Karina tiene 15 años, no es una estudiante que se destaque por motivos distintos a su comportamiento; no tiene buenas relaciones con nadie y en general, es una muchacha rara, muy rara. Hace poco se destapó la olla de sus maltratos; su familia, poco preparada para ayudarla a solucionar lo que para nosotros es su paso por la adolescencia, decidió hace mucho tiempo tratarla peor que a un perro. Karina viene con regularidad a la escuela y en medio de todo eso, algunos días sonríe ante calificaciones que no son del todo malas, considerando el contexto.
Yazmín tiene 16 años. Al contrario de Karina, desborda simpatías. Sus compañeros la quieren, siempre tiene alguna ocurrencia chistosa y es una excelente estudiante. Su mamá, una mujer muy joven, es peluquera, lo que da a Yazmin armas de embellecimiento que ni se cuentan. Yazmin levanta como pocas y vive bien, dentro de lo que cabe. No conoció a su papá (un día me dijo que no sabe si lo tiene) y piensa que su mama es una “tipa calidad, pero tampoco es que seamos tan amigas…”
Marzia tiene 14 años. Su mayor cualidad es su atractivo físico. Pequeñita, con cara de reina de belleza y cuerpo al que le ronca el mambo, su rendimiento escolar es de lo mejorcito. Le cuesta lograrlo pues vive bastante ocupada con tareas que no pertenecen a su edad. A veces, piensa que su papá “bebe demasiado” pero, ella no se da mala vida por eso. El año pasado se hizo novia de un estudiante de años superiores y - para poner de lado las botellas de aguardiente - se fue a vivir a la casa de él, allí ella juega a ser mujer y a lo que salga.
Antonieta es alta, bonita y muy poco dispuesta a ser una buena estudiante. Hace poco cumplió 16 años, aunque parece tener 19 o 20. Algunas veces hemos pensado que realmente tiene dificultades cognitivas, pero por más que intentemos ayudarla, su vida es su mayor obstáculo: Su madre vive en un retirado pueblo del páramo y a ella la mandaron a vivir en Mérida, a casa de un tío. Pues bueno, parece que allí se cumplen todas las malas predicciones imaginables: Antonieta es la mancillada sirvienta de esa familia, a cambio de casa y comida. Lo que sabemos es eso, lo que ella - muchas veces entre lagrimas - ha contado. Creo que sería horrible saber lo que ella aun no se atreve a contar. La esposa del tío jamás ha atendido ninguna de las citaciones recibidas; hace poco dijo que la próxima vez que la citaran, iba a devolver a la muchacha a su casa en el Páramo – e iba a dejarla sin estudios – Nosotros le creemos.
Entre otras coincidencias, las cuatro tienen algo más en común: Están embarazadas. Sólo Marzia tiene a su lado el padre del hijo que espera, aunque sirva de poco o ningún consuelo. Las cuatro están afrontando sus barrigas tan bien como se puede hacer eso en el barrio: asisten a consultas en el hospital y saben que el momento del parto las agarrará solas. Sus madres han aceptado los nietos como si se tratará de un designio inexorable del destino y el único padre que conocemos, (otra vez Marzia) ni quiere saber, ni le interesa. Han obtenido permiso para venir a clases sin uniforme, pues no habría manera de meter esos vientres en el rigor de una franela (azul o beige, según el caso) y ahí van, aceptando el regalo que les da alguna profesora cuyos hijos ya superaron escarpines y baberos.
En algún momento se las ve con cara de nostalgia, sobre todo cuando un evento les hace recordar su edad exacta, sus ganas de vivir lo que sus compañeras viven. Ninguna tiene otro plan que criar a su hijo de la mejor manera que pueda, lo que pasa es que ninguna sabe cuál es esa mejor manera.
Los padres de esos niños no existen. Es probable que se sienten al lado de cualquiera de nosotros, es probable que ni siquiera conozcan la extensión de sí mismos. Es probable que sea el novio del momento. Es probable que sea un primo u otro pariente, es probable que sea el vecino del lado.
Da igual, de todas maneras no existen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario