Sofía llegó a casa a la hora del almuerzo. Cabello enmarañado, prisas post-adolescente y brillo de neo-universitaria-tira-piedras en los ojos. Venía de una marcha o algo por el estilo. La tercera o cuarta en menos de una semana. Una en la que habían corrido estudiantes a perdigonazo limpio (¿no cabria más decir, perdigonazo sucio?) una en la que habían aumentado los riesgos. Se me salió el talante de tío sobreprotector, olvidé que le he enseñado a defender los valores que nos hacen familia y la regañé. Entre otras cosas terminé diciéndole que “ya está bueno Sofía, te encierras en tu casa y vas dejando la vainita de la política”
Ella me miró directamente a los ojos, como si yo hubiera dicho una barbaridad y me respondió, con su mejor tono de muchacha respondona
“Tío, pero si eso no es política….es caprilismo”
Me desarmó. En el momento me fundí con ella en un abrazo que ahogó carcajadas y emociones, segundos después, Esperanza avisó que el almuerzo esperaba. Nos sentamos a comer con el tema en la boca. Desde entonces, una corriente pequeña de frio está subiéndome por la espalda.
¿Estamos creando un nuevo santo para adorar? ¿Hemos aprendido algo de todos estos años en los que un militar sin méritos para ello, fue convertido, nada más y nada menos que en redentor de los pobres, por una masa enardecida de necesidades? ¿Es necesario que en lugar de política, nuestros muchachos estén haciendo caprilismo? ¿Nos hace falta el caprilismo? Hasta hoy, varias semanas después de ese almuerzo, no he conseguido más respuestas que apuradas explicaciones de gente que piensa “que nos hacía mucha falta un líder”
Estoy de acuerdo con eso. La falta de un líder no será nunca más excusa para no entrompar nuestra crisis. Ha aparecido uno: Sin duda, Henrique Capriles es el líder de un movimiento opositor que, entre trancas y barrancas, ha aprendido varias cosas buenas. Superar el tema meramente electoral puede ser uno. Trabajar las sutilezas de la política, probablemente sea otro. Convencer gente para que los acompañe, el más grande. Pero, ¿estará esa misma gente convirtiendo a Capriles en un Dios? No estoy seguro. A veces me parece que sí, a veces que no. La mayoría de las veces me parece, peligrosamente, que estamos a punto de entregarle a ese Dios la esperanza que nos queda y cruzar los brazos.
Seguramente un buen analista de tiempos modernos, pueda explicar la profundidad del caprilismo que tanto anuncia mi sobrina. Por lo pronto, me parece que después de tanto pisoteo, sólo podemos tener reacciones (que se piensan poco) y un “alma generosa” a quien echarle el muerto. Mi escaso raciocinio no me da para más; por eso el frio no deja de recorrerme la espalda. Soy un tipo rupestre e inculto: Como dejemos este asunto tan complicado, sólo en las manos bien intencionadas de Henrique Capriles, y sigamos esperando lo que él diga y desdiga para actuar en consecuencia, sin pensar que él puede estar equivocado; entonces no vamos a ser capaces de entender NUNCA, que este es un asunto de todos. Que no está en manos de Dios, ni de Capriles. Que NO DEPENDE DE ÉL. DEPENDE DE TODOS NOSOTROS.
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