos bien delante de mi familia, que salí a comprarme un vestido y me gasté unos reales en ponerme presentable, que me ocupé de que te vieras bien, que aunque yo se lo mal que algunos de mi casa hablan de ti, puse todo de mi parte para que saliéramos bien de esta. Que te lo había dicho mil veces, carajo….que no fueras a dejarme mal en el matrimonio….Pero, es que a ti no te entran ni balas.
Por ahí seguía el reclamo. Tardé unos minutos ansiosos en descubrir que había hecho el marido para arruinarle a la pobre mujer su “puesta de largo” familiar,  hasta que empecé a escuchar cosas como esa porquería, ese vicio maldito, ese empeño tuyo en no querer salir de eso…e imaginé que lo sucedido tenía que ver con una borrachera de pronostico. Esas que siempre, siempre, lo dejan a uno como el perfecto imbécil de toda fiesta y cuyas consecuencias son imposibles de borrar. No estaba en lo cierto, aunque casi.  Lo que pasó fue que además, según ella informó entre gritos y palabrotas, además de haberse bebido hasta el agua de los centros de mesa, el tipo se dedicó a meterse perico a gusto en el baño del club, delante de todo el que quisiera verlo y en frente de primos, sobrinos, demás familiares y amigos…de ella. Zanahorias escandalizados todos, por cierto.
En mi cama, impedido casi de respirar para no ser descubierto en culpa de entrometido, seguí la discusión, esperando el momento en que tendría que llamar a la policía. El pleito escalaba decibeles y la pobre defensa del acusado (basada en extrañas razones morales producto del desprecio permanente de Tu familia) no hacía sino ponerle ingredientes a la cosa. Yo estaba literalmente fascinado, cuando se hizo una larga pausa precedida de una pregunta que más bien era la suplica ultima de una mujer herida: ¿Qué vamos a hacer Reinaldo?
Reinaldo, con la callada por respuesta, extendió el suspenso (yo lo imaginaba sentado en el borde de la cama, con la indignidad de ropa interior a medio poner y toalla húmeda sobre los hombros, en actitud de boxeador derrotado) Ella, posiblemente deseosa de comenzar a buscar una solución, la que fuera, le espetó en un grito su sentencia:
 - Tú tienes que dejar esa vaina, Reinaldo, tú tienes que dejar el perico….
Reinaldo probablemente levantó la cabeza, quizás la miró a los ojos, quizás se levantó y arrojó la toalla al piso. Tal vez agarró una camiseta cualquiera de la maleta abierta y desordenada encima de la cama. Reinaldo aclaró la garganta antes de responder, eso lo escuché perfectamente. Tanto, como la lapida que soltó a continuación:
 - Primero la dejo a usted
El silencio se instaló completamente. Nos cubrió a todos. Duró algunos minutos y planeó sobre los restos de una pareja que se esforzaba en celebrar el nacimiento de otra.
Lo que nunca logré entender es porque en lugar de un portazo, escuché un llanto callado de mujer.

viernes, 15 de junio de 2012

Resignados

Llegué a buscar una batería nueva para mi auto casi a las 10 de la mañana. Un trámite nada complicado: ir a Auto Servicios Duncan, pedir que revisen mi batería vieja y pagar por una nueva. Tanto Rubén, mi mecánico,  como yo, estábamos convencidos de que no había otra manera de resolver el desperfecto. No es que me guste, pero mi auto me ha dado dolores de cabeza un poco más trágicos, cambiarle la batería pertenece al renglón “gastos de rutina”.  En la tienda no había otros clientes. Tres bien intencionados trabajadores se sortearon el gusto de sacarme una buena tajada de plata, y uno de ellos me entregó un papelito manuscrito, lleno de números  y me pidió que fuera a la caja a pagar.
En ese momento exacto entró a la tienda un hombre gordo y moreno que se bajó de un taxi y caminó hasta la caja. Un par de minutos más tarde, dos muchachitos estacionaron una moto en la entrada y caminaron detrás del gordo y delante de mí. No hubo ninguna violencia. Es decir, no hubo tiros (si, armas) ni gritos, ni cosa alguna que lamentar. Los dos muchachitos encañonaron al gordo, este sacó del bolsillo interior de su chaqueta un grueso fajo de billetes, un celular y su cartera. Los dos muchachitos revisaron la cartera, le devolvieron sus documentos, le quitaron un par de billetes de 100 que estaban dentro y voltearon a pedirle el celular al cajero. Yo había logrado ponerme a salvo. Parapetado detrás de un carro, no me vieron ni me pidieron nada.  En seguida salieron caminando con calma, abordaron su moto y huyeron. Nadie los persiguió. Nadie los vio perderse en el tráfico. Nadie gritó.
Caminé hasta la caja. El gordo (mensajero de la tienda)  a quien acababan de quitarle 7 mil bolívares, aseguró entre dientes que lo venían siguiendo desde una agencia cercana del Banco Mercantil. El cajero y aparente “encargado” del negocio solo atinó a decir que “la plata se recupera….eso no es nada”.
Cuando les sugerí hacer alguna denuncia, llamar la policía o intentar alguna defensa, todos me miraron como si yo fuera un extraterrestre.  Fue opinión general que llamar la policía o hacer denuncias es una pérdida de tiempo; es más, ellos están seguros que detrás de cada asalto de motorizados, hay un policía de jefe.
Pagué  mi nueva batería, la instalaron y todo continuó business as usual…el gordo en un rincón agradecía a sus dioses que no le hubieran pegado un tiro.  Por lo demás, ni fue el primer asalto, ni será el último.

