Está convencido que la primera decisión más afortunada que
tomó en su vida fue reunir cada centavo que llegaba a sus manos para comprar un
teléfono inteligente; la segunda, inscribirse en aquel curso de
computación que dictaba, gratis, los sábados en la mañana, un sacristán de
pueblo en el salón de una iglesia y la tercera, haberse propuesto obtener,
entre varios postulantes, un puesto para el programa de intercambio de
voluntarios que la Alianza Francesa patrocina cada año para la Casa Hogar
Tachirense en que vivió casi toda su infancia y adolescencia. Fueron decisiones
de su voluntad en las que intervino su buen juicio y su tozudez. Son las
decisiones que hoy lo tienen con un pie en el aeropuerto de Fiumicino, aunque
ese no haya sido un propósito firme desde el principio. Recién cumplidos 24
años, Johnny se va del país, seguro de que muy probablemente nunca más regrese
a vivir acá, aunque eso signifique dejar en el campo a su mamá, acompañada de
una prima que es, más o menos, su hermana; toda la familia que conoce.
-
Apenas
estoy terminando de tramitar el permiso de residencia, que es una cosa muy
complicada, tan pronto como salga (me avisan en quince días) entonces preparo
todo para irme. Ya tengo el boleto y todo lo demás arreglado. Me lo arreglaron ellos.
Ellos. El pronombre personal se le escapa
muchas veces en la conversación; ellos, son los autores de su plan, los destinatarios
de su aventura y los protagonistas de su decisión. Ellos son sus amigos. Los amigos que hizo en Europa cuando, después
de grandes esfuerzos, obtuvo un cupo en el programa de la Alianza Francesa,
para pasar seis meses viviendo y trabajando como voluntario en Niza, la hermosa
ciudad costera de lo que en el gran mundo se conoce como Costa Azul, un
rinconcito de mediterráneo que es como la guinda del postre que es Francia. Johnny
destacó en su desempeño; pero, sobre todo, Johnny destacó en sus relaciones públicas.
Por eso fue tan importante tener un teléfono inteligente, para cultivar unos
amigos que, dos años más tarde, le resolvieron la vida el día que contó parte
de las iniquidades que vive un campesino negro y sin estudios superiores, en un
país barrido por la barbarie. Ellos, intrigados por lo que publica la prensa extranjera, empezaron el interrogatorio y él, con el machucado francés que pudo aprender en
esos seis meses, fue respondiendo. Una muchacha portuguesa, entonces, hizo la gran pregunta:
-
¿Tú
que sabes hacer?
-
¿Cómo?
¿de trabajo?
-
Si,
de trabajo, claro… ¿en que trabajas tú?
-
Yo
trabajo en el campo, atendiendo unas tierritas que tiene mi mamá cerca de Peribeca
-
Ok…pero,
¿solo eso?
- Bueno,
a mi me gusta mucho el fútbol y eso, cada vez que puedo, juego y enseño a los
muchachos a jugar
- ¿Eres
bueno en eso?
- Pues, malo no soy, y como siempre he vivido con niños, se me da bien enseñar
- OK
Una semana más tarde, el chat
habilitó una sesión de emergencia para enseñarlo a llenar una solicitud de
trabajo en una escuela Italiana bilingüe de futbol que necesitaba gente con el
exacto perfil de Johnny. La amiga portuguesa había hecho la investigación por
él, sin decirle nada. Johnny se sentó en
una computadora, manejada diestramente por pura curiosidad y con la ayuda de
ellos, hizo una solicitud que celebraron con alegría todos los que, casi a
diario, se turnan en sus extraños horarios para saludarse en un grupo Whatsapp inventado un día aburrido de
Niza.
Es verdad. Johnny es
buen jugador de futbol. No es una estrella como para engrosar la nomina de la
Vino Tinto, pero “malo no es”, además, también es verdad que se le da bien
enseñarle a niños los trucos de la
cancha y la pelota, por pura intuición. Johnny fue uno de esos niños a quienes
planes gubernamentales llaman “en situación de riesgo”, pero tuvo la suerte de
haber tropezado en su vida, con unas monjas generosas que se ocupan
precisamente de hacer menos patente el riesgo.
