Lo primero que me sorprendió, fue la excelente factura cinematográfica: la buena fotografía, el encuadre adecuado, la dirección de arte correcta, la admirable banda sonora y la inteligente utilización de los recursos (seguramente escasos) que en estas latitudes, se ponen a la orden de quien se atreve a hacer cine. Lo siguiente fue Guillermo García, creo que lo había visto en alguna telenovela o cosa de esas y, la verdad, con esa pinta y esa rudeza suya, nunca lo imaginé representando - con tal soltura y veracidad - a un homosexual convencido y militante, completamente desplumado; de ahí, mi tercera gran sorpresa: ni siquiera por chiste, alguno de los personajes principales responde a los manidos arquetipos “maricas” que tanto desagradan.
Estoy hablando, obviamente, de “la película” venezolana de 2013: Azul y no tan Rosa; según creo, opera prima del estupendo actor y creador, Miguel Ferrari. Una sorpresa que no termina en las cosas mencionadas, sino que se regodea en la historia hasta dejar al espectador completamente encantado; hablo en plural: el día que fui a verla, en un cine de Mérida que no se destaca por su “pluralidad”, (y que estaba lleno hasta las banderas, para usar el argot) el auditorio celebró con una ovación el final de la proyección; quizás, la cuarta y mayor sorpresa: estando tan bien tratado el tema, no hay forma que la gente que se expone a él, reaccione de otra manera - algo que seguramente todos los colectivos LGBT le están agradeciendo en el alma - El mensaje llega a donde tiene que llegar, como tiene que llegar.
Azul y no tan Rosa, es la historia azul de un hombre gay, a quien circunstancias crueles y no tanto, lo enfrentan a su vida. No lo enfrentan a reflexiones, ni a ensimismamientos literarios de profundo rigor: sencillamente lo ponen al frente de su propia vida, (vivida con la plenitud y la seriedad con que un hombre vive su vida a los treinta y pico de años) para trastocársela. Pocas veces se ve en el cine tanta y tan inteligente sencillez, tratada con tal mezcla de humor, emociones y talento. A partir de un guión perfectamente construido, unas actuaciones muy convincentes y una dirección que no deja espacios al error, Ferrari ha hecho una película que es un éxito, porque no es ni tonta ni intensa. Y, seguramente, porque trata un tema “escabroso” con la naturalidad con que se tratan las buenas historias humanas.
Posiblemente, extrañé a un verdadero transexual en el papel de Delirio; pero, puestos en ello, hay que decir que nadie, sino Hilda Abrahamz, podía hacer ese papel sin defraudar, de modo que la perdoné casi al segundo. Por lo demás, me sentí muy orgulloso de haber estado cerca de Miguel en algún momento de mi vida, su crecimiento como creador es asombroso. Para prueba, una película que no tiene nada de rosa y es venezolana sin estridencias ni localismos absurdos. Es inteligente, pues. Y muy divertida, a pesar de los lagrimones que se escapan en algunas tristísimas secuencias.
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