Mi relación con la navidad y sus significados, es lo que mejor demuestra que, como la mayoría de las personas que conozco, yo no soy del todo “normal” y no me esfuerzo en serlo. Desde lo más básico de mis sentimientos, puedo decir que algunas cosas fundamentales de la navidad me gustan. Es más, me gustan tanto que donde quiera que estoy trato de procurármelas. Por ejemplo, no entiendo Diciembre sin hallacas. Punto. No acepto discusión alguna sobre el tema, uno come hallacas en esta época al menos tres veces a la semana; es así y así se queda. Me gusta también el nacimiento. Creo que es un resabio de mis épocas más católicas y una especie de homenaje a mi abuela, de cuyos pesebres aun tengo memoria y a mi mamá, que exigía nacimiento en casa los primeros días de Diciembre, pero se esmeraba poco en hacerlo. A partir de allí, pocas cosas navideñas me conmueven. Me alegra que, al menos, existan dos tradiciones que reconozco válidas; siento que con eso me ubico a tres cuartos de camino entre los que odian la navidad (tuve un hermano entre esos) y los que la adoran (tengo una hermana entre esos).
Listo, resuelto el tema sin reflexiones demasiado rebuscadas, necesito auto-aguarme la fiesta: no estamos para celebraciones demasiado rimbombantes. Si acaso, la carita bien lavada y afeitada y alguna ropa decente para no perder la costumbre. Si algo podemos decir de nuestras últimas navidades es que cada año llegan con mas carga. Cada año cuesta mas convertirse en luz de bengala y bailarse una gaita.
Hasta ahora, han sido los días más calamitosos del año y por lo que vamos viendo, la cosa se pone color de hormiga con el paso de los minutos: despenalizado el delito de robar tierras, premiado el embarazo adolescente en dinero contante y sonante, aumentado el número de víctimas de la violencia urbana, despojada la ULA de terrenos donde se levantarían edificios fundamentales para su crecimiento y violentada, una vez más, la digna aplicación de justicia, Venezuela se encamina (como hace cada navidad un poco más) al precipicio electoral. Parece que al sabanetero, la navidad lo llena de terribles fantasmas y la aprovecha para recordarnos que mejor vamos acabando con eso lentamente.
Tal vez lo que sucede es que realmente, “se largó la partida” y la campaña electoral, que todos suponíamos prevista para un poco más allá de enero (la formal, la otra tiene 13 años) abrió su chorro de iniquidades. Es una pena; por dificil que pareciera, realmente todos teníamos un poco de ganas de tomarnos un Ponche. Uno de verdad, uno que parezca país, que suene a chin-chin y a Billo´s.
No se va a poder poder, por lo que estoy viendo. A menos que abramos los ojos y los balcones, y a pesar de los pesares, saquemos la botella comprada a Eliodoro González P, vistamos las mejores galas y mirándonos en la cara del vecino, brindemos por empezar mañana a construir el futuro, sin espacio para el ratón, ni para la duda.
A lo mejor salvamos la Navidad. Es decir, el nacimiento.
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