Con ellas vivió, se alimentó, se educó y aprendió algunas cositas
importantes sobre la vida; con ellas permaneció cuando, superado en la edad reglamentaria - y sin
tener mucho de donde escoger - tendría que haberse ido a patear mundo. Él optó
por ayudar en todo lo que pudiera, destacándose en eso como uno de los mejores
y su premio fue un viaje a Francia para el que parecía predestinado, seguro de
regresar a ocuparse del campo donde Eloina, la madre insigne, batalla el diario
para ella y sus dos muchachos. Es inevitable el lugar común: si se lo hubieran contado…
La amiga portuguesa fue la que advirtió las dificultades de
la oferta futbolera; en caso de ser
seleccionado, el escasísimo sueldo que ofrecen a quien se atreva a postularse
no alcanza ni para comenzar; pero, ese es el precio que hay que pagar por los papeles. Se ocupó de urdir un plan
complementario de sobrevivencia: encargada de un restaurante en el centro de
Nápoles con buenas propinas y sueldo mucho más decente que el de la escuela de
futbol, un día le preguntó si estaría dispuesto a comenzar desde abajo, a él,
que lo único que ha hecho en su vida ha sido comenzar desde abajo. Respondió
que si, por supuesto, y ella se ocupó de lo demás. Cuando aterrice en Nápoles,
Johnny tiene asegurado un puesto como busboy
en el restaurante de la muchacha portuguesa. Ellos, otra vez aparecen, se ocuparon además de solventar trámites
burocráticos (asunto peliagudo en la calamitosa Europa de refugiados y
balseros) y de pensar, entre todos, como
resolver el tema de la vivienda. Otra de las amigas ofreció casa gratis por
tres meses, durante los que dormirá en el sofá que está puesto (él vio las
fotos con alegría) debajo de una escalera, creando un espacio abuhardillado que
para él, conocedor de todas las carencias, es una suite que enseña con orgullo. Pasados los tres meses (él cree que
sucederá antes) tendrá que empezar a pagar una parte de la renta (en el
apartamentico de las afueras de Nápoles viven 3 personas) o buscarse la vida.
El está perfectamente de acuerdo. Sabe que podrá hacerlo, o por lo menos, lo
intuye. Ellos compraron el boleto, -
fue una ganga, tan solo costó 600 euros – ellos
pagaron la multa por tener que cambiar la fecha de salida debido a
inexperiencia en el cálculo de tiempos oficiales y ellos decidieron, entre todos, que ese boleto es un regalo. Él quiere pagárselo al que lo compró (a quien reconoce como uno de sus mejores
amigos) pero, de eso ni se habla. Ellos
lo que quieren es que se reúna con ellos
en Europa pronto y se olvide de sus calamidades.
El 14 de diciembre es su fecha de salida. Entre sus pocos amigos de aquí, la venta de
las hortalizas que cultiva – que le tienen las manos destrozadas – y la ayuda
de gente que también quiere verlo fuera de la miseria, ha reunido mil euros y un único equipo de ropa de invierno. Johnny tiene el carácter cerrero de los andinos
y la poca expresividad del campesino; por más que alguien lo intente, no logra
sacarle una palabra sobre lo que significa dejar a su mamá o dejar su campo; solo habla de ellos y de su
proyecto, entrena duramente todos los días en una rutina autoimpuesta, revisa
cuanto puede la internet para
aprender cosas de su nuevo país y estudia italiano los sábados con el mismo
interés que un día le puso a la computación; pero, si por algún designio del
destino “la cosa se cae” sabe que cuenta con ellos para intentarlo de nuevo, empezando de cero. Su piel oscura, su rostro buenmozo, su cuerpo curtido y macizo, su acento campesino y cerrero saben que llegó el
momento. Lo que piensen los demás no importa. Ellos están a un whatsapp
de distancia.
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