Hace unos minutos entendí que siento profunda y reverencial admiración por quienes, en este país, se dedican al humor como opción de vida. No estoy hablando de los chistosos, esos abundan y son la causa principal de todos nuestros males; no, los jodedores no, esos no me importan. Los del chistecito fácil, los que se ríen hasta de su mamá, los que arruinan toda fiesta con su manía insoportable de “contarse un chiste”…esos no, a esos mas o menos los desprecio. Hablo del humorista serio. El que estudia “lo que nos esta pasando” para tratar de arrancarle una sonrisa al que lo escucha sentado buenamente en una butaca de un teatro o sitio parecido. A los que escriben esas cosas que casi siempre terminan siendo cáusticamente hilarantes, a los que “se fajan” para darle una mirada a esto, con los ojos del cariño, que son los mismos ojos de la sonrisa, aunque esta sea una mueca.
Mi admiración, irrestricta y fanática tiene un argumento único, una pregunta suelta, una razón: ¿Cómo pueden? Es decir, ¿Cómo puede alguien tener disposición para la risa frente a esta tragedia domestica, asquerosa, insoportable en que se convirtió de pronto la vida en nuestros particulares 912.050 kilómetros nigerianos de pobreza, al cuadrado?. ¿Cómo hacen? ¿Por qué son tan elevados? ¿Cómo es que a ellos no los desespera el vallenato que suena desde las 7 de la mañana, las cornetas que no se detienen ni un minuto de nuestras miserables 24 horas, la incertidumbre ante las medicinas salvadoras de vida, el sueldo de indigente que no alcanza ni para empezar, el peregrinar por los supermercados, las colas, los números marcados en el antebrazo con un marcador que es indeleble en la ofensa? ¿Cómo se puede uno reír de la estafa, del abuso, de las palabrotas, de la fealdad, del mal olor, de la suciedad, de las almas podridas en que se ha convertido lo que alguna vez fue, tan solo, una equivocación de la historia? ¿Cómo carajo, Dios mío? ¿Cómo?
Yo lo siento. Yo soy muy bruto o tengo un espíritu rastrero e inferior. Por eso los admiro. Porque han logrado enfrentarlo todo con sesudos análisis hechos como sin querer y medio en broma, para que la gente se ría y reduzca la dosis de Triptanol que, no solo esta carísimo, sino que no hay en esa farmacia de la esquina ni en la de mas allá tampoco.
Digámoslo pronto: los humoristas serios, los profesionales, son los únicos que están prestándole un servicio terapéutico a la poquísima humanidad que queda en este zoológico tropical del siglo XXI; de modo que, muchas gracias. Muchas y muy sinceras. Sigan en esas para ver si a punta de reírnos y por aquello de que “tenemos el mejor humor del mundo” empezamos a entender y a resignarnos. Ya que si esto es lo que nos tocó en suerte, vamos a cogerlo a chiste.
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