Estoy seguro que escribo desde el dolor más
profundo, desde la más grande depresión y la rabia más sorda. Por eso, a lo
mejor escribo inconveniencias; a lo
mejor pongo el dedo en más de una llaga. Las borracheras de sufrimiento son las
más terribles. Ni modo.
¿Qué fue lo que paso? ¿Por qué lo
reeligieron? ¿Por qué la opción más decente, más casada con el futuro de bien, fue la opción rechazada? ¿Cómo pudo suceder
esto?
Nunca podré responderme cabalmente esas preguntas, porque en mi rabia sin paralelo, lo primero que se me viene a la mente es
la simpleza de pensar que somos un pueblo despreciable. Que, como bien dijo una
gran amiga mía, “este país es un botiquín y el que paga los tragos gana”. A lo
mejor es verdad. Es demasiado general y…en fin, es lo que es y suena duro y
lleno de maldad. Por eso me parece al mismo tiempo muy simple. Pero, las
mayores verdades suelen ser simples y
estar frente a la cara de cada quien. Lamentablemente.
A Henrique Capriles lo derrotó un pueblo indigno.
Un pueblo acostumbrado a las dádivas, a la mendicidad, al esfuerzo mínimo, a la
buhonería y al mito, imposible de entender, que somos ricos y tenemos derecho a
que nos den. Un pueblo para el que la palabra TRABAJO es una maldición, un pueblo deshonesto e irresponsable. A Henrique Capriles lo derrotó una manera imposible de hacer
política: con ventajismo, con indecencia, con violencia y con miedo. A Henrique Capriles lo derrotó una
institucionalidad que no existe y una democracia podrida, en la que todo se negocia y todo cambia de
manos para seguir siendo lo mismo. A Henrique Capriles lo derrotó Venezuela, el
Dorado construido por un tirano comunista que compró nuestras conciencias y
acabó con la decencia. A Henrique
Capriles lo derrotó el poder omnímodo del dinero mal habido. Del robo y de la
delincuencia.
También lo derrotó, y seguirá derrotándolo, una oposición que juega a ser la Vino Tinto.
Una oposición que, minutos después de la
derrota más vergonzosa de su historia, estaba diciendo que habíamos crecido
mucho y que el futuro estaba a la vuelta de la esquina. Una oposición que daba crédito al CNE y hablaba de
reconciliación, mientras el país estaba en manos de hordas disfrazadas de
camisas rojas, asesinando y destruyendo. Una oposición que mandaba mensajes por
twitter, mientras cerraba con llave puertas
y ventanas y llamaba al perdón y al reencuentro desde la comodidad de sus
poltronas. Una oposición que no enfrentó
al Plan Republica cuando ellos secuestraron Centros de Votación, ni tomó cartas
en el asunto cuando las máquinas se dañaron y los electores regresaron a sus
casas sin haber podido votar. Una oposición cuyos testigos de mesa se retiraron
del centro de votación, porque no tenían a quien dejarle los niños. Una
oposición que pasó meses y meses pontificando sobre la grave crisis del país,
pero no se resteó con el día “D”. Una oposición que se encerró en salas
situacionales a ver como el país se escurría entre sus manos y cuando tuvo que
mover un dedo, prefirió entregar un mapa rojo.
El 07 de Octubre todo se acabó. Esa es la
verdad. El camino se truncó y reconstruirlo tomará un esfuerzo que no veo como
se resolverá. Mi generación no verá los cambios y no sé si los que vienen
detrás los vivan. La Republica
Bolivariana y Comunista de Venezuela ha renacido con fuerza, entre las cenizas
de las posibilidades de un futuro digno y se ha convertido en un estercolero,
porque quienes la habitan, lo han decidido así. Bueno, perfecto. Cada pueblo
tiene el gobierno que se merece porque lo escoge. Vendrán todo tipo de análisis, (ya han
comenzado) y todos tendrán como objetivo justificar la derrota vergonzosa del
domingo y aupar un futuro que no existe.
Es una pena. El día para el optimismo, para
el triunfo y para el cambio era el 07 de Octubre. Lo dejamos pasar, seguramente porque una
maquinaria inderrotable se nos posó encima y porque creímos demasiado en las
fuerzas de una democracia que no existe, que no ha existido nunca. No ganamos nada, pero sobre todo, no
aprendimos nada: es lamentable, pero aquí no hay reconciliación posible, ni
salida electoral. Lo mejor que podrían hacer los que todavía apuestan por eso
que llaman Patria y es como una enfermedad, es que lo entiendan.
El 07 de Octubre, nos robaron la decencia y
el bien colectivo. El 07 de Octubre destruyeron el futuro. El que siga con la tontería de que perdiendo
se gana, está viendo una de Disneylandia.
Perdiendo se pierde.
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