Por eso no entiendo las Ferias del Sol, esa especie de locura colectiva que azota mi ciudad cada año con mayor empeño destructivo. Me gustaría entenderlo, pues tengo la mala fortuna de vivir en el centro de operaciones de la Feria, rodeado de corridas de toros, tarimas, ruido, cervezas y olores a orines rancios; pero, no puedo. Entender esta cosa siniestra que nos convierte a todos en animales de circo, dispuestos exclusivamente a emborracharnos, alzar la voz, abusar de todo y de todos y secuestrar espacios que en otros momentos del año son relativamente amables, es una cosa realmente imposible; básicamente porque para tanta “celebración” no hay motivo alguno.
Me molesta suponer – pero lo hago como justificación de tonto – que todo eso se debe a que necesitamos vías de escape, a que preferimos aturdirnos, antes de mirar las cosas de frente y plantarle bravura. No me gusta esa explicación - la única que encuentro - pues creo que deberíamos vivir en el contrario absoluto: habitamos una ciudad atropellada, maltratada, plagada de inseguridad, de ojos ciegos y de otros problemas graves de convivencia. Es una lástima. Aturdirse no tiene sentido, en algún momento despertaremos (si tenemos la suerte de despertar) a una realidad llena de calamitosa violencia, de inconmensurable dolor de vecindario.
Estoy en días en que declararme incompetente me parece la mejor idea. No encuentro razones para tanto desmadre, ni siento a esta ciudad preparada para resistir tanta agresión. Me parece que un día de estos volaremos por los aires. Mientras tanto, tengo que ver desde mi balcón de encierro, como la mediocridad de un pueblo embrutecido, nos empuja un poco más a los barrancos de la mayor desesperanza.
Eso son las Ferias del Sol. Eso y no otra cosa. Me gustaría que alguien lo entendiera.
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