martes, 12 de junio de 2012

Se ordenó la partida

Las comparaciones son odiosas, porque quien las hace suele representar un bando y no ser objetivo. Solemos comparar lo que se percibe y lo que se piensa; difícilmente se compara lo que realmente sucede. Es una costumbre casi inevitable que alcanza, con creces, su máxima expresión en estos tiempos venezolanos en que todos somos “expertos en política nacional”. A ello me acojo para unirme al coro que, nacido en las últimas horas, tiene de cabeza al  "pais nacional".
Tanto Henrique Capriles, el candidato de la Unidad Democrática,  como el Presidente en ejercicio,  han oficializado su candidatura a la Presidencia de la República (uno por primera vez y el otro por enésima) para las elecciones del próximo 07 de Octubre. Ambos apelaron a actos similares e indispensables en el devenir de una campaña electoral: la exaltación de sus seguidores y lo que en buen criollo se conoce como “Baño de masas”. Nada indica mejor que todas las armas están empuñadas: Un acto realmente masivo (ambos lo tuvieron)  es la mejor manera de decir que estamos en los puestos de salida y que ya no hay posibilidad de echarse para atrás. Para ser hípicos, es decir, venezolanos, se ordenó la partida.
Similaridades aparte, sin embargo, las dos concentraciones que sirvieron de marco a la presentación oficial de las candidaturas también han servido para mostrarnos, por milésima vez, los dos pedazos de país: uno que para cada evento electoral ve renacer su esperanza y sale a la calle esgrimiendo colores, cantos, alegrías y posibilidades de cambio y otro que diariamente necesita reafirmar que su trabajo depende de la camiseta roja y la foto alumbrada. Básicamente, esa es la realidad a la que hemos sido disminuidos. Algunos hablan de un tercer grupo y no es difícil reconocer que existe, pero ellos todavía no se manifiestan, terminarán sumándose a alguno de los existentes,  o no,  y seguirán siendo responsables de su propia apatía.  Los dos grupos fundamentales sobre los que reposa el futuro del país, han salido a la calle y empezaron a medir sus fuerzas.  Fuerzas que por cierto, en este primer encuentro han resultado bastante dispares.  No sé, probablemente son ideas mías y a mi subjetividad me remito, pero esa disparidad, me parece que nos está favoreciendo a nosotros.  La marcha del domingo movilizó a un millón y medio de personas,  según todo calculo; y por encima de consideraciones de otro tipo, estuvo impregnada de compromiso voluntario y de energía de cambio. No es posible decir lo mismo de la concentración de ayer en Plaza Caracas. Lo admitan o no, en el acto multitudinario de ayer para apoyar al candidato presidente, a los asistentes no les quedó otra alternativa. Es posible que algunos de los que allí estaban sean capaces de creer que ese señor sea una promesa de futuro individual (sin duda los ministros encabezan esa lista) pero, realmente, nunca las pantallas de todos los televisores criollos habían mostrado desánimo igual. Eso no es suficiente para ganar las elecciones, pero es una excelente manera de empezar. Si yo, como elector, debo escoger entre un discurso que pese a todas las dificultades, continua apostando a la esperanza y uno que sigue patrocinando el caos, la decisión parece obvia. Difícil, es verdad, pero obvia.
Lo que comenzó ayer no es un juego. Los problemas gravísimos que vivimos no se resuelven en un mitin, ni en una marcha - aunque caminemos 200 kilómetros - . No hay tiempo para rescatar conciencias perdidas y hacer campaña; pero por alguna parte tenemos la obligación de empezar a enderezar tanto entuerto. Lo que estamos enfrentando es la inmoralidad y,  cuando un pueblo que ha perdido sus valores elementales se enfrenta a la inmoralidad, esta gana. Es lo primero que tenemos que entender y vencer.